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Avistaje de nubes

Mirá para arriba y regalale a tu niña interior este ejercicio de contemplación que te llena el alma.


Créditos: Ilustración Andy Mermet



¿Quién, en la infancia, no jugó a buscar formas en las nubes? Acostadas sobre el pasto de la plaza, nos pasábamos un buen rato mirándolas. Teníamos la cabeza en las nubes, como se suele decir. Crecimos y seguimos mirando hacia arriba, aunque ya con otra perspectiva. Si es solo una nube pasajera, no nos preocupa, pero si se multiplica y crece, nos altera toda la logística. ¿Cuándo fue que aquel terreno fértil para la imaginación se transformó en sinónimo de amenaza? Ellas, las nubes, siguen ahí, majestuosas, etéreas, ligeras.
Acá va una guía inspirada en los talleres que da Fabiana Fondevila, quien propone autogenerarnos situaciones de asombro y aprovechar las que la vida misma nos propone, como el avistaje de nubes (o perder la cabeza en ellas).

¿Por qué las nubes?

A diferencia de los pájaros o las flores, cuya observación muchas veces requiere salir de la ciudad, las nubes están por todas partes, mucho más cerca de lo que suponemos. Basta con pararse en cualquier esquina, con asomarse a una ventana, a un balcón u observar a través de la ventanilla del auto. Salen a nuestro encuentro. Otra cosa que las hace únicas es que son puro presente. Cambian sin cesar. De manera que quien se toma unos minutos para mirarlas observa algo dinámico. Sus bordes difusos nos hablan de que no hay nada definitivo, de que somos nosotras quienes terminamos de interpretar lo que vemos. Por eso, según cómo las mires, las nubes pueden ser una hermosa metáfora del paso del tiempo. Nada desaparece sino que se transforma. Si nos volvemos hacia atrás y evocamos nuestra infancia, simbolizan el ocio más puro.
Si nos volvemos hacia atrás y evocamos nuestra infancia, simbolizan el ocio más puro.

Si nos volvemos hacia atrás y evocamos nuestra infancia, simbolizan el ocio más puro. - Créditos: Corbis

¿Con qué te pueden conectar?

Mirar hacia arriba te invita a asumir otra perspectiva. Cambia tu foco de atención. Tu nuca se curva para permitir que la mirada se eleve. Lo que vemos nos desconecta momentáneamente de lo que sucede aquí abajo. Esa superficie apelmazada está a kilómetros de distancia. Aquello que parece moverse lentamente se desplaza a velocidades impensables. Una nube atraviesa capas de la atmósfera en las que hay vientos de hasta 300 km por hora. Eso te da una dimensión de dónde estás parada; del espacio que ocupás en el planeta. Te recuerda que formamos parte de un todo que nos excede. Como dice Gavin Pretor, fundador de la Cloud Appreciation Society, "no vivimos bajo el cielo, vivimos dentro de él". También nos vincula con el arte. Activa la creatividad. "Mira las nubes –decía la canción de La Portuaria– y verás que el cielo solo hace preguntas, todo el tiempo".

¿Cómo hacerlo?

Si estás agitada, nerviosa o distraída, podrás mirar, pero no va a ser mucho lo que veas. Así que buscá un lugar tranquilo. Hacé un par de respiraciones profundas como para serenar tu interior. Despejá la mente de las mil cosas que hacés en simultáneo y concentrate en una sola: esa nube que se levanta delante de tus ojos. Seguí su forma, su contorno. Dejate llevar a donde sea que esa nube quiera llevarte. Imaginá cómo es el aire allá arriba. Al principio, entre cinco y siete minutos son suficientes. Puede que después decidas dedicarle un poco más de tiempo. Quizá se convierta en tu espacio de meditación diario. Podés sacar fotos de lo que vas viendo día a día, construir tu propio diario de avistaje para ver cómo aquello que observaste se vincula con tu estado de ánimo.

Tipos de nubes

Cumulonimbus
De la familia de los cúmulos –que son esas nubes bajas de forma algodonosa que vemos solas o de a grupos–, elegimos la más temible. Su base puede estar a dos kilómetros del suelo, su cima puede ser más alta que el Everest. El tipo de lluvia que trae incluye vientos fuertes, truenos y granizo. Como un torbellino de enojo que rápidamente se dispersa. Se las suele ver desde el final de la primavera hasta el principio del otoño. Los cúmulos suelen pesar, en promedio, el equivalente a ochenta elefantes. Si te gusta el arte, buscalas en las pinturas del inglés John Constable.
Stratus
Producen una llovizna suave y constante. Dan una imagen más londinense, es esa lluvia que sentís que jamás va a dejar de caer, ese cielo blanco que parece que se te viene encima. Cuando estas nubes bajan, se convierten en niebla o neblina. Generan esos paisajes velados en los que un resplandor del sol se filtra, tímido. Como en las novelas de las hermanas Brönte. Si las trasladamos a nuestro estado de ánimo, pueden vincularse con la melancolía o la nostalgia. Buscalas en las obras de William Turner, que incluso tiene una serie de pasteles llamada: "Estudio de las nubes stratus".
Nimbostratus
Se forman a una altura media. Son las clásicas nubes de un día lluvioso. Oscuras, grises, a veces azuladas. No se prestan a confusión: desde el vamos sabemos que tenemos que salir con paraguas. A diferencia del cumulonimbus, que estalla en una lluvia intensa y breve, este tipo de nube nos gana por cansancio ya que las precipitaciones que genera pueden llegar a durar horas. Esta clase de nube, en lugar de tener forma de torre, se extiende abarcando una gran superficie horizontal y bloquea casi por completo el sol. El pintor ruso Isaak Levitán las retrató en su obra Después de la lluvia.
Cirrus
Estas nubes aparecen en la sección más elevada de la tropósfera, donde hay vientos veloces, que pueden llegar a alcanzar los 300 km por hora. Son blancas y brillosas, de apariencia fina o estriada, casi como una seda. Las distinguís también por su dinamismo: son las que más rápido se mueven. A diferencia de las anteriores, están formadas por cristales de hielo (congelados a mitad de camino al caer por el cielo). Aparecen a entre 8 y 12 km del suelo y dibujan en el cielo figuras de lo más poéticas. Son de esas que seguramente más de una vez te invitaron a jugar: ¿qué forma ves?

El arte del veo veo

Solemos relacionar la contemplación con lo divino. Sor Juana y San Juan de la Cruz tuvieron grandes momentos de exaltación contemplativa. Pero también se contempla la naturaleza o el arte. Implica mirar de una manera particular: principalmente, mirar para ver. Entrar en un clima interior receptivo que permita que aquello que contemplamos –ya sea que miremos un objeto o un paisaje– nos transforme. Por lo tanto, la contemplación nos pide cierto ejercicio de vacío. Dejar de estar en nosotras mismas para poder llenarnos de aquello que tenemos delante.
¿Te gusta mirar las nubes? ¿Qué otras cosas contemplás para conectarte con tu interior? Conocé otras opciones como las de Catálogo de meditación y Ecología personal

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