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Así fue el primer show de Roger Waters en Buenos Aires: Palestina, la dictadura y la defensa de los DDHH

En un River Plate colmado de fanáticos, Roger Waters volvió a brillar en la noche porteña.


Roger Waters durante su primera fecha en Buenos Aires.

Roger Waters durante su primera fecha en Buenos Aires. - Créditos: Gentileza Flow | @flow_ar.



Hay quienes piensan que el arte y la política deberían manejarse por carriles separados, sin tocarse jamás; otros argumentan que no hay razón para que estos conceptos no puedan compartir escenario; para Roger Waters, son elementos de una unidad total e irremediablemente indivisible. Y This is Not a Drill, la (¿última?) gira del músico británico que ayer hizo pie en Buenos Aires, es una muestra cabal de este pensamiento: un show que convierte el entretenimiento en una declaración política, un manifiesto antibelicista y en defensa de los derechos humanos directo, potente y, por momentos, desgarrador. Su postura es clara y se evidencia incluso antes de que suene el primer acorde, cuando la gigantesca pantalla avisa: “Si eres de los que dicen ‘me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”... Nadie puede decir que no fue avisado.

roger_waters_flow_21112023214914por_tutedelacroix.jpg - Créditos: Gentileza Flow | @flow_ar.

“Si eres de los que dicen ‘me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”... Nadie puede decir que no fue avisado.

Y si, por alguna razón, quedaba alguien con alguna mínima duda, el arranque con la hipnótica “Comfortably Numb”, acompañada de imágenes desoladoras de una ciudad destruida y coronada sobre el final con un grito/lamento que erizaba la piel, y el arrollador combo de “The Hapiest Days of Our Lives”, “Another Brick in the Wall pt. 2 y 3”, “The Powers that Be” y “The Bravery of Being Out of Range”, con crudas imágenes de víctimas de bombardeos y de violencia policial y acusaciones a varios presidentes estadounidenses de ser criminales de guerra, debería haber terminado de disolverla.

Los discursos se repitieron a lo largo de la velada, con un Waters activo y verborrágico, pero hubo un pequeño impasse, tras la balada “The Bar” y la eléctrica “Have a Cigar”, en el que la nostalgia se apoderó momentáneamente de la noche y el activismo le cedió su lugar a la memoria de Syd Barrett, que impregnó cada nota de “Wish You Were Here” y “Shine On You Crazy Diamond”, mientras la pantalla reproducía recuerdos de Waters sobre su amigo de la infancia, pero enseguida una furibunda versión de “Sheep” y los llamados a las “ovejas” a resistir el fascismo y la guerra volvieron a ubicarnos en nuestro tumultuoso presente.

roger_waters_flow_21112023214859por_tutedelacroix.jpg - Créditos: Gentileza Flow | @flow_ar.

Los cantos del público contra la dictadura, exigiendo el “nunca más”, y la aparición del infaltable cerdo volador (quizá en su versión más tétrica hasta la fecha, a varios les costará olvidar esos espeluznantes ojos rojos) dieron pie al comienzo del segundo acto: tremendas interpretaciones de “In the Flesh”, con Waters en silla de ruedas, reemplazando el clásico uniforme militar de su personaje Pink por una camisa de fuerza, y “Run Like Hell”, en la que se reprodujo sin anestesia el video del asesinato en Bagdad de dos periodistas y civiles iraquíes por parte del ejército estadounidense.

 

Las críticas hacia la guerra, los genocidios, el fascismo y el capitalismo, la reivindicación del derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, la defensa de diversas colectividades y la exigencia de respetar los derechos humanos se fueron superponiendo sobre las interpretaciones de “Déjà Vu”, “Is This the Life We Really Want?” y la segunda mitad de The Dark Side of the Moon: una preciosa concatenación de “Money”, “Us and Them”, “Any Colour You Like”, “Brain Damage” y “Eclipse”.

“Two Suns in the Sunset”, un recuerdo de The Final Cut, el último disco de Waters con Pink Floyd, sirvió de excusa para recordar a los jóvenes argentinos muertos durante la Guerra de Malvinas y pedir por la abolición de las armas nucleares; y una vuelta al bar improvisado sobre el piano para que la banda (literalmente) brindara con el público fue la previa para la despedida, a cargo de “Outside the Wall”, en una interpretación que se extendió fuera del escenario dando cierre a un show memorable, donde lo visual, lo sonoro (impecable y envolvente, he visto gente en el campo buscando perros a su alrededor al escuchar ladridos salir de los parlantes), lo emocional y lo político se amalgamaron sin fisuras. Como le gusta a Roger.

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