Por qué no perderte El corazón del daño

Para empezar está la escritura de María Negroni. La autora -argentina, de trayectoria en Estados Unidos- es una académica de la literatura consagrada especialmente en poesía y ensayo. 

En este libro, editado por Random House, propone un juego distinto. Diferente a lo que habitualmente ella hace y también a lo que en general se hace. Porque transgrede cualquier formato conocido. Su relato arma una línea argumental -cuenta la difícil relación de amor y odio que mantuvo con su madre- a través de un collage de texturas diversas: citas, sueños, diálogos, poemas. Y no solo rompe moldes en la estructura, también inventa palabras, salta de una escena a otra de un modo arbitrario y sorprendente -explosivo-, conforma un poderoso vocabulario del léxico familiar. 

Es una prosa muy potente y emocional en una autoficción que no intenta ser biografía ni fantasía verosímil. Es un relato íntimo. Al punto que la otra -su madre- existe sólo a través del impacto interno en ella -su hija-: el amor y el desprecio, el terror y la saña.

Esa madre es concebida desde y en las páginas escritas.

Y aquí está la obra. Protagonizada por esta gran actriz de 78 años y dirigida por Alejandro Tantanián, es un monólogo que respeta muy fielmente el texto de Negroni. Pareciera que no hay una sola coma cambiada de lugar. Apenas un recorte que enfoca, despeja sucesos adyacentes y reordena otros con estrategia escénica.

Ver a Marilú Marini, con su belleza, su histrionismo y la destreza dramática que le dio su extensa carrera, es una fiesta. El público la aplaude aun antes de que comience a actuar. 

La cita en el Teatro Picadero es la posibilidad de ver a una estrella. Ella lo sabe y su representación lo capitaliza: no se aleja mucho de la artista y la pone a actuar en evidencia. Es Marilú la que le presta el cuerpo a Negroni y encuentra los intersticios para construirse como intermediaria al pronunciar la voz de la escritura. 

Así, el personaje, la actriz, la autora se funden en una pieza donde la protagonista es la obra literaria.

Una escenografía austera (dos sillas, una mesa, una muñeca, una bolsa con elementos, y un marco de cuadro que, metafóricamente, marca el límite del adentro y el afuera de la historia), un vestuario neto (vestido y camisola en negro, zapatillas rosas) y un sonido incómodo que hace interferencia acompasando las molestias del relato. En el diseño de luces sí hay una decisión que cobra relieve: a partir de los colores e intensidades, de los cortes abruptos y las continuidades, se crean climas que por momentos se adelantan en la carrera de las palabras.  

Dura una hora. Es una obra corta, concisa e intensa.

El público aplaude de pie y la actriz se emociona.

La temática de “El corazón del daño” es universal. Esa que vuelve y vuelve siempre: la relación madre e hija. María Negroni se reencuentra con su mamá -una vez que murió- en esta novela donde la narra para devolverle la vida, para matarla, para volver a nacer ella y morir en ella. Es el retrato de “la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida”, como describe.

La obra de teatro es indisoluble del libro. 

Vale ver la obra después de leer el libro: para repasar y recrear el relato, para apreciar la traducción a la dramaturgia. 

Vale también ir a verla para salir con ganas de más y zambullirte en una lectura que finalmente podrá gustarte o no, interesarte muchísimo o poco, pero lo que es seguro es que no te va a resultar indiferente. 

Vale la pena experimentar El corazón del daño, sin dudas.