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Cumple 60 años Rayuela, de Julio Cortázar

La escritora Silvia Hopenhayn, experta en la obra de Julio Cortázar, escribe para OHLALÁ! una mirada de Rayuela a 60 años de la primera publicación.


julio Cortázar

julio Cortázar - Créditos: Archivo LN



A 60 años de la publicación de Rayuela, volvemos a Julio Cortázar, un escritor para todos los tiempos. Diría más: para todos los días. Un compañero de la literatura, siempre bien dispuesto a brindarnos alguna fórmula de la ficción para subjetivar (¿transformar?) la realidad. Porque su obra combina lo cotidiano (enfermedades, comidas, tapones de tránsito, casas, etc) con lo desconocido. Nos posibilita el traslado a otras dimensiones, como esas bibliotecas que tienen un libro secreto y al moverlo se abre una compuerta hacia otro lugar de la casa. Ese libro podría ser "Las armas secretas”, “Todos los fuegos el fuego”, “Bestiario” o su gran novela, “Rayuela”.  Cualquiera sirve, y es un disfrute.

Su lectura es inquietante y gozosa; nos permite dudar de la realidad, darle una oportunidad a la extrañeza. No se trata de magia, sino del género fantástico, concebido como una llave maestra hacia lo incierto.

 

A diferencia de otros fantásticos rioplatenses (Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Felisberto Hernández), Cortázar es juguetón, como si su prosa fuese más cercana, más afectuosa. Con las personas es cuestión de piel; con los libros es cuestión de prosa. Por eso, se puede volver a Cortázar las veces que se quiera. En tanto clásico, siempre tiene algo nuevo para decirnos, como si sus cuentos y novelas fuesen sueños, y en cada lectura pudiésemos ver una escena distinta. No es el tiempo recobrado a lo Proust, es el tiempo permanente de lo parcialmente iluminado.

Lo considero un adelantado del multiverso. Vislumbró (¿creó?) pasadizos, puentes, hendijas hacia dimensiones y mundos paralelos. Pero también, hacia lo más recóndito del ser.

Este verano, mientras daba un curso sobre los umbrales en Cortázar en el Malba, al llegar a “Rayuela”, -novela múltiple, inmensa- advertí algo distinto. Si bien es una novela realista, cuenta con un “lado de allá” y un “lado de acá”. Estos refieren a París y Buenos Aires, pero más que lugares, me pareció que se trataba de una posición existencial.  La búsqueda de un lugar pleno: estar donde uno está. Un lugar de tanta presencia que nos libre del desdoblamiento.

Silvia Hopenhayn, escritora.

Silvia Hopenhayn, escritora. - Créditos: Archivo LN

 

Lo explica mejor su personaje, Horacio Oliveira, en uno de los párrafos más sublimes de “Rayuela”, refiriéndose a La Maga, su musa amada. Dice así: “Hay ríos metafísicos, ella (La Maga) los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino esos ríos. Ella, los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente. Ella, los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo: puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas.”

A sesenta años de la primera publicación de Rayuela, descubrí que siendo un escritor del género fantástico, Cortázar nos abre de par en par las verdaderas puertas de la vida. Y que así como Flaubert decía “Madame Bovary soy yo”, Cortázar es La Maga.

 

Por Silvia Hopenhayn, como gentileza para OHLALÁ! A la escritora la encontrás en @clasicosnotanclasicos

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