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Así fue el primer show de Roger Waters en Buenos Aires: Palestina, la dictadura y la defensa de los DDHH

En un River Plate colmado de fanáticos, Roger Waters volvió a brillar en la noche porteña.


Roger Waters durante su primera fecha en Buenos Aires.

Roger Waters durante su primera fecha en Buenos Aires. - Créditos: Gentileza Flow | @flow_ar.



Hay quienes piensan que el arte y la política deberían manejarse por carriles separados, sin tocarse jamás; otros argumentan que no hay razón para que estos conceptos no puedan compartir escenario; para Roger Waters, son elementos de una unidad total e irremediablemente indivisible. Y This is Not a Drill, la (¿última?) gira del músico británico que ayer hizo pie en Buenos Aires, es una muestra cabal de este pensamiento: un show que convierte el entretenimiento en una declaración política, un manifiesto antibelicista y en defensa de los derechos humanos directo, potente y, por momentos, desgarrador. Su postura es clara y se evidencia incluso antes de que suene el primer acorde, cuando la gigantesca pantalla avisa: “Si eres de los que dicen ‘me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”... Nadie puede decir que no fue avisado.

“Si eres de los que dicen ‘me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”... Nadie puede decir que no fue avisado.

Y si, por alguna razón, quedaba alguien con alguna mínima duda, el arranque con la hipnótica “Comfortably Numb”, acompañada de imágenes desoladoras de una ciudad destruida y coronada sobre el final con un grito/lamento que erizaba la piel, y el arrollador combo de “The Hapiest Days of Our Lives”, “Another Brick in the Wall pt. 2 y 3”, “The Powers that Be” y “The Bravery of Being Out of Range”, con crudas imágenes de víctimas de bombardeos y de violencia policial y acusaciones a varios presidentes estadounidenses de ser criminales de guerra, debería haber terminado de disolverla.

Los discursos se repitieron a lo largo de la velada, con un Waters activo y verborrágico, pero hubo un pequeño impasse, tras la balada “The Bar” y la eléctrica “Have a Cigar”, en el que la nostalgia se apoderó momentáneamente de la noche y el activismo le cedió su lugar a la memoria de Syd Barrett, que impregnó cada nota de “Wish You Were Here” y “Shine On You Crazy Diamond”, mientras la pantalla reproducía recuerdos de Waters sobre su amigo de la infancia, pero enseguida una furibunda versión de “Sheep” y los llamados a las “ovejas” a resistir el fascismo y la guerra volvieron a ubicarnos en nuestro tumultuoso presente.

Los cantos del público contra la dictadura, exigiendo el “nunca más”, y la aparición del infaltable cerdo volador (quizá en su versión más tétrica hasta la fecha, a varios les costará olvidar esos espeluznantes ojos rojos) dieron pie al comienzo del segundo acto: tremendas interpretaciones de “In the Flesh”, con Waters en silla de ruedas, reemplazando el clásico uniforme militar de su personaje Pink por una camisa de fuerza, y “Run Like Hell”, en la que se reprodujo sin anestesia el video del asesinato en Bagdad de dos periodistas y civiles iraquíes por parte del ejército estadounidense.

 

Las críticas hacia la guerra, los genocidios, el fascismo y el capitalismo, la reivindicación del derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, la defensa de diversas colectividades y la exigencia de respetar los derechos humanos se fueron superponiendo sobre las interpretaciones de “Déjà Vu”, “Is This the Life We Really Want?” y la segunda mitad de The Dark Side of the Moon: una preciosa concatenación de “Money”, “Us and Them”, “Any Colour You Like”, “Brain Damage” y “Eclipse”.

“Two Suns in the Sunset”, un recuerdo de The Final Cut, el último disco de Waters con Pink Floyd, sirvió de excusa para recordar a los jóvenes argentinos muertos durante la Guerra de Malvinas y pedir por la abolición de las armas nucleares; y una vuelta al bar improvisado sobre el piano para que la banda (literalmente) brindara con el público fue la previa para la despedida, a cargo de “Outside the Wall”, en una interpretación que se extendió fuera del escenario dando cierre a un show memorable, donde lo visual, lo sonoro (impecable y envolvente, he visto gente en el campo buscando perros a su alrededor al escuchar ladridos salir de los parlantes), lo emocional y lo político se amalgamaron sin fisuras. Como le gusta a Roger.

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