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De la era de la hiperinformación a la era de la curaduría: los desafíos que enfrentamos como sociedad

En un mundo marcado por el exceso de información, los curadores de contenido aparecieron para ayudarnos a identificar qué es lo más relevante. ¿quiénes son y cómo determinan nuestros consumos?


Qué significa que estamos en la era de la curaduría.

Qué significa que estamos en la era de la curaduría. - Créditos: Collage RNDR.



¿Quién no se sintió abrumado alguna vez por la enorme cantidad de información con la que nos vemos bombardeados todos los días? Miles de pestañas abiertas en la computadora (y en la cabeza): películas, series, posteos, artículos, libros, pódcasts disponibles para ver, leer y escuchar. Todo ese contenido al alcance de la mano y la sensación desesperante de que no nos va a alcanzar el tiempo ni la vida para consumirlo. O peor, tenemos tantas opciones a nuestro alrededor que a veces, frustradas, preferimos ni siquiera elegir. La sobreinformación, sin dudas, es un mal de esta época.

A nivel psicológico, muchos estudios determinaron que tener y observar demasiadas cosas nos estresa. Por eso, hoy en día, en esta realidad frenética y saturada de información, la curaduría se volvió esa herramienta valiosa y necesaria para manejar mejor el mundo moderno.

De la “era de la información” a la “era de la curaduría”

Durante mucho tiempo, la expresión “la información es poder” funcionó como un caballito de batalla, especialmente antes del acceso a Internet. Fue a partir de la revolución digital, que logró que el flujo de información se volviese más rápido y accesible, que comenzó un período de la historia conocido como “era de la información”. Un tiempo en el que por primera vez sentimos la tranquilidad de contar con un acceso a una cantidad enorme de datos e información como nunca antes en la historia de la humanidad, y que gracias a eso podíamos tomar decisiones y elegir más libremente. Sin embargo, desde hace unos años estamos viviendo un período que podríamos llamar de sobreinformación. Hoy, el foco ya no está puesto en informarnos, sino en “cómo curar esa información” que nos rodea y reconocemos, pero que, al ser tan abundante, no podemos absorber de manera completa y profunda. Es así como entramos en la llamada “era de la curaduría”. 

Desde siempre, los seres humanos aprendimos copiándonos de otros seres humanos: hace más de 3000 años, un niño miró a sus padres y, en un intento por sobrevivir y evitar la posibilidad de peligro, imitó cada una de sus acciones. Esto nos conduce a pensar en el fenómeno de los influencers, amados y criticados por partes iguales. Porque, aunque el surgimiento del rol del influencer pueda parecer a simple vista algo insignificante y chato, es, sin dudas, otro intento de los humanos por aprender a filtrar información.

La sobreinformación: ¿un problema para comunicar?

Vivimos atosigados por un tsunami de información. Es por ello que hoy en día los medios de comunicación se enfrentan a dos grandes desafíos: la “personalización” y el “modelo de interrupciones”. Dos problemas distintos cuya solución conduce a una misma respuesta: los influencers. Pero ¿por qué? Si estudiamos el fenómeno de la personalización de los contenidos, podemos pensar en los algoritmos de Instagram, Twitter o Spotify, que nos presentan todo el tiempo contenidos que nos gustan, personalizados para cada usuario. Por otro lado, cada vez más nos alejamos del “modelo de las interrupciones”. ¿Qué significa esto? Si estamos leyendo un portal de noticias, por ejemplo, no nos gusta que haya un banner publicitario que nos dificulte la lectura. Frente a esto, lo que de algún modo las personas buscamos es que, eventualmente, los contenidos aparezcan en una especie de fluido.

En ese sentido, teniendo en cuenta ambos problemas, los influencers cumplen una gran función. El influencer es una persona que puede crear o curar contenido y que encuentra en su comunidad una confianza; es decir, yo me vinculo con un influencer como alguien que es parecido a mí. Pero a no confundirse, porque un influencer no es una celebrity, no es alguien famoso en el sentido tradicional. Una celebrity es alguien con quien tengo un vínculo asimétrico, por ejemplo, la veo a la China Suárez y sé que es una persona muy distinta a mí. Un influencer, en cambio, es alguien a quien yo podría invitar a mi casa a comer un fin de semana porque lo considero similar a mí.

Ahí, entonces, la respuesta a ambos problemas. Comunicar a través de un influencer resuelve el problema de la personalización, porque sus redes ya están totalmente personalizadas y agrupan a una comunidad sólida, cuyos intereses son similares. Y le da una solución también al desafío de las interrupciones, porque, por ejemplo, una marca puede pautar con un influencer sin tener que interrumpir el flujo de contenido que está viendo su comunidad.

El paso de la era de la información a la de la curaduría.

El paso de la era de la información a la de la curaduría. - Créditos: Collage de RNDR.

Influencers: ¿son los curadores por excelencia de este tiempo?

Los influencers –e incluso también ciertos medios de comunicación especializados– hoy actúan como curadores porque muchas veces suben contenidos enriqueciéndolos, algo que las redes sociales facilitan: por ejemplo, pueden repostear o compartir algo, darle un plus con un comentario, o poner un filtro, o hacer un video de reacción. Ellos tienen la capacidad de darle una “nueva dimensión” a ese contenido que podría habernos llegado servido en bandeja, y de potenciarlo con algo nuevo para mostrarnos otro lado interesante que no estábamos viendo, y también, en algunas ocasiones, para abrirnos los ojos.

Es así como, en la “era de la curaduría”, publicar se convirtió en mucho más que hacer público algo. Hoy en día, no basta con poner al alcance de los consumidores eso que llamamos “contenido” o “información”: para que se publique, primero el contenido debió haber pasado por una serie de filtros, luego ponerse dentro de un marco de referencia, es decir, en contexto, y finalmente amplificarse.  

Una nueva era: todos somos curadores

Hasta hace poco tiempo, el término “curador” solía asociarse exclusivamente con el mundo del arte. Es que la palabra hace referencia originalmente a la persona que se encarga de desarrollar la producción de una muestra de arte estableciendo un criterio de selección para las piezas que van a formar parte de esta. 
Hoy en día, el término se expandió y traspasó aquellas fronteras para hacerse parte del lenguaje popular. Es por eso que se podría afirmar que, en cierta medida, aunque los influencers tengan un rol fundamental en la curaduría de contenidos, los verdaderos curadores del siglo XXI somos todos. Sí, todos somos potenciales curadores.

Está claro que un “curador” propiamente dicho es aquel profesional que selecciona y organiza información. Sin embargo, el acto de compartir online e incluso con nuestros grupos de amigos o familia en una conversación o un encuentro, implica también una forma de curaduría.

¿Cómo sería esto? Cada vez que compartimos una publicación en redes sociales, o que recomendamos a alguien una canción, una serie o una obra de teatro (e incluso cuando hacemos una búsqueda en Internet) estamos tomando decisiones sobre qué información es relevante para nosotros y para otros. Además, cuando provocamos alguna interacción, como un like en un posteo, o guardamos un link, estamos influyendo en el contenido que otros verán. Y no podemos dejar de pasar por alto todas esas profesiones que tienen desde siempre la curaduría en la esencia de su quehacer; desde el librero hasta el editor de un diario, un DJ o incluso una wedding planner. 

¿Cómo nos paramos frente a este exceso de información?

Movernos en un mundo que se caracteriza por los excesos de información revela que la curaduría aparece como una manera de seleccionar y jerarquizar lo que existe para agregar valor. Visto así, la curaduría es una forma de crear –a mayor o menor escala– atajos o vías de escape para que sean otros los que elijan en nuestro lugar. Una especie de algoritmo humano que empieza a armar una red de recomendaciones y flujos de información que reducen o destacan algunas posibilidades frente a otras.

Si nos remontamos a los orígenes, la palabra “curaduría” viene del latín curare, que significa “cuidar”. Y cuidar implica siempre un lazo afectivo. En este caso, con el objeto y con los seres humanos que interactúan con él. Quizás ahí se encuentre una de las claves para pensar en la curaduría, lejos de posicionarla como una manera de facilitar y acelerar el consumo y más cerca del deseo de imaginar mundos. Al fin y al cabo, la fuerza de la curaduría reside en hacer que las cosas vivan y convivan de otros modos posibles, y que el corazón esté puesto en ello.

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por Redacción OHLALÁ!


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