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Maternidad: 7 claves para acompañar a nuestros hijos en los procesos de aprendizaje

Acompañar a nuestros hijos en los procesos de estudio, aprendizaje y evaluación, puede ser un desafío. Por eso es importante que actuemos a conciencia.


Acompañar a nuestros hijos

Acompañar a nuestros hijos  - Créditos: Getty



Los pequeños grandes saltos que hay entre la infancia, la preadolescencia y la adolescencia, están acompañados de enormes cambios en la escolaridad.

“Ir a la escuela”, “hacer la tarea” o “estudiar para una prueba”, implican cosas muy diferentes para chicos y chicas que de golpe se encuentran con el mundo del examen, palabra llena de tensiones y miedos. Ni hablar de los -ya hechos y derechos- adolescentes que se enfrentan en el secundario a instancias en las que a veces se juegan mucho más que un resultado.

Sumado a eso, cada persona es una unidad: no hay fórmulas genéricas que le funcionen a todos, entonces desde nuestro lugar de mamás, papás, tíos, abuelas, muchas veces no sabemos cómo acompañarlos en estos procesos y nos angustiamos a la par de ellos.

Nuestro rol como adultos

¿Qué podemos hacer para colaborar y que esos momentos no se transformen en un puñado de nervios y presiones? Un consejo simple pero con buenas intenciones es preguntar: ¿en qué puedo serte útil? Preguntar suele funcionar para saber dónde pararnos y sobre todo para -en esta edad tan particular- no confundir y transgredir los límites que los mismos chicos nos ponen.

Otra cuestión fundamental es dejar en claro que un examen es un examen. ¿Es importante? Claro. ¿Se nos va la vida ahí? Absolutamente no. Las instancias de pruebas son -ni más ni menos- eso: días en los que nos van a evaluar y como los días tienen 24 horas, también atravesamos muchas otras emociones a lo largo de ellos que entran con cada uno al aula en el momento de rendir. Sacarle el peso al evento hace que todo sea más liviano.

Preguntar "¿en qué puedo serte útil?" suele funcionar para saber dónde pararnos como adultos.

El amor como base de todo

Lo más importante es llevar nuestra amorosidad como bandera. Resignificar las palabras exigencia y esfuerzo hacia ese amor. Se puede estudiar y pasarla bien: ¿a quién no le gusta que le preparen un chocolate calentito, acompañar una tarde de tareas con algo rico para comer, escuchar un lindo disco mientras resolvemos las cosas? Esos detalles cambian el color de un momento que muchas veces está teñido por lo que implica la obligación. 

Somos herramientas a las que los chicos pueden recurrir cuando necesiten, por eso pensar estas claves y ver cómo y en qué situaciones podemos implementarlas va a ser importante para forjar un vínculo en el que nuestros hijos puedan sentir que estamos para ellos.

La organización como método de trabajo

Cuando éramos chicos, nadie nos explicó la importancia de la organización y planificación. Ponerse plazos, ordenar apuntes, establecer horarios o códigos de colores para diferenciar temáticas. 

Un buen método para desarrollar la capacidad de organizar es hacerlos parte de tareas domésticas, por ejemplo, “lunes, miércoles y viernes, te toca lavar los platos”, parece una pavada pero se trata de una responsabilidad que tiene un tiempo y un lugar. Incorporar ese tipo de ejercicios les va a permitir ver que organizarse es importante como regla general.

Además, desde este punto suelen dispararse necesidades en las que podemos colaborar: cuando uno se sienta a trabajar es que aparecen las incomodidades. Puede tratarse de un escritorio demasiado chico o demasiado grande, una silla que necesita un almohadón, la falta de elementos (resaltadores, colores, un corcho en la pared). La escucha activa de estas cuestiones nos pone en un lugar fundamental: somos herramientas a las que los chicos pueden recurrir cuando necesiten.

Muchas veces a las palabras se las lleva el viento, esto quiere decir que aunque en el discurso estemos diciendo algo -en lo que creemos, por supuesto- en los actos cotidianos estamos dando el mensaje contrario. ¿Cuántas veces nos vemos diciendo “no te pongas nervioso” y nosotros mismos nos ponemos nerviosos por cualquier cosa? Por eso pensar estas claves y ver cómo y en qué situaciones podemos implementarlas va a ser importante para forjar un vínculo en el que nuestros hijos puedan sentir que estamos para ellos.

Promover espacios de estudio y trabajo compartidos es una de las claves

Promover espacios de estudio y trabajo compartidos es una de las claves - Créditos: Getty Images

7 claves para acompañarlos

Le preguntamos a Ianina Samolevich, Licenciada en Psicología y tutora educacional, cuáles son los ítems que no tenemos que perder de vista desde nuestro lugar. Algunos pueden parecer obvios, otros imposibles de llevar a cabo, pero la realidad es que no dejan de ser temas importantes que tenemos que tener en cuenta como facilitadores.

  1. 1

    No confundir dificultad con trabajo.

    Que algo sea “trabajoso” no implica que salió mal o que hay problemas de aprendizaje. Que las cosas nos cuesten no tiene por qué tener una connotación negativa: un error o una duda puede abrir la posibilidad de repensar sobre las acciones y eso siempre va en la línea de crecimiento.

  2. 2

    Ayudar a estudiar no es igual a resolver tarea.

    En ocasiones sucede que ante un ejercicio que se vuelve complicado creemos que resolverlo va a ser la ayuda que se necesita. Eso no es así: tenemos que transmitir paciencia tanto para la comprensión como para abordar consignas y resoluciones. Es más importante leer un texto en voz alta para entender a fondo que solucionar el problema. La autonomía en la resolución de tareas es muy importante, y nuestro rol es, en todo caso, guiar el pensamiento y la reflexión, no buscar el resultado correcto.

  3. 3

    Leer en equipo.

    Abordar textos o contenidos puede ser una nueva actividad compartida y conversada. Escuchar activamente lo que los chicos (nos) leen es la posibilidad de establecer un espacio de intercambio y a partir de él, construir ideas y conceptos. Este ejercicio es el que abre la puerta al pensamiento crítico.

  4. 4

    Ejercitar la paciencia.

    No enojarse ni perder de vista que cada cuál tiene sus tiempos. Mientras enfaticemos en el compromiso y la responsabilidad con el estudio y el trabajo, la velocidad pasa a un segundo plano.Toda instancia puede ser una posibilidad de incorporación de estrategias, herramientas, métodos: cada quien debe encontrar el propio y solo es posible haciendo. Por eso equivocarse o no alcanzar algún resultado esperado puede transformarse en un espacio de reflexión que posibilite la revisión para redefinir un nuevo abordaje. Amigarse con la posibilidad del error: siempre habrá nuevas oportunidades.

  5. 5

    Promover los espacios compartidos.

    Estudiar no tiene que ser una tarea tortuosa o necesariamente solitaria. Una buena idea es favorecer espacios de trabajo compartidos: una mesa o escritorio donde cada quien esté dedicado a su tarea. No es indispensable “meterse” en lo que está haciendo el otro, sino generar un ambiente donde la concentración mande: nosotras podemos trabajar y ellos estudiar. Ambos vamos a estar abocados a lo nuestro, pero también disponibles para responder preguntas o acudir en caso de que necesiten ayuda.

  6. 6

    Sacarle el peso a la nota.

    Poder diferenciar la nota deseada de la necesaria para alcanzar un objetivo es crucial para lidiar con pequeñas frustraciones que puedan surgir. Con esto no apuntamos a hacer lo mínimo e indispensable sino a ser realistas: las expectativas no siempre marcan la importancia de las cosas.

  7. 7

    Enseñar a silenciar los nervios.

    Los nervios surgen por ansiedad y la ansiedad suele nacer por estar pensando escenarios de forma precipitada. Eso no deja de ser una especulación y nos saca del presente, de lo concreto que hay que hacer: resolver un problema, un examen. Felipe, el entrañable personaje de Mafalda es ejemplo de esta situación. Es esperable que aparezcan los nervios pero lo mejor que podemos hacer es aceptarlos e intentar que no tomen toda la situación: focalizarnos en el trabajo realizado y en la prueba por resolver. Es importante ayudar a los chicos a hacer el ejercicio de silenciarlos un momento a través de una acción concreta: respirar, acomodar la cartuchera, respirar, sacudir un poco el cuerpo y recién ahí, continuar con lo que requiere nuestra concentración.

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