
Andar más liviana: ¿cómo liberar el peso de tu mochila vital?
¿Cómo quitarle peso a la mochila que a veces llevamos por la vida? Algunas claves y ejercicios para poner en práctica el arte de sacarnos el enrosque mental.
15 de julio de 2022 • 12:36

¿Cómo ganar liviandad en el día a día? - Créditos: Getty Images
Para estar a tono con la propuesta de este mes, queríamos también que esta nota fuera liviana. O sea, sin tantas teorías, sin tantas metáforas. Una nota que pudiera leerse en puntitas de pie, o mientras un aire suavecito nos corre el pelo de la cara. Así nos proponemos hablar sobre lo sanador que puede ser abrazar la liviandad. ¿Y qué es la liviandad, cómo se siente? Puede ser lo que sea. Bailar una canción que te encanta. Reírte a carcajadas. Dormir una siesta al sol. El primer chorro de agua calentita que te cae en la cara al bañarte. Probar un bocado delicioso. Fijate que en todos esos momentos tenés los ojos cerrados. Porque, por lo general, ahí donde hay liviandad, estamos en presencia. En conexión con eso que está pasando en el aquí y en el ahora. Ni estamos rumiando una situación que está en el pasado ni estamos planificando o previniendo un evento en el futuro. Estamos disfrutando simplemente de lo que es. Bienvenida a un rato de lectura para que estés sin pesos extras, casi, casi flotando en tus propias sensaciones.
Alivianar la mochila
¿Sentís a veces que vas por la vida con un equipaje un poco pesado y que se vuelve incómodo? Andamos por la vida cargando historias. Esas que nos contaron y que ahora nos las contamos nosotras a nosotras mismas. Relatos sobre quiénes somos, qué hacemos bien o qué hacemos mal. También en la mochila van esas culpas que nos encanta sacar a pasear. Esos enojos que nos hacen repasar de memoria situaciones que ya RE fueron. Y también esas decisiones que mal tomamos o que evitamos tomar.
Lo cierto es que es sorprendente el espacio infinito que tiene esa mochila para meterle lo que se te ocurra. Pero lo que sí es limitada es nuestra capacidad de andar acarreando peso muerto en nuestros hombros. Nos duele, nos contractura, no nos deja dormir. Nos da ansiedad, nos tira para atrás..., nos hace caminar más lento. ¿Qué sentís que ya no cabe más en tu equipaje? Te proponemos este ejercicio simple: sin repetir y sin soplar, nombrá cinco historias, hábitos o emociones que te querés sacar de la mochila. Que estés lista para soltar. Escribilas en algún papel. ¿Y qué tal si ahora lo hacés un bollito y lo tirás? ¿O lo quemás? Vas a ver qué liberador.

Ilustración de María Eugenia Hernández
Compartir la carga
El famoso “soltar”, del que ya estamos aburridas de escuchar. La liviandad tiene que ver con ese movimiento tan simple como darte cuenta de que ya no tiene sentido para vos agarrarte de esa historia. O que quizá toque perdonar. O aceptar. O entender. O regalar. “Pero no es tan fácil”, seguro estés pensando. Es verdad. Necesitamos a veces de un otro. No podemos con todo. No deberíamos asumir que podemos siempre. A veces nos exigimos porque parecería ser que si lo logramos solas, somos más fuertes. Y seguramente la verdadera fortaleza esté en compartir la carga. En encontrar esos socios de la vida para dividir el peso entre varias mochilas. ¿Cuántas veces pasa que entre hermanos no nos ponemos de acuerdo en quién cuida más a un familiar? ¿O parejas desparejas en donde la gestión de la casa la carga solo uno?
Compartir la carga también es parte de alivianar tu mochila. De sentir confianza en que podés tirarte con los ojos cerrados hacia atrás y sentir que alguien te ataja. De construir una red amorosa para que tus piruetas en el aire tengan algún colchón blandito en el que puedas caer. O descansar. ¿Y si lográs soltar? ¿Cómo se siente el vacío que queda disponible cuando soltamos algo que agarrábamos fuerte? En esta época en la que vivimos, el vacío tiene mala prensa. Está asociado con la depresión, con la improductividad. Pero... ¿qué tal si ese vacío es una pausa? Un momento para respirar, para quedarse en silencio. Para aburrirse. O para jugar.

Ilustración de María Eugenia Hernández
6 actitudes que suman peso
Así como te contamos que hay cosas que te elevan y te hacen sentir casi flotando, también están esas otras actitudes “ancla”, que te tiran para abajo y le agregan peso y enrosque mental a tu cabeza. ¿Cuáles son algunos de los enemigos de la liviandad?
1
Acumular: metafórica y literalmente. Acumulamos conversaciones que nunca ven la luz y acumulamos objetos a los que muchas veces les otorgamos carga emocional (pero ¡carga al fin!). Acumulamos preguntas que no hacemos y guardamos cajas con el cuaderno de comunicaciones de primer grado porque “algún día lo voy a querer volver a ver”. Frená. Pará de leer y andá ya a elegir cuatro cosas que tengas en tu casa para donar, regalar, tirar y prestar. Hacé espacio para la liviandad.
2
Criticar: nos engancha y enrosca con situaciones negativas. Ponemos el foco en hacer crecer algo que vemos y no nos gusta. ¿Para qué? Enfocá en lo que sí te gusta, hacé crecer la posibilidad, contagiá buena onda, que todo va y vuelve.
3
La exigencia / el perfeccionismo: “mejor hecho que perfecto”, dice la frase. Lo perfecto no existe y a veces nos quedamos trabadas en “hasta que no sea perfecto, no lo hago” y al final no lo hacemos nunca. El proceso de buscar la perfección es un proceso pesadísimo, interminable, agotador. Hay una nueva movida en empresas que es súper interesante que se llama “agile” (“agilismo”), que trae una mirada liviana a los procesos de aprendizaje en empresas. Tiene que ver con el hacer y probar en la marcha para equivocarse rápido, chiquito y barato y ajustar en el camino. ¡Es genial! Porque se valora el error en el proceso de aprendizaje y se prueban ideas que pueden parecer, en teoría, alocadas, pero son brillantes en la práctica. ¿Cuán agile sos?
4
La queja: es una posición que nos limita toda posibilidad de acción. Porque, por definición, la queja expresa algo malo que es responsabilidad de algo ajeno a mí misma. Eso de lo que me estoy quejando se encuentra en el campo de acción de un tercero, no mío. Lo contrario de la queja no es una felicitación, sino la acción, el movimiento.
5
Rumiar con la mente: esos son los clásicos pensamientos automáticos. Que empiezan y terminan en un loop, en repetición. Conversaciones privadas que nos pesan en la cabeza y no logramos traducir a la oralidad. Fijate que aflojan simplemente cuando te das cuenta. Tienen poder y efectividad cuando lo hacemos en transparencia, sin ver que lo estamos haciendo, y pierden todo su poder cuando alertamos de su presencia.
6
El rencor: esto implica estar enojada por mucho tiempo, resentir. Qué importante es resolver el enojo para sentirnos más livianas. Acordate de que las emociones vienen a pedirnos una acción. Y el rencor es creer que la acción que nos pide el enojo es odiar o permanecer en el sentimiento. Cuando, en realidad, el enojo siempre pide un “basta”, un soltar, un conversar, un perdonar, un sanar.
Experta consultada
Lic. Inés Dates. Nuestra psicóloga. @ines.dates.viviendo.

Ilustración de María Eugenia Hernández
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