Al salir de Buenos Aires el Ministerio de Relaciones Internacionales daba algunos consejos para todos aquellos que estuviesen por viajar a Brasil.
Entre asegurarse de tener la documentación al día o darse algunas vacunas, se destacaba un párrafo sobre la "Ley de Basura Cero" (Lixo Zero), una normativa muy estricta con respecto al desecho de residuos en la vía pública, con multas desde 160 hasta 3000 reales ($800 a $15000), dependiendo de la magnitud de la falta. En caso de que alguien resulte sorprendido tirando papeles, colillas de cigarrillo, latas o botellas en la vía pública, podrá ser multado.
Este programa, desde agosto de 2013, está en manos de la Compañía Municipal de Limpieza Urbana de Rio de Janeiro (COMLURB) quienes, junto a guardias municipales y agentes de la Policía Militar, circulan por la ciudad en busca de infractores.
A los extranjeros que no cumplen con esta norma se les solicita el pasaporte con el objetivo de impedir la salida del país de quienes no paguen la multa.
En este momento a los 200 millones de habitantes del Brasil nos sumamos cientos de miles de personas de todas las latitudes, con nuestras diferentes maneras de entender el juego y la pasión del fútbol, pero también con diferentes costumbres, hábitos y educación.
Sería, como mínimo, incoherente que una celebración de esta magnitud carezca de consciencia ecológica y respeto por el mundo y los seres que lo habitamos.
Una de las primeras cosas que me llamo la atención en Río fue la limpieza de sus playas, sus calles y hasta sus baños públicos. Resultó realmente evidente como la medida trascendía los anuncios para ponerse realmente en práctica.
La última vez que estuve en Río (hace muuuuuchos años) las montañas de basura por las playas llegaban a bloquear el paso. Hablando con los habitantes de la "cidade maravilhosa", dentro de lo poco conforme que están con la realización de la copa en Río, destacan esta iniciativa y reconocen que el cambio es impactante.
Un claro ejemplo de las distintas costumbres de los hinchas de distintas partes del mundo que me llamó la atención fue la semana pasada cuando leí que los japoneses que vieron perder a su Selección contra la de Costa de Marfil, antes de abandonar el estadio se organizaron para limpiar toda la tribuna que habían ocupado. Nadie se los había pedido, ellos solos iniciaron la acción. Debo reconocer que esto nada tiene que ver con el día que presencié el partido Argentina-Bosnia en el Maracaná. Las tribunas estaban llenas de hinchas de todo el mundo, al comprar una gaseosa te daban un vaso enorme con inscripciones de la fecha, ubicaciones, y equipos que se enfrentaron. Era muy llamativo ver como al finalizar el partido, después de los cantos y festejos, todos se llevaban esos vasos de recuerdo, pero el paquete de papas fritas, los papeles de hamburguesas y de helados, empapelaron las escaleras y asientos del lugar.
El Domingo estábamos con todo el equipo en una playa de Copacabana y había un grupo de brasileños al lado nuestro. No los había notado especialmente hasta que uno de ellos, Luiz, se acercó a la orilla a fumar. No sólo tiró la ceniza, sino que al terminar el cigarrillo lo enterró en la arena. No pasaron cinco segundos que dos hombres vestidos de azul se acercaron para multarlo. Pude ver como el infractor trató de que se la perdonen pero un rato después cuando me acerqué para averiguar qué había pasado me miró con cara de resignación y me dijo: "Estamos en un punto como sociedad que si no nos aprietan no hacemos nada. Se não for obrigado, não se faz".
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