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Ecuador: homenajear a los muertos, el ritual ancestral que perdura

Una visita al cementerio indígena de Otavalo, donde cada 2 de noviembre, Día de los Difuntos, el pueblo se reúne con música y comida entre las tumbas




El cementerio indígena de Otavalo, a 100 km de Quito

El cementerio indígena de Otavalo, a 100 km de Quito - Créditos: Andrea Ventura

La familia está completa. La abuela, los hijos, los nietos, con sus mejores ropas: ponchos, sombreros, faldas negras largas y blusas blancas bordadas. De a poco, se organizan y se instalan en el lugar de siempre. Una de las hijas sostiene un paraguas para contener los rayos violentos del sol, que caen perpendiculares a la tierra, casi sin hacer sombra, como en todo Ecuador. Se sientan y sacan la comida de sus grandes bolsas. Cuando me acerco, muy amables, me convidan con un plato de porotos hervidos de diferentes variedades. Tomo apenas un poco y lo como todo. Dejar algo sería interpretado como desprecio.
Parece un picnic como cualquier otro... salvo un detalle, estamos en el cementerio de Otavalo, un pequeño pueblo a 100 km al norte de Quito, que es famoso por el gran mercado de artesanías típicas que se organiza cada día en la plaza principal.
Pero hoy, buena parte de la población abandonó las tranquilas calles pueblerinas, de casas bajas, para sumergirse en el culto ancestral de venerar a los muertos. Cada 2 de noviembre, Día de los Difuntos, e incluso varios días antes, los locales se acercan a rendir homenaje a los que no están, les llevan comida, les limpian las tumbas, les rezan, los actualizan con las novedades de la familia, los acompañan. Incluso hay grupos con guitarras que les cantan sus canciones favoritas. No se respira tristeza, sino casi celebración.
Es un cementerio indígena, como prefieren llamarse los representantes de los pueblos originarios de la zona, los otavalo, preincaicos, que llevan sangre pura, sin una gota de ADN europeo. Un alto porcentaje de la población ecuatoriana, (35%) es indígena, que preservan sus tradiciones, aunque muchas maridadas con las costumbres españolas en un sincretismo religioso armónico.
De hecho el 95% de la población ecuatoriana es católica practicante. Con la colonización se amoldaron las creencias ancestrales con los preceptos del Vaticano.
Las tumbas están repartidas en la ladera de una montaña, una al lado de la otra, casi sin espacio para caminar y con una vista abierta al valle y los cerros de alrededor.
Prácticamente se va a los saltos, para no pisar donde no se debe. Muchos todavía entierran a sus muertos sin cajón, directamente en la tierra como se hacía hace siglos.
Las cruces son todas diferentes, artesanales, casi caseras, muchas escritas con marcador grueso. La mayoría tiene flores cuidadas, arregladas. Algunos hombres con tachos de pintura se encargan de pintarlas. Otros cavan, mejoran, siembran pasto, ponen rejas. Son dueños de esas parcelas de tierra y de sus muertos.
En Ecuador, como en México y otros países americanos el culto a los muertos es sagrado. Aquí el Día de Difuntos es feriado nacional, con negocios cerrados y cementerios repletos de visitantes.
Es casi una obligación acercarse a visitar a los que se fueron. En los cementerios de Quito, para dejar una flor y rezar. Aunque, claro, con extras nada convencionales. Pauliana Tamayo, una de las cantantes más reconocidas de Ecuador, salió a escena en el camposanto Monteolivo para dar un recital de música tradicional a pasos de las tumbas para una multitud que soportó el sol del mediodía.
El Día de los Difuntos se bebe colada morada y se comen guaguas de pan, que los venden e incluso los regalan por todos lados: panaderías, supermercados, en el mirador del teleférico de Quito y hasta en la entrada de los cementerios. Es casi una obligación probarlo.
La colada morada, muy dulce, espesa y que se sirve calentita, está hecha de maíz negro, mortiño (similar a un arándano, pero más pequeño), mora, ananá, cáscara de piña, naranja, clavo de olor, pimienta dulce, frutilla, durazno, canela, naranjilla, azúcar, maicena y varias hierbas de la zona. Según quién la haga, hasta se necesita cuchara para comerla por lo espesa.
El cementerio indígena de Otavalo, a 100 km de Quito

El cementerio indígena de Otavalo, a 100 km de Quito - Créditos: Andrea Ventura

Las guaguas de pan son unos pequeños pancitos dulces rellenos con mermelada, con forma de niño, decorados con colores. Sólo el cuerpo, sin brazos ni piernas.
Según la historia, los indígenas tenían la costumbre de una vez al año desenterrar a los muertos y llevarlos a pasear por el lugar como manera de recordarlos. Con la llegada de los españoles esa costumbre se terminó. Pero se mantuvo el ritual de agasajarlos una vez por año y se empezaron a elaborar las guaguas de pan, que se les lleva como ofrenda.
También para estas fechas se organizan visitas guiadas a cementerios.
Quito Eterno, una organización cultural, ofrece recorridos teatralizados que se sumergen en el pasado y reviven los rituales ancestrales en torno de la muerte. El cementerio de San Diego, muy cerca del casco histórico de Quito, abre las puertas de noche para caminar entre las tumbas a oscuras y escuchar estas historias protagonizadas por un personaje que se escapó de la muerte.

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