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Francisco García Ibar, el adiestrador que lleva a los perros de vacaciones

Se lleva los perros de ciudad a conocer el campo y es ejemplo de una entrega de vida al amor canino




Créditos: Sofía López Mañan

Conoció a Bomba a los cuatro años. Era antisocial y agresivo. Cuando lo veían venir, los perros de Belgrano se cruzaban de vereda. Un labrador enorme con reputación de problemático; ese fue el primer perro que paseó Francisco García Ibar y con el que más se encariñó. Entendió que su conducta le causaba sufrimiento, así que quiso aprender cómo ayudarlo. Después de dos años de estar con él, entró a la carrera de adiestrador de perros en la UBA y se dedicó a él.
Francisco nació en Zárate. Durante su infancia se pasó los veranos y los fines de semana en el campo de su abuelo. En esa casa había lagartos, un mono y, por supuesto, vacas, ovejas, caballos y una jauría. Fue ahí donde observó la diferencia de comportamiento entre sus perros, que en la semana estaban en el patio de la casa, ladrando a los desconocidos, y los sábados y domingos se ponían mansos con el resto de la manada.
A los 18 se mudó a Capital Federal a estudiar cine. Estaba mucho tiempo en Barrancas de Belgrano para no estar encerrado y ahí empezó a interactuar con los perros de la plaza. “Yo les tiraba la pelota y enseguida se enganchaban conmigo mientras sus dueños estaban quietos esperando que el perro se distrajera solo”. Muchas de esas personas se enojaron con él porque sus mascotas se quedaban jugando con Francisco en lugar de acudir a sus llamados. Algunos, en cambio, le pidieron que las paseara. Empezó con un perro y luego se armó un grupo tan grande que tuvo que llamar a uno, dos, tres, hasta diez amigos. Hasta que llegó a haber 70 perros en recorridos simultáneos y diferentes por la ciudad.

UNA VIDA DE PERROS

El emprendimiento de paseador de perros iba bien hasta que, un día, la dueña de Bomba le dijo que se iba de vacaciones y le preguntó si se lo podía cuidar. Francisco le dijo que sí y se lo llevó al campo de su abuelo en tren, como hacía él todos los fines de semana. Al principio, el perro demostraba su hostilidad, hasta que las caminatas y los estímulos del campo lo aflojaron. “En la ciudad los perros no pueden tomar decisiones. Están con correa, los pasean, no pueden seguir su instinto”. Esa fue la primera vez que Bomba tuvo un acercamiento amistoso con los demás, y finalmente pudo integrarse a la manada. “Él fue el caso más importante para mí, verlo socializar, recuperarse, dar lo mejor que podía como raza, significó mucho para mí”. Una cosa llevó a la otra y hoy Francisco dirige una empresa que pasea perros durante la semana en la ciudad, tiene retiros de fines de semana en el campo, adiestramientos de todas las razas y la colonia de vacaciones durante el verano y el invierno.
“Mi vida es una vida de perros. Duermo con perros, como con ellos, mi ropa está llena de pelos, el olor ya no lo siento. Cuando me quedo en el campo, los perros que llevo de huéspedes son de departamento, están acostumbrados a dormir adentro, en un sillón o una cama, así que vivo rodeado. Y me encanta”. Salvo los curiosos o los mimosos, los demás llegan a la noche cansados de las actividades y duermen hechos un bollito en todos lados de la casa. En Buenos Aires, Francisco tiene tres perros propios y solía tener un gato. “Amo los gatos, aunque estaba tanto con perros que se comportaba como uno más, salía a pasear con la manada. Ahora me pasa con Corchi, mi perrito, que se cree caballo”.
Todo el día están juntos, en la ciudad, en el campo, en la camioneta. No tiene tiempo en soledad. Su plan para sumar amor a sus días de recién llegado a la ciudad se convirtió en toda una vida. Ahora, con 35 años, los perros que empezó a pasear hace 15 años ya están llegando a su fin de ciclo. Por ejemplo, así le pasó con Goy, un perro de una señora recién divorciada que se lo dejó por un mes mientras se mudaba de una casa con patio a un departamento chico, pero después renovó las vacaciones del perro una vez, dos veces, hasta que le pagó por jubilarlo como en un geriátrico en el campo. Un año y medio estuvo con Goy, hasta que murió. “Al principio, era muy difícil, quedaba afectado varios días, pero ahora intento tomarlo como un proceso natural. Igual, me rompe el corazón”.

¿Qué es La Manada?

Durante los meses de verano, Francisco organiza una colonia perruna en su campo de Zárate, con caminatas, actividades y hasta un tanque australiano, una gran pileta canina, donde los perros saltan como niños al agua.

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