Cada minuto despegan 70 aviones de pasajeros en el mundo y más de 10.000 aeronaves surcan simultáneamente los cielos, como se puede comprobar en tiempo real en webs como Flight Radar: un enjambre de aparatos voladores que cubre países y continentes. A bordo de ellos, cerca de 1,5 millones de personas se desplazan permanentemente de un lugar a otro del planeta.
"A principios de 1940, París estaba a seis días caminando desde la frontera con Bélgica, a tres horas en coche y a una hora en avión. Hoy la capital está cerca de cualquier otro lugar", escribe el urbanista teórico francés Paul Virilio en Velocidad y política, un ensayo sobre la tecnología y su relación con la velocidad y el poder. Nunca se habían dado unas condiciones para la movilidad como ahora. A ello han contribuido la disrupción tecnológica de Internet, los móviles y el boom del low cost: en la última década, el mercado de los vuelos de bajo costo casi se ha triplicado en Europa, donde dos tercios de la población viven a menos de una hora de un aeropuerto.
Cada minuto despegan 70 aviones
Un billete de avión cuesta hoy menos de la mitad que en 1999, según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA). "Hoy, más de la mitad de los turistas se mueven en avión y aumentarán a cerca de 1000 millones en 2036", afirma John Leahy, director de ventas de Airbus. En este escenario de cielos saturados irrumpen los vuelos de larga distancia y sin escalas impulsados por una nueva generación de aviones más pequeños y eficientes que gastan mucho menos combustible, tardan menos y ofrecen mejores tarifas.
Viajar es cada vez más fácil y barato, pero esto también tiene consecuencias. El exceso de turistas amenaza con matar de éxito a ciudades como Berlín, Venecia o Ámsterdam. Sus habitantes sufren "turismofobia". Ámsterdam, que recibe cerca de 18 millones de visitantes anuales, acaba de prohibir la apertura de nuevas tiendas para turistas en el centro, un gesto con el que trata de evitar que los locales de comida rápida desplacen a los comercios tradicionales.
"La facilidad en los desplazamientos se ha convertido en un cuasi derecho social, como la salud o la educación, o en un bien público, como el agua o la electricidad, del que nadie debiera ser privado", afirma el sociólogo francés Georges Amar, autor de Homo mobilis: la nueva era de la movilidad. "Pero ir lo más rápido posible, lo más lejos posible o lo más frecuentemente posible no es la condición necesaria ni suficiente de una buena movilidad. Lo que cuenta es la riqueza de las oportunidades, la creación de relaciones fecundas y las experiencias".
Según Amar, acabamos de entrar en la era del movimiento. "Hemos descubierto que la movilidad es algo abundante y barato y la usamos indiscriminadamente o protestamos contra cualquier restricción. Hemos pasado de un mundo en el que era la excepción a un mundo en el que es normal, y es otro mundo, otro espacio-tiempo, otro imaginario con otras herramientas, servicios e infraestructuras, con nuevas regulaciones y valores. Apenas nos hemos asomado al borde y tenemos que aprender todo de nuevo. Todo está por descubrir, por inventar, por regular. La cultura del movimiento todavía está en pañales".
¿Qué nos impulsa a viajar? ¿Qué nos hace "homo mobilis"? En una ocasión le preguntaron al oceanógrafo francés Jacques-Yves Cousteau qué lo había empujado a explorar los mares del planeta. "La curiosité", respondió. La curiosidad. "Saberse nómada una vez basta para persuadirse de que volveremos a irnos, de que el último viaje no será el final", escribe el profesor francés de filosofía Michel Onfray. Su Teoría del viaje, poética de la geografía es un manifiesto a favor del nomadismo. "El viajero concentra el gusto por el movimiento, la pasión por el cambio, el deseo ferviente de movilidad, la incapacidad visceral de la comunión gregaria, la furia de la independencia, el culto de la libertad (...). Viajar supone por tanto rechazar el empleo del tiempo laborioso de la civilización en beneficio del ocio inventivo y feliz".
Isidoro Merino
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