La Liubliana de Melania Trump
La ciudad donde creció la potencial primera dama de EE.UU. fue nombrada Capital Verde europea, entre otras cosas, por su obsesión por las bicicletas
14 de agosto de 2016
Encaramado en una colina, el imponente castillo de Liubliana es el hito más distintivo de la encantadora ciudad - Créditos: Latinstock
LIUBLIANA (The New York Times).– Si va a contratar un guía para hacer una excursión a pie por Liubliana siguiendo los pasos de la joven lugareña Melania Trump, nadie mejor que su ex novio. Para comenzar, Peter Butoln, de corbata, blazer azul y cabellera rubia peinada hacia atrás debajo de unos anteojos de armazones dorados, asume el rol. Además, Butoln, que se dedica a las relaciones públicas, es una importante fuente de información, no sólo sobre esta encantadora ciudad medieval de techos terracota y fuentes barrocas, sino también sobre la potencial futura primera dama de los Estados Unidos, quien asistió a la escuela secundaria aquí como Melanja Knavs hace casi treinta años.
Era primavera y me encontraba en Eslovenia haciendo entrevistas e investigando para hacer un perfil de la Sra. Trump para The Times. Una mañana, en Prešernov trg, la histórica plaza entre la Ciudad Antigua y los barrios del siglo XIX que se extienden sobre la orilla oeste del río Ljubljanica, Butoln se presentó bajó la estatua de bronce del poeta esloveno France Prešeren. El poeta estaba representado con la mirada anhelante puesta hacia la ventana de la mujer que inspiraba sus versos románticos, y Butoln miraba atentamente en la misma dirección, al bar al aire libre llamado ahora Kavarna Tromostovje, donde le echó el ojo por primera vez a la Sra. Trump.
“El bar –comentó– se llamaba Cola de Caballo”.
Cruzamos el Puente Triple, una obra maestra adornada con balaustradas y cristales de color blanco, compuesta por un puente de piedra que data de 1842 y dos puentes laterales diseñados por el arquitecto Jože Plecnik en 1932. Desde aquí fuimos al Café Romeo, donde, según Butoln, la Sra. Trump bebía gaseosas y él vino mezclado con Cockta, una versión empalagosa de la Coca-Cola en la era Tito. Señaló el salón de baile (“una linda discoteca”), convertida ahora en un restaurante llamado Sokol, decorado con halcones embalsamados. Seguimos caminando río arriba, por calles empedradas y serpenteantes marcadas por melodías de violines que emanan de las academias de música clásica, mientras nuestro guía nos recomendaba restaurantes y rendía tributo a los hitos históricos.
“Aquí están las famosas escalinatas”, dijo frente a la iglesia de San Florián. “Si uno quería ponerse romántico, subía al castillo”.
En las últimas tres décadas, la Sra. Trump –que creció en la pequeña localidad de Sevnica antes de mudarse a Liubliana para asistir al colegio secundario– pasó de ser una adolescente eslovena a modelo internacional y esposa del candidato republicano, y a vivir en la Torre Trump y Mar-a-Lago con su marido e hijo. Ella maduró y cambió. Al igual que Liubliana (que se pronuncia Liu-blia-na), que se convirtió en la capital de Eslovenia luego de que esta nación se independizó de Yugoslavia en 1991.
“Teníamos el problema de situar la ciudad en el mapa”, dijo el alcalde, Zoran Jankovic, a quien se le atribuye el haber revitalizado esta gema no tan secreta del sur de Europa del Este.
El hito más importante de la ciudad, el Castillo de Liubliana, es un imponente complejo medieval, que alberga objetos eslovenos (una rueda y eje de hace 5000 años, frescos medievales) y una torre de vigilancia que da a iglesias católicas, ortodoxas y protestantes; los dragones de bronce que custodian el Puente del Dragón; los elegantes toques art nouveau de los edificios y puentes; los barrios comerciales de la ciudad; y las colinas que la circundan.
Turismo y estrellas Michelin
Desde que la Sra. Trump la hizo famosa, Jankovic cerró el casco histórico al tránsito, extendió el horario de los comercios, mejoró mucho los restaurantes y erradicó prácticamente el delito. La ciudad tiene ahora el JB Restavracija, un restaurante con estrellas Michelin que lleva las iniciales de su chef, Janez Bratovz, y un millón y medio de turistas al año que pernoctan allí, tres veces como lo hacen desde 2007. Más de 55.000 estudiantes universitarios, 7000 de los cuales provienen del extranjero, llenan los modernos cafés y galerías espontáneas, y beben cerveza eslovena de calidad media (Lasko) y buen vino esloveno (Movia Brda). La ciudad renovó hace poco su Ópera y Galería Nacional. La música está en todos lados.
Y este año, en reconocimiento de los avances en ecología de esta ciudad obsesionada con las bicicletas, la Comisión Europea designó a Liubliana como la Capital Verde Europea de 2016. Para celebrarlo, el castillo recibe un baño de luz esmeralda por la noche, que proyecta un ambiente de “Mago de Oz” por las tardes. Las mañanas se llenan con el tintineo de las tazas de expresos y el murmullo de las conversaciones en el Bar Pritlicje, un café de moda y sede de la escena gay de la ciudad en la planta baja del Ayuntamiento.
La ciudad exuda una vibra de cordialidad y bienvenida. Pero al igual que en los Estados Unidos, donde la Sra. Trump atrajo a la crítica por hacerse eco de su esposo y copiar frases de Michelle Obama, Liubliana a veces se muestra menos tolerante con su antigua ciudadana.
El Antique Palace & Spa, el hotel más lujoso - Créditos: Latinstock
“No creo que vuelva”, comentó Jožica Trstenjak, una diseñadora que estaba enmendando vestidos en el atelier de Singer Atelier & Caffe, un lugar que la Sra. Trump solía frecuentar cuando se llamaba Bar Clementino. Ella no creía que la ciudad sufría su ausencia. “Es otra ciudad con nuevos bares”, agregó Trstenjak. “Es mucho mejor”.
En la vereda de enfrente al café, un cartel anunciaba una ópera de Janácek bajo la luz de extravagantes candelabros al aire libre. El arte florece aquí como los botones de oro en las colinas circundantes. Liubliana es una ciudad gratificante para recorrerla, incluso sin los chismes de Butoln.
No muy lejos del café Singer me sentí atraído por el olorcito a pan recién horneado que salía de la panadería Pekarna Osem, donde amasan ocho (“osem”) variedades de pan todas las mañanas.
Siguiendo por una calle ondulante flanqueada por tiendas y galerías se encuentra Piranske Soline, un local que vende bolsitas de telas llenas con la preciada sal eslovena, un “tesoro nacional” del Parque Natural Salinas de Secovlje. Cerca del río, boutiques como Lola vende fundas para asientos de bicicleta con motivos florales.
Y si bien la Sra. Trump visitó Eslovenia sólo una vez, su capital atrae a su cuota de aprendices de famosos. Muchos de ellos se alojan en el Hotel Antique Palace & Spa, un palacio del siglo XVI que se promociona como el hotel más lujoso de la ciudad y tiene una pared con los nombres de sus huéspedes ilustres como la estrella de la N.B.A. Dirk Nowitzki, miembros de Il Divo y la exitosa soprano lírica Anna Netrebko. En una visita reciente, el embajador de Montenegro escudriñó las amplias habitaciones con frescos. Se lo veía impactado. No le mostraron el salón de exposiciones de Ikea de una suite en la que me había alojado.
En Compa, un restaurant informal en la zona más de moda y animada del centro, los clientes habituales se reúnen junto a un viejo almanaque de Tito, mientras el chef esparce sal eslovena sobre bifes perfectamente grillados y radicchio de Treviso. El goulash de Gujzina es mortal, aunque los ñoquis al pesto con semillas de calabaza no fueron tan inolvidables como la famosa Prekmurška gibanica, una torta en capas con semillas de amapola, nueces, manzana, pasas y queso cottage. Todo podía regarse con excelentes vinos o Radenska, un agua mineral efervescente, de sabor salado, lo suficiente como para hacer gárgaras.
“Esnobilandia”
Algunos lugareños se quejan del fenómeno Trump, ya que la afluencia de extranjeros atraídos por los encantos de la cuidad afectan el carácter esloveno.
En Valentin, un restaurante de pescados en un elegante comedor detrás de una pescadería de cerámicas blancas, el mozo temía que la ciudad hubiese alcanzado un momento crítico. El idioma esloveno sólo se oía de día, comentó. A la noche, el italiano, el alemán y el inglés, acallaban la lengua nativa.
Y sin embargo, no vi gorras con leyendas como “Make Liubliana Great Again” (Hágamos nuevamente de Liubliana una gran ciudad). Al contrario, muchos lugareños atribuyen a los inmigrantes y turistas la apertura de la ciudad luego de décadas de dominio comunista.
En el parque Tivoli, los magníficos jardines y fuentes que se extienden a pocas cuadras de la feria al aire libre y el teatro de marionetas, la gente se tira en el césped a tomar sol. Los adolescentes se congregan debajo de la estatua de Ivan Hribar, el alcalde que se ahogó en el río cuando los fascistas italianos anexaron parte de Yugoslavia en 1941, y se mezclan entre los turistas en las heladerías del nivel de las de Italia. Los viernes a la noche, la movida está claramente en Kit Kat Club, la discoteca neoyorquina donde se conocieron los Trump en 1998. Los bares a orillas del río están tan repletos de gente linda que el novelista esloveno Lenart Zajc apodó a la zona “esnobilandia”.
Comienza con Patisserie Lolita, decorada con lámparas colgantes con forma de cerezas rojas, y llega hasta la Casa Eslovena, que conserva las tradicionales cafeteras de antaño. Está también el Vander Urbani Resort, con almohadas de Veuve Clicquot y una piscina de un resplandeciente turquesa en la terraza. Kavarna Macek, un café muy conocido, exhibe fotos de residentes comunes en las paredes.
Al echar un vistazo, me di cuenta de que la Sra. Trump estaba ausente.
“Ella no va a estar en la pared”, comentó Tannja Janjo, una camarera, con tono de enojo.
Esto no quiere decir que toda Liubliana rechace a la Sra. Trump.
En Tozd, un café que exhibe una bicicleta en la pared, ceniceros de la era de Tito en las mesas y sirve tapas con nombres de estrellas del pop de la década de los años 80 (“el Samantha Fox –melón, jamón, aceitunas”) en el menú, Gasper Oblak, un mozo, confesó que estaría encantado de incluir las tapas “Melania”.
“Serían refinadas”, agregó. “Con trufas y caviar”.
“Y con un toque esloveno”, interpuso Andraz Strgar, otro mozo, que se detuvo a pensar antes de preguntar; “¿un poco de sal?”.
Traducción: Andrea Arko