Antes de comenzar a escribir mi última novela, realicé viajes e investigaciones dentro y fuera de la Argentina para tomar conocimiento directo de los escenarios donde se iba a desarrollar la trama que me venía obsesionando desde hacía tiempo.
Uno de esos lugares, muy sugerente, se encontraba en los Estados Unidos. Sabía que nada podía ser tan movilizador como recorrer los sitios por donde se desplazarían los inquietos personajes que daban vuelta en mi cabeza. La experiencia me permitiría habitar en los más secretos rincones de su alma y comprender y expresar mejor sus impulsos.
Fui, pues, a Denver, en el centro de ese país, y me lancé a recorrer una ruta bañada de sol con los cinco sentidos alertas. Buscaba datos e inspiración. Reconozco agradecido que ambos me llegaron a manos llenas.
La novela -titulada Los iluminados, tiene un prólogo ambientado en Buenos Aires, pero enseguida la acción salta a una pequeña ciudad norteamericana llamada Pueblo (en la vasta región que Estados Unidos arrebató a México durante la primera mitad del siglo XIX hay varias poblaciones que llevan ese nombre simple y tan evocador).
Realicé el viaje en auto, casi en forma recta hacia el Sur. Partí de Denver, capital del Estado de Colorado, al pie de las imponentes montañas rocallosas. Pero entre la populosa Denver y la íntima Pueblo había una serie de lugares que tuve el acierto de visitar. Como dijo Oscar Wilde, "uno se puede resistir a todo, menos a la tentación".
A poco andar me desvié de la ruta para acercarme a un paraje llamado Las Siete Cascadas, unánimemente elogiado por su belleza, que contrasta con las planicies yermas del entorno.
El agua cae a pico desde las alturas en medio de un tupido bosque de coníferas. Se puede avanzar por los bordes de las sonoras franjas líquidas mientras las gotas salpican alegres y la imaginación se nutre de energía. Aquí se desarrollará una historia de amor, decidí, cosa que cumplí unos meses más tarde al redactar la correspondiente escena.
Luego continué viaje hasta la ciudad de Colorado Springs, pocos kilómetros más lejos. Es famosa por el magnífico fondo de los Pike´s Peaks, unas de las montañas más altas del país, desde cuyas cumbres se domina una vasta extensión que llega en los días luminosos hasta el límite con Kansas. La popular canción America the beautiful (equivalente a nuestra Aurora) fue compuesta por un poeta allí mismo.
Colorado Springs tenía para mi novela una importancia cardinal porque en uno de sus mejores centros de convenciones tuvo lugar un trascendental congreso de sectas religiosas con organizaciones neonazis y representantes de milicias armadas. Era parte de la trama que venía urdiendo. Ese congreso se realizó hace pocos años gracias a maniobras de disimulo, amparado por la libertad de expresión que garantizan las leyes. Tomé la decisión de que en mi novela -aunque se trataba de una novela- figurase los verdaderos nombres de esas entidades siniestras y también los nombres y apellidos de muchos participantes incluyendo, además, parte de sus discursos.
El paisaje es paradójicamente maravilloso y evoca el sur de Baviera, donde Hitler tuvo una de sus residencias, o porciones de Austria, donde ahora logró cuotas de poder el xenófobo Haider. Es curioso que, a veces, ciertos escenarios se articulen con personajes e historias que parecen sus antónimos.
Aliento sobrenatural
En el curso del jugoso viaje hacia Pueblo también pasé por el llamado Jardín de los Dioses. Se trata de un territorio completamente distinto. Prevalece la aridez. Impresionantes formaciones rocosas generan vértigo y perplejidad.
A cada paso uno espera la sorpresa de un golpe de magia. Huevos, obeliscos, curvas y paredones anuncian con ecos y sombras la presencia de seres sobrenaturales. Algunos logran verles un borde, pero casi todos sienten la caricia de su aliento.
Por fin llegué a Pueblo, que era como ingresar en las primeras páginas de la novela que ansiaba comenzar a escribir. Fui recibido por los doctores Haydée y Gregorio Kort, ambos argentinos y reconocidos psiquiatras, cuya generosa paciencia y hospitalidad facilitó que me embebiera de la vida y milagros de esa remota localidad. Incluso fuimos a la taberna de Gus, donde me hicieron saborear el típico Dutch plate, regado con whisky y cerveza.
El viejo resultó inolvidable. Los iluminados lo reproduce en parte. Aspiro a compartirlo con mis lectores. Y, sobre todo, aspiro a que también lo disfruten.
Hacia el Sur