En la cocina de mi abuela Yaya hay un banquito blanco, donde yo me sentaba cuando era chiquita, y veía las claras de huevo convertirse en merengue. Cuando terminaba, ella me daba las aspas del batidor para probar cómo había quedado. Siempre era rico.
Todavía la llamo para preguntarle cómo sacar las manchas de la ropa, desde vino hasta café. Porque por más que los jabones y quitamanchas se hagan propaganda, ella sabe cuál usar, cuándo y dónde.
Ella me hizo con su máquina almohadones y cortinas para mi casa. Y cuando viene, no dice nada, pero mira a su alrededor con cara de "ay nena, si vengo te doy vuelta la casa en un plisplás".
Ella, que nunca trabajó afuera de su casa, me dice que me felicita por estudiar, y se preocupa cuando trabajo hasta tarde, pero yo sé que su trabajo siempre fue mucho más difícil que el mío, y que requiere de más talento y esfuerzo.
Mi abuela me llama cuando hace mucho que no la visito, y me dice "me tenés abandonada". Me prepara ñoquis de sémola para frizar, para que descongele cuando esté cansada. Y eso que tiene 7 nietos. Es una abuela ocupada.
Estos días estuve pensando cómo ella y mi abuelo eran un equipo que funcionaba muy bien. Él trabajaba todo el día, y ella hacía alcanzar el dinero perfectamente. Y un día, en el que ella estaba enferma y le pidió a él un té, mi abuelo le tuvo que pedir indicaciones porque no sabía cómo se hacía. Literal, chicas, mi abuelo nunca se hizo un té. En fin.
Nacho y yo hacemos los dos, las dos cosas. Él plancha bien, y yo cocino bastante rico. Pero la verdad es que trabajamos mucho más de lo que nos ocupamos de la casa: muchas noches terminamos tarde, y pedimos empañadas, o usamos las camisas sin planchar. El otro día vino la tía de Nacho y le dimos pena y nos lavó los platos. En el cuartito del fondo todavía nos quedan cajas por abrir y acomodar. Por eso, los resultados demuestran que, como equipo, mis abuelos nos ganan por goleada.
Capaz las abuelas eran, y son, superdotadas para lograr esos espacios acogedores, (no nos tenemos que sentir mal, chicas). Como que vino un hada y dotó a toda una generación de ese talento mágico. O capaz era que estaban dedicadas a eso, y no distraídas por cosas de trabajo y apuradas todo el tiempo. Ni idea. Solo sé que, por más que me encantaría tener ese talento, al tercer día de quedarme en casa poniéndola linda, me agarraría un patatús de embole. Y si no me agarrara, igual no podría competir, porque no tengo esa habilidad suya de tocar algo y que mágicamente se convierta en bello, en rico, en cálido.
Además, a mí me gusta cocinar mientras Nacho o alguna amiga se sienta en el banquito y me charla. Ah, porque en mi cocina también hay un banquito. El banquito, dice mi abuela, es importantísimo, porque aunque esté vacío te hace acordar a que todo lo que hacés en la casa, es para alguien. "No se trabaja por la casa, se trabaja por la familia" dice siempre, "eso hace que el esfuerzo valga la pena".
Sofi
@sofiorsay
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PD: Puede que toda esta reflexión se deba a que mi casa, con dos invitadas (amiga Eva, de Praga, y Tía Marga, de Uruguay) está dada vuelta, sumado a que hace mucho q no voy a lo de mi abuela. Hoy, lunes, habrá milanesas con puré. Ay, si me pudiera escapar a almorzar.
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