Mujeres unidas: por qué hermanarse hace la diferencia
1 de febrero de 2019 • 13:36
Créditos: David Sisso y Guido Chouela. Producción de Bár Midley.
Las postales de la crianza con nuestras hermanas son únicas: competencia, complicidad y amor. Compartimos el mismo origen, por eso existe algo íntimo y silencioso que siempre nos va a acompañar. Una sensación cálida que vibra dentro de nosotras y nos une, que agrupa ancestros, años vividos y miles de historias que se arman por fragmentos de lo que cada una recuerda. Porque después de nuestras madres nadie nos conoce tanto, porque crecemos y evolucionamos con y a través de ellas, y porque es una energía tan nuestra que, ya adultas, excede la sangre, se duplica en amigas y compañeras y nos transforma en lo que finalmente somos: una comunidad.
La invitación de este mes es, entonces, revalorizar los lazos femeninos, sentirnos, vibrar juntas y pensar: ¿desde dónde hacerlo para sentirnos hermanas de verdad?
Desde el sostén
Las mujeres tenemos un papel fundamental en el arte de tejer y sostener relaciones: familiares, de pareja, de trabajo, de amistad. Somos complejas, somos espirituales, solidarias y sostén de todo lo que nos rodea. Porque una de las tareas más lindas que el universo nos encomienda al nacer es cuidar: a nuestros hijos, nuestros hombres, nuestras familias, pero también cuidarnos entre nosotras, en el sentido más elevado. Cuidarnos y custodiarnos. Como red, como tribu y como sociedad, dejando de lado el individualismo y compartiendo la sensación divina que es empezar a germinar juntas.
Desde las diferencias
La diversidad es, quizás, una de las mayores fuentes de aprendizaje que nos regala la vida. Nos enseña a ser tolerantes, a respetarnos, a ubicarnos donde nos corresponde y a no creernos más. Porque, en realidad (¡y por suerte!), todas somos distintas y desde ahí es que tenemos muchísimo para dar. Y entonces aprendemos de aquella que eligió ser libre y vivir viajando, de la que tuvo 6 hijos y solo se dedica a ellos, de la que trabaja 14 horas por día, de la que se convirtió al budismo y de la que tiene otra orientación sexual. Y todas somos mujeres, y todas somos parte de algo más grande, y está buenísimo que no seamos iguales, que incorporemos elecciones de vida alternativas y podamos aceptarlas con sabiduría y humildad.
Desde la sororidad
Seguramente te pasó: ver a una mujer por la calle a cuatro manos con hijos chicos y sentir el impulso de ayudar, darle paso en la cola del súper a una embarazada o indignarte si en tu trabajo te enterás de algún caso de abuso o desigualdad. Si bien la sororidad no es un concepto nuevo (la palabra tiene más de 50 años), hace relativamente poco que está comenzando a sonar cerca, y es en sí misma toda una experiencia. Significa ni más ni menos que hermandad. Es sabernos iguales, iguales que pueden aliarse, compartir y, sobre todo, trabajar juntas para cambiar la realidad. Es una llamada a nuestra autodefensa, apoyo mutuo y unión. Porque, sí, lo sentimos desde siempre, pero ahora se está empezando a manifestar: hay un cierto "ser mujer" universal que nos conecta empáticamente y logra, más allá de razas, religiones o clases sociales, una profunda identificación emocional. Y esta identificación suma y crea vínculos, pero sobre todo nos enseña que somos, cada una, un eslabón de encuentro con todas.
¿Cómo nos hermanamos?
- Escuchándonos y confiando las unas en las otras: desprendiéndonos de prejuicios y miradas que no nos pertenecen.
- Dejando de vernos como amenaza o competencia: siempre, en todos los ámbitos, casos y situaciones, juntas somos y podemos más.
- Ayudándonos a florecer: y a lograr la mejor versión de cada una, sin olvidarnos de que formamos parte de la misma semilla.
- Celebrando los logros de las demás: tomando conciencia de que el desarrollo de una contribuye, finalmente, al de todas.
- Poniéndonos en el lugar de la otra: porque entendemos, porque empatizamos, porque nos podría pasar a todas, porque es mujer y forma parte de nuestro clan.
- Siendo generosas: viviendo en un concepto de abundancia, sabiendo que "hay para todas" y que juntas podemos crecer, tener lo que deseamos y disfrutar de la vida en comunidad.
- Dejando de lado la individualidad: pensando en las otras, teniendo en cuenta a la de al lado, la que está cerca y la de más allá. Ya sea nuestra hermana, vecina, compañera de trabajo o absoluta desconocida. Todas somos mujeres y apuntamos a un camino solidario y de hermandad.
Créditos: David Sisso y Guido Chouela. Producción de Bár Midley.
...¿Y cómo no?
- Criticándonos: solemos mirar todo. Lo que decimos, lo que callamos, lo que hacemos, lo que nos ponemos. Con quién salimos, estamos o dejamos de estar. Resistamos la tentación de ser expertas opinólogas y tratemos de jugar para el mismo bando, tener una mirada amorosa y que nos ayude a respetarnos más.
- Luchando por destacarnos: en el trabajo, con los hombres, en grupos de amigas o madres. La competencia nunca es buena idea, separa y genera hostilidad.
- Esparciendo rumores: haciéndonos eco de chismes o cuentos (casi siempre) infundados, historias que, si fuésemos protagonistas, seguramente querríamos acallar.
- Desconfiando: poniendo en duda lo que decimos, sobreanalizando o buscando el lado B. Hagamos el ejercicio de estar abiertas a escuchar, entender y, sobre todo, ponernos en otro lugar.
- Cayendo en el "síndrome de la abeja reina": pensando que el resto de las mujeres siempre son rivales o competencia a la cual vencer. Nada más lejos de eso, chicas, y mucho menos en este momento en el que, de a poco, estamos todas empezando a alinearnos para potenciarnos, acompañarnos y cooperar.
Todas somos hermanas
Agradecemos que, desde hace un tiempo, nos fuimos alineando para vivir en sintonía. Lo hicimos de una manera sutil, pero también sostenida. Y nos fuimos sumando, y poco a poco fuimos más. Y así nacieron pactos y un lenguaje propio, que nos hermana y trasciende los hashtags, los partidos, los países, idiomas, razas y religiones.
¿Alguna vez pensaste qué hubiera sido de nosotras (o nosotros) sin el entramado femenino que, desde que nacemos, tenemos alrededor? Madres, hermanas, tías, abuelas, amigas, maestras..., la lista es infinita, el orden es perfecto y cada una juega un papel principal. Porque, como dijimos antes, las mujeres construimos redes. Y las redes son fuertes y sostienen, y si llegan a romperse se reparan y sujetan igual. Y también formamos círculos. Porque de esa forma nos protegemos. Y así, en círculos y en redes nos encontramos y de esta forma, juntas, nos logramos desarrollar. Y entonces es hoy, más que nunca, cuando recordamos que valores como la empatía, la comprensión y la sororidad son las que nos hacen fuertes y nos permiten ser, cada vez más, únicas y hermanas. Porque, sin duda, sabemos cómo ser únicas, pero siempre logramos nuestra mejor versión siendo parte: de la red, del entramado, de nuestra propia tribu y comunidad.
Un vínculo poderoso
Por Marou Rivero. Socióloga.
Si el "divide y reinarás" les sirvió a Julio César y a Napoleón para conquistar el mundo, cómo no le va a ser completamente funcional al patriarcado para mantener el statu quo de poder y control. Por suerte –y por acceso a la educación– conocemos el antídoto: se llama "sororidad" y es la capacidad de sentir empatía y solidaridad entre nosotras, las mujeres, frente a los problemas que todas atravesamos en nuestra vida por la mismísima condición de género. La hermandad es poderosa y se construye concienzudamente cuando se elige escuchar y apoyar a otras que vienen de otras familias, de otros pueblos y ciudades, de otras religiones, de otras preferencias sexuales. La hermandad es poderosa porque se convierte en una fuente inagotable de emoción y pasión por hacer que este mundo comprenda lo complejo y profundo del ser mujer. Hermandad con la que lucha, con la que habla, con la que lee y comparte, con la que comenzó a sentir la picazón pero no se anima a mirar su poder de frente y también hermandad con la que aún no ha despertado. Por la autonomía de voz y del cuerpo, mujeres del mundo, ¡unámosnos!
Expertas consultadas: Inés Dates, Psicóloga. Diana Drexler, Psicóloga, terapeuta floral y de vidas pasadas
Peinaron Josefina Mercau y Melody Grimolizzi. Maquillaron Tere Bernado y Mery Pastore Camino para Vardo Management. Agradecemos a Coni Katabian, Gisela Arévalos, Clara Ibarguren, Vitamina, Las Pepas, New Balance, Rapsodia, Complot, Loom, Adidas, Ayres, Mishka, Mila Kartei, ALDO para Grimoldi, Dolores Iguacel y Cecilia Pont por su colaboración en esta nota.
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