¿Mi joven padawan o mi pequeño Sith?
"Desde los 17 años que no veía un amanecer", pensé hace unos días, cuando a Benjamín se le ocurrió empezar el domingo a las 6 de la mañana. Generalmente a esa hora logramos que con una dosis de teta y un refuerzo de mamadera vuelva a dormirse, pero no: el pibito se empeñó en recordarme mi adolescencia, con la sutil diferencia de que en aquella época la salida del sol era el decorado ideal para volver a casa a dormir, y no para levantarse. Una de las primeras cosas que uno resigna cuando es papá es la capacidad de tomar decisiones, poder que delega en una criatura de cuatro meses. Arriba, entonces, que hay que entretener al bebé.
Nadie sabe exactamente qué se hace un domingo a las 6 de la mañana, salvo que uno sea canillita o taxista de turno noche. Pero el bebé obliga a agudizar la imaginación, a improvisar y a que cualquier cosa puede ser un buen plan. "Vamos a pasear", propuse, y la aprobación de Ben no se hizo esperar. (click abajo para escuchar)
Ben usa Henky-Penky
Cargamos el cochecito en el baúl, la mochila con sus cosas y pusimos a Ben en mi mochila (mentira, la foto fue un momento de boludeo) y salimos. El recorrido incluyó Puerto Madero y Costanera, con una parada estratégica para tener un desayuno familiar (la cafeína fue para los padres) y un regreso hermoso con una banda de sonido plena de llantos y gritos. Porque es así: cuando va en su cochecito, duerme; y cuando va en el auto y tiene que dormir, llora. Una vez en casa seguimos con la rutina conocida: un poco a upa, otro poco en el huevito, un rato en la sillita mecedora mientras mira televisión (!) y otro tanto en la pileta, para estrenar el pañal para agua que le habían regalado. ¿Siesta? ¿Qué es eso?
El pañal para agua de Sun-Fi
Cada quien con su bebida
Así, con casi todos los recursos agotados, apenas se llega a las 3 de la tarde, momento en el que uno empieza a repetirse, cosa que no parece importarle en lo más mínimo al bebé, que festeja cada sonido absurdo y cada canción como si fuera la primera vez que la escucha. Como dijo un papá primerizo (recomiendo mucho seguir a esa cuenta de Twitter), "Viste cuando le hacés una mueca con sonido estúpido y después te clavás haciendo lo mismo 70 veces porque le gusta?".
El paseo por el barrio representa toda una aventura: para él, porque conoce todo un mundo de cosas nuevas para mirar; y para la mamá, que no hace más que buscar el lugar menos roto de la vereda por donde pasar con el cochecito. Quizás en algún momento lleguen el asfalto digno, las veredas sanas y las rampas en las esquinas a Tres de Febrero, pero eso es tema para otra sección que hable de qué hizo durante más de 23 años el señor intendente. Al regreso, el momento didáctico del día, en el que el bebé tiene que aprender sostener su cabeza, a girar, a sentarse y a no sé cuántas cosas más, indicadoras de las distintas etapas de su evolución.
La batalla entre un adulto de 34 años y una criatura puede ser muy desigual. Mi último recurso -que también fue el primero, cuando Ben todavía estaba en la panza- suele ser la música. Supe desde un principio que la vida de Benjamín iba a estar acompañada de música, y todavía guardo las canciones en mi teléfono, listas para ser disparadas en los momentos de crisis: "The Universal", de Blur; "Hard Sun", de Eddie Vedder; "Give me love", de George Harrison; "Better", de Regina Spektor; "Stairway to Heaven", de Led Zeppelin; "Blackbird", de los Beatles y "Wish you were here", de Pink Floyd son sólo algunas de mis armas secretas con las que, mágicamente, Ben se calma. Y ahí llega la hora de la paz, el momento del sueño, de la cena de a dos y de la charla que no hace referencia al bebé. De lavar los platos, de esterilizar las mamaderas y de decir, finalmente, "lo logramos". Al menos hasta mañana, cuando Ben nos muestre otro amanecer.
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