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Pesca con mosca en la Patagonia

No se trata sólo de capturar truchas: el fly casting, tan tradicional en otras latitudes y en auge en la Argentina, es una buena excusa para recorrer lugares imperdibles y fundirse en el mismo paisaje




El fly casting es a la pesca lo que el ajedrez a los deportes de estrategia. Considerada un arte y una pasión por quienes la practican, la pesca con mosca resulta, además, una buena forma de recorrer y explorar en verano la Patagonia argentina, una de las regiones del mundo mejor dotadas para esta actividad.
Aunque también se pesca en otras partes del país, como en los esteros del Iberá, Corrientes, todas las temporadas los ríos y lagos de la zona cordillerana de Río Negro, Neuquén y Chubut son elegidos por mosqueros argentinos, norteamericanos (el empresario Ted Turner, propietario de campos en la Patagonia, es sólo el ejemplo más millonario) y europeos, entre otros. Llegan en busca de un contacto más cercano con la naturaleza y a probar su intelecto en el acto de cobrar una trucha, una de las especies de agua dulce más bellas e imprevisibles por el combate que presentan.
Ingresar en el agua fría y transparente, tensar la caña y comenzar a arrojar la línea por encima del hombro hacia un punto donde probablemente el pez espera para tomar la mosca encierra miles de secretos. El entorno de montañas, estepas y bosques; el aire y la bruma que se levanta del agua, sumados al movimiento estético del pescador en completa armonía con el paisaje, le dan a la pesca con mosca la delicadeza que la caracteriza desde tiempos lejanos.

Una ciencia

Precisamente, la elección de la mosca, señuelo artificial confeccionado sobre la base de pelos y plumas, entre otros materiales, adquiere proporciones científicas. Las hay en diferentes tamaños, modelos y colores. Pero, en general, el pescador toma aquella que pueda adaptarse a las condiciones climáticas y temporales del ambiente.
Emular los insectos, larvas y organismos con los que se alimentan las truchas representa apenas la superficie de un universo complejo. No es fácil. En la elección de la mosca correcta, ya sea ahogada, seca o streammer (mosca grande), poco interviene la suerte o el azar. Para los mosqueros expertos es conocimiento puro. Y casi siempre en la práctica tienen razón.
En Europa -especialmente Inglaterra- y los Estados Unidos, a principios del siglo pasado, el fly casting estaba asociado a un selecto grupo de hombres. Pero según algunos estudiosos del tema los primeros escritos sobre la pesca con mosca datan de 17 siglos atrás, cuando el historiador romano Claudius Aelianus ya mencionaba el empleo de señuelos artificiales. Más cerca en el tiempo, se suele citar el antecedente de la inglesa Juliana Bernes, que escribió sobre este deporte en 1496 y que habría sido la primera en publicar el término fly (mosca).

Robustas, espectaculares

En los lagos de la Patagonia, la trucha fue introducida por el Perito Francisco Pascasio Moreno allá por 1900. Hoy, en el sur argentino pueden encontrarse tres variantes: la marrón, la arco iris y la fontinalis. Cada una con particularidades estéticas y de lucha: la robustez de la marrón, la espectacularidad de la arco iris y la seriedad de la fontinalis.
Obtener un buen ritmo en el lanzamiento lleva tiempo y paciencia. En los inicios habría que olvidarse del tamaño y cantidad de ejemplares que pretenden cobrarse. Sólo dedicarse a perfeccionar el estilo y aprender a leer el agua como hicieron los antiguos caballeros del fly casting.
Las consultas en los negocios de venta de artículos de pesca de Bariloche, Junín de los Andes y Cholila suelen facilitar buena información acerca de los mejores lugares y las moscas que funcionan, ya que suelen variar cada temporada. La asistencia profesional de guías, por lo pronto, allana el camino hacia una experiencia menos frustrante, aunque en general sus servicios son costosos y le restan cierta autodeterminación a la experiencia.
Nada es infalible. Y eso es parte de los misterios de este deporte que logra separar el ego del mundo de un modo que pocas actividades pueden hacerlo.

Guías y maestros en el arte de leer las aguas

Especialmente para los principiantes o para expertos pescadores en terreno desconocido, los guías de pesca son tan necesarios como la caña y las moscas: saben de lugares, técnicas y secretos.
Muchos viven, literalmente, en el agua. Como Oscar Baruzzi, de Bariloche, que hace 40 años que anda entre rieles y 20 que trabaja con turistas (también con un local propio especializado en pesca con mosca). "Mi padre, Vittorio, un reconocido pescador en nuestra zona, me transmitió desde chico cómo disfrutar de nuestros lagos y ríos con esta actividad que me obligaba a mimetizarme e involucrarme más con el medio ambiente, no tirar elementos contaminantes ni en las costas ni en el río, aprender a leer las corrientes de las aguas, observar cómo se comportan los peces", recuerda.
Las salidas de pesca (siempre con un profesional habilitado por Parques Nacionales) son a gusto del consumidor. Pueden durar un día completo (de 9 a 20) o varios, con expediciones organizadas a diferentes áreas de la Patagonia. Los principiantes que no tienen equipo pueden alquilarlo junto con el guía, al que seguramente contactarán en el mismo lodge (ver página 8) que hayan elegido para alojarse o en casas de pesca de la zona.
Según la experiencia de Baruzzi, se acercan a la pesca desde adolescentes hasta abuelos y, en los últimos años, se destaca una participación mayor de mujeres y niños, acaso atraídos porque los peces vuelven al agua y no se los mata. También muchos extranjeros, principalmente europeos y norteamericanos tentados por las grandes extensiones de la Patagonia.
Los guías de pesca asesoran tanto a expertos como a principiantes y para muchos son como un maestro.

Hay equipo, del bambú al grafito

Los instrumentos, cada vez más pequeños, con cañas y reels de peso casi negativo, ganan espacio entre los cultores del fly casting porque proporcionan un estrecho contacto con el pez. De la vara de bambú -puesta de moda en los años sesenta- pasó a usarse la fibra, el grafito y otras aleaciones, pero hoy muchos vuelven a esas cañas frágiles y elegantes que emplearon los pioneros.
El equipo básico consta de:
  • Caña de mosca. Hay de diferentes materiales y graduaciones. Los precios oscilan entre 120 y 2100 pesos.
  • Reel de mosca. Entre 60 y 1500 pesos.
  • Línea de mosca (cola de ratón). Se necesita una de flote y otra de hundimiento. Entre 65 y 270 pesos.
  • Backing. Reserva de seda o monofilamento que tiene el reel.
  • Leader. Monofilamento cónico que une la línea con la mosca. Tippet. Monofilamento que se utiliza para reponer la última parte del leader en caso de cambiar varias veces la mosca. Entre 6 y 22 pesos
  • Moscas. Entre 3 y 9 pesos.
  • Copos de pesca. Entre 30 y 210 pesos.
  • Chaleco (con muchos bolsillos). Entre 90 y 600 pesos.
  • Waders. Pantalones impermeables. Entre 90 y 1800 pesos.
Más adelante, entre los accesorios puede incluirse el equipo para atar las propias moscas. Entre los apasionados, diseñar los señuelos ayuda a combatir la ansiedad durante el invierno, cuando la pesca está vedada.

Una historia para inspirarse

Nada es para siempre, la gran novela (y la película) mosquera
El romanticismo que suele asociarse con la pesca con mosca está plasmado en cierto libro que seguramente ha convertido a más de un mosquero: A river runs through it (aquí traducido como Nada es para siempre), del norteamericano Norman Maclean.
En nuestra familia no había una división clara entre religión y pesca con mosca. Así comienza esta historia de un padre y dos hijos unidos por el río en el estado de Montana, editada en 1975 y basada en la experiencia personal del autor. Un caso curioso, entre otras cosas, porque Maclean, profesor de inglés, empezó a publicar y ser reconocido sólo pasados los 70 años.
Robert Redford llevó Nada es para siempre al cine. Pero la primera vez que le sugirió la idea, Maclean le respondió: "Me tomó 40 años escribirla, no voy a dejar que Hollywood la convierta en pornografía". No era la primera oferta que el pescador descartaba. William Hurt, otro aficionado a la mosca, había intentado convencerlo en... ¡una excursión de pesca! Sin embargo, ocurrió algo que no sólo pinta a Maclean, sino a toda esta actividad en la que se suele hacer gala de caballerosidad y firmes principios: como Hurt no tenía el permiso reglamentario, el escritor se negó a pescar con él.
Finalmente, en 1990, Maclean murió a los 87 años, antes de que Redford terminara de filmar la película, con Brad Pitt en el papel de su hermano Paul, el mejor pescador de los dos.

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por Redacción OHLALÁ!


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