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Puede fallar. "Durante el aislamiento nos fuimos a vivir a lo de mis viejos"


Créditos: Mariana Roveda. Producción de Eloísa Von Wernich.



Durante la cuareterna, algunas parejas eligieron trasladarse (temporalmente) a la casa de los papás de alguno de los dos, por diferentes motivos: para estar juntos y acompañarse mutuamente, para sumar confort –¿quién puede negarse a un espacio con verde, pileta y rica comida de mamá?–, por necesidad cuando ambos miembros de la pareja trabajan y precisan una mano de los abuelos para cuidar a los chicos o, si ya son grandes, para cuidarlos de los riesgos innecesarios. En fin, la decisión está tomada: ¡levantamos campamento! En cualquiera de los casos, siempre pensando en los beneficios. Pero, claro, no todo es un jardín de rosas. O quizás al principio sí... y después te diste cuenta de que hay pros y contras. ¿Qué pasa con la intimidad? ¿Con las reglas de la convivencia? ¿Qué hay detrás de eso?

Todo muy lindo...

Gracias a este retorno forzoso, volvés a reencontrarte con muchas de las cosas que habías dejado atrás en tu última mudanza: las fotos de tu infancia y adolescencia, las cartas de amor a personajes inventados (y a otros que deberían haberlo sido), los diarios que llevás escribiendo desde los 10 años o esa extraña mezcla de remeras de las Spice Girls y Bon Jovi. En fin, regresar a los lugares donde fuimos amadas y cuidadas siempre es lindo. Porque, seamos sinceras, volver a comer la comida casera de mamá, que cualquier día se sienta como un domingo en familia, que tus hijos gocen de ese amor tan único y consentido que solo los abuelos son capaces de dar, que puedas sentirte la Wonder Woman de tus papás en un contexto así y no extrañarlos tanto, todo eso no tiene precio. O sí..., porque una cosa es compartir un par de días y otra muuuy distinta es pasar largas e intensas semanas de convivencia 24/7. Hoy, con la nueva normalidad, el trabajo, el colegio, el tiempo libre y hasta el turno con el dentista son desde casa. Entonces, las ventajas pueden ser muchas, sí, pero también los inconvenientes.

Alerta roja

Tal vez todos le estén poniendo la mejor onda del mundo: tu madre cierra por un rato el libro de críticas, tu papá cede el control remoto, tu pareja se pone la diez y hasta tu pillo saltamontes de 3 años te sorprende con su nuevo comportamiento de señorito inglés. Porque es descontado que ninguno tiene malas intenciones, pero somos animales de costumbres y se complica readaptarnos a los hábitos y creencias del otro. Puede que no bien salte una chispa tengamos el magnífico instinto de supervivencia de verla venir y plantar bandera con un "hasta acá llegamos, volvamos a casa". Pero, también, porque la sangre tira, porque no queremos ofender a papá sobreprotector, porque "¿a dónde vamos a estar mejor si no es en la casa que nos vio nacer?"..., la estiramos y nos quedamos. Es entonces, justito entonces, cuando quizá podamos empezar a pifiarla.

¿Cuándo puede volverse conflictivo?

Todo el tiempo. Por la mínima cosa. La clásica es que empiecen a "competir" por el poder del territorio o por quién tiene la autoridad sobre los chicos. Pero está clarísimo; la potestad sobre los hijos la siguen teniendo los padres y el crédito sobre la casa la tienen los adultos mayores del lugar adonde uno va. Esto puede entrar en colisión en algún momento en que los abuelos les permitan algo a los nietos que sus padres no. Pero la verdad es que la decisión es sencilla: si tiene que ver con la educación, son los padres los que tienen la última palabra, y si tiene que ver con las normas de la casa, son decisiones de los dueños.
Se puede volver conflictivo cuando se pasan los límites de las normas, por ejemplo, en la casa, con los horarios, con los chicos. Por eso, apenas mudados, hay que plantear algunas reglas temporarias. ¿Sobre qué temas? Lo recomendable es acordar ciertos horarios (para las comidas, las actividades laborales o los descansos), las rutinas, la economía (cómo se manejarán los gastos de la casa durante el tiempo que vivan juntos), las formas de criar a los chicos, etc. Y lo fundamental es que todos y cada uno de los miembros de la nueva convivencia deben conocerlas y respetarlas.

¿Cómo manejarse con los chicos?

En primer lugar, están mudándose a otra casa de la cual no son dueños, por lo tanto, se pierde cierta autonomía y autoridad en el nuevo domicilio. Hay que negociar: es probable que al haber distintas generaciones y educaciones, tenga que haber un convenio muy claro. Dos puntos fundamentales son no "invadir" al adulto mayor (por ejemplo, la típica "alfombra de juguetes" en el piso no sería una idea muy copada) y hacer una buena adaptación de los chicos a este nuevo hogar, explicándoles que es distinto a las veces en que se quedaban de pijamada en lo de los abuelos. Y acá hacemos una salvedad: una cosa es que papá o mamá estén en la casa y otra es que los chicos queden al cuidado de sus abuelos. Porque en este último caso hay que ser flexibles. Los abuelos no son empleados ni niñeros. Y si bien las normas las siguen poniendo los padres, cabe esa diferencia; si es el abuelo quien los cuida, también él pondrá su sello. La división de tareas también es fundamental. Una buena idea es que los chicos asuman alguna responsabilidad, como sacar la basura, ordenar la alacena o hacer sus propias camas; y la pareja también hacerse cargo de algunas de las tareas, como la limpieza, la cocina y las compras. Ojo, la cocina suele ser un territorio complejo, sobre todo si a tus viejos les gusta cocinar y/o anfitrionar. Por más localía que tengas, es preferible siempre preguntar o incluso proponer algunos días repartidos o de ciertas especialidades de la casa.

La intimidad, ¿al tacho?

La intimidad dependerá del espacio que tengan en esa nueva casa. En el mejor de los casos, se supone que hay una habitación para la pareja, pero se entiende que ese es el único espacio que tienen para conservar su privacidad y hablar de las cosas que necesiten. De hecho, en la vida "normal", cualquier pareja con hijos tiene que encerrarse en su habitación para que los chicos no sean partícipes ni de las discusiones ni, obviamente, de la sexualidad. Pero en estos casos..., ¡con más razón! Acá también habrá que poner pautas: cerrar la puerta con llave y acordar –tanto con los padres como con los hijos– que, cuando la puerta está cerrada, es que necesitan estar solos. Pero sepámoslo: lo más probable es que la intimidad en términos de sexualidad quede un poco en pausa... ¡o que se las ingenien para que el cuarto de la adolescencia sea una nueva fantasía! Lo difícil es, en este caso, crear nuevos códigos en una casa ajena. Y si encima se trata de la de los padres, ya sea de uno o de otro, funciona como una especie de inhibición o de represión..., hay algo de eso implícito en el aire que, en ocasiones, hace que sea bastante intrincado conectarse con la sexualidad. Lo que sí se puede es activar y sostener la intimidad desde otro lugar: dormir abrazados, meter cucharita, estar en contacto o charlar cosas más en profundidad. •

Convivencia yogur

¿Qué quiere decir esto? Que esta modalidad requiere una fecha de vencimiento, sin duda. Aunque a veces no es fácil cumplirlo, es importante poner un plazo límite porque si es "demasiado tiempo", todos se empiezan a acostumbrar. ¿Cuánto es demasiado? Más de lo que pueden durar unas vacaciones, es decir, cuando te vas de viaje, podés alquilar una casa compartida con familiares o amigos, como mucho, por un mes. Y hasta ahí más o menos la piloteás. Ya más tiempo, cuesta tanto para los chicos como para los adultos, no solo la convivencia, sino el desapego posterior, por ejemplo, de los abuelos con los nietos. Entonces, ¿cómo programar la salida? Dependerá de cuál sea el motivo de la mudanza. Si es para cuidar al adulto mayor, probablemente no haya una fecha tan clara de caducidad. En cualquiera de los otros casos, lo aconsejable es lo que duran unas vacaciones en familia. Y para ponerle un fin a la convivencia, también está bueno que el final llegue armoniosamente y que no se sienta que nos estamos yendo porque llegamos al límite de la paciencia.

Yo lo hice... y un poco me arrepentí"

Por Celina Romay. Periodista.
"Nosotros fuimos a lo de mis viejos porque tienen una casa de fin de semana con pileta y jardín; yo tengo un niño de 3 años, además, en ese momento estaba embarazada y nos solucionaba un montón. Fueron también mis hermanas, que, para que yo pudiera seguir trabajando, me ayudaban con el gordo. Al principio de la cuarentena hacía calor así que estábamos como de pileta todo el día y la convivencia, re bien. Lo que empezamos a hacer fue dividir los gastos: ir al supermercado, a la verdulería y aportar nosotros. Lo que sentí fue que se me hizo largo; estuvimos 6 semanas. Ya al final no aguantaba más. Todos le pusimos la mejor onda, pero lo que pasó es que cuando vos das tanto lugar para que te ayuden, después opinan en la crianza, lo terminan retando a mi hijo por cosas por las que yo no lo retaría, que es entendible porque, básicamente, te están ayudando a criarlo, ahí es una convivencia. Pero no fue ideal para nosotros. Al mes, dije: ‘Vamos a volver a casa’, y estábamos todos con miedo, mi papá me decía: ‘No te vayas, es un peligro, vas a estar todo el día encerrada y estás embarazada’... Y nos terminamos quedando medio mes más, entonces, cuando finalmente dijimos que nos íbamos –nos costó muchísimo con mi marido enfrentar esa charla–, mi vieja dijo que entendía. Me costó hablarlo porque tenía miedo de herir sentimientos porque me ayudaron un montón, pero la verdad es que, al volver a casa, se nos hizo más llevadera la cuarentena. Ya estamos grandes, tengo ganas de comer lo que tenga ganas, de cocinar cuando me pinte y no estar en una casa que yo ya siento de prestado. Parece frío decirlo, pero no es más MI casa, estaba como de invitada... No sé, todos le pusimos re buena voluntad, pero mi familia ya está armada y yo necesito mi independencia para decidir cómo llevo mi día a día".
Expertas consultadas: Dra. Graciela Moreschi. Médica psiquiatra y escritora, especialista en vínculos. @gracielanormamoreschi. Lic. Patricia Faur. Psicóloga, especialista en dependencias afectivas. @patofaur.

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