Sexo: pareja estable “a velocidad crucero”
Cuando la adrenalina de las olas quedó atrás y estás en alta mar, llega un momento de estabilidad que hace de tu viaje una aventura rutinaria... pero heroica.
15 de julio de 2014 • 00:20
Créditos: Corbis
Y de golpe pasa: nos enamoramos, la convivencia funciona, superamos esos dos o tres años –o esos meses, ja– después de los cuales todas nuestras relaciones parecían caducar. Acostumbradas a surfear olas de dos metros, a protegernos del viento arrollador, salimos a cubierta ¿y qué encontramos?: la calma chicha de alta mar. El sol quema, pero no tanto. Corre una brisa leve que no llega a despeinarnos. Y ya no vemos esos pececitos de colores que nos mordían los talones. "Esto es lo que siempre quise: la tranquilidad de una relación duradera", nos decimos. Y sin embargo, cada vez que a lo lejos vemos un velerito enclenque sacudido por un tifón de verano, añoramos la adrenalina, la pasión, la incertidumbre. Antes de dar un timonazo, repensá algunos temas de tu situación actual y recordá que el equilibrio se logra con el movimiento.
Menos cubierta..., más camarote
Quizá ya no te haga arder las veinticuatro horas del día, pero él y vos saben que el sexo es una casa con una infinidad de habitaciones y pasillos secretos. Saben que la transgresión enciende el deseo. Si llevan todo este tiempo juntos, es porque entendieron que no se trataba de cambiar de pareja sino de hacer cosas nuevas con la propia pareja. Supieron construir complicidad. Se animaron a explorar juntos deseos, fantasías. ¿Y qué mejor que la confianza que ganaron con el tiempo para llegar más y más lejos? Pudieron preservar ese rol de amantes que a veces se diluye debajo de tantos otros. Que sigan encerrados en el camarote a pesar del mareo que suele provocar sólo tener agua alrededor no es poca cosa, amiga.
Claro que si hablamos de mariposeo en la panza, habrá que admitir que ese cosquilleo, esa expectativa previa a verlo..., ya casi es un lejano recuerdo. Pero, bueno, no es algo que carezca de compensación: atrás queda la espumita de las olas cuando revientan, pero en alta mar los encuentros suelen ser más profundos; el cielo, más inmenso; el agua, más transparente. Lo que ambos tienen para darse es mucho más sincero, mucho más genuino que todo lo que pueden haber vivido al principio. Y eso también genera sensaciones efervescentes.
Compartir la vida con el otro es verdaderamente una aventura. Se suele decir que el enamoramiento dura apenas unos meses. Lo que viene después es la construcción del amor, y eso, sí o sí, se da a través del tiempo. No todos tienen la paciencia, la generosidad de hacerlo. Sentite dichosa, orgullosa de vos, agradecida.
Menos muelles..., más horizontes
Estás lejos del idilio del principio y suele haber discusiones, sin embargo, no das un portazo a la primera de cambio. Fuiste sabia: elegiste a un hombre que tiene tu misma cosmovisión del mundo, él y vos comparten una ética que excede las discusiones del día a día. Eso es lo que permite que se embarquen en viajes tan gigantescos como, eventualmente, el de tener un hijo. Y si después van por más, realmente siéntanse héroes. Tener una familia, trabajar y mantener una pareja viva es algo como para sentirse terriblemente orgullosos.
Si mirás para atrás, puede que hayan atravesado alguna crisis. ¿Sabés qué? Lo bueno es que entendiste los cambios que esos momentos de quiebre plantearon. No pensaste la relación como algo estable, idéntico a sí mismo. Aunque quizá no hayas estado de acuerdo en aquello que el otro sentía o lo que te pedía que cambiaras, tuviste la amplitud mental para ver el mapa que te desplegaba y supiste dar el timonazo preciso. No abandonaste el barco. ¡Bien por vos!
Menos vértigo..., más calma
Créditos: Corbis
No están pegados cual estampilla. Si hasta te permitís más de una escapada con amigas. Entendieron que el amor no tiene que ver con el control sino, por el contrario, con defender espacios propios. Con impulsar al otro a desarrollarse aun cuando no compartamos ese interés o quizá, justamente, por no compartirlo: el gran logro pasa por amar –o respetar, o entender– más nuestras diferencias que nuestros puntos en común.
Añorás aquellos días en los que cenaban solos, sin niños alrededor, sin familia; esos días en los que solo se tenían el uno al otro. Sin embargo, en todos estos años, ¿cuántas veces hicieron malabares para que alguien se quedara con el bebé y ustedes pudieran reencontrarse? O salieron de casa más temprano para poder compartir un café antes de ir a trabajar. O se citaron en un telo para poder hacer lo que en casa se volvió casi imposible. Siguen poniéndole pilas al encuentro, a seducirse, a mirarse.
De la misma manera, no estás todo el día pensando en él, en vos con él, en la vida con él, en vos con él y una casa con un perro..., simplemente porque ya están juntos. Te viene bien recordarlo: estás lejos de la orilla, recorriste –recorrieron– un largo camino. Lo bueno es que ahora podés ocuparte de otras cosas. No es que vayas a descuidar tu pareja, sino que el estar dentro de una historia de amor estable te permite poner tu libido, también, en otras cuestiones. Proyectos personales, de trabajo, proyectos compartidos, viajes.
Más millas..., viento en popa
A veces, sentís que cambiaron, que ya no son los mismos. Y lo más probable es que sea verdad. Todos cambiamos todo el tiempo. ¿Cómo no va a ser así si en el medio nos mudamos de casa, cambiamos de trabajo, tenemos hijos? Al igual que vos, él puso todo de sí mismo cuando recién se conocieron. Pero seguramente no te mostró sus costados menos seductores. ¿Te imaginás lo que sería si tuviéramos que hacernos cargo toda la vida de esa primera impresión que quisimos causar? Lo bueno es que cada uno supo adaptarse a las transformaciones del otro, lo genial es haberse vuelto a enamorar, cada vez.
Algo fundamental –por más anticuado que parezca–: si llegaron hasta acá, si siguen navegando, es porque, aunque las discusiones se puedan volver algo ríspidas, siempre trataron de cuidarse, de no ofenderse, de no herirse. La clave para una relación duradera es, en gran medida, esa, preservar al otro incluso de nosotras mismas. Y lo más importante: entendieron que por más años que lleven juntos –dos, cinco, diez, quince–, lo mejor, siempre, está por venir.
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