Buenos Aires, supermercado, sábado, 11 horas.-
Señora: ¡Ay, qué hermoso! ¿Cómo se llama?
Yo: Benjamín
Señora: ¿Y cuánto tiene?
Yo: Un poquito más de 4 meses
Señora: ¡Ay, igual que Salvador!
Yo: ...
Señora: Mirá, (a su marido) tiene 4, igual que Salvador
Yo: …
Señor: ¿Tiene 4? ¡Igual que Salvador!
Yo: ¿Salvador es su nieto, no?
Señora: Sí. ¿Y duerme?
Yo: Sí, por suerte duerme casi toda la noche
Señora: ¡Ay, igual que Salvador!
Yo: … Bueno, sigo comprando, hasta luego.
Señora: ¡Chau hermoso! (al bebé, claro)
Suelo divertirme con que a Naty le saca charla todo tipo de gente y en cualquier situación. Existen personas con una habilidad especial para detectar potenciales conversadores de ocasión. Se los puede encontrar al acecho en paradas de colectivos, ascensores y salas de espera. Ellos, claro, no existirían sin su contraparte, los receptores de esas palabras, gente que, aunque no saque el tema, se dispone a escuchar lo que dice el otro. Los motivos suelen ser el clima, lo mal que anda tal o cual transporte público, y algún que otro asunto de la actualidad, aunque de esto último cada vez más se cuidan más, por no saber de qué lado de la grieta está el otro. No sé exactamente qué es lo que detectan esos conversadores, pero nunca lograron hacerlo conmigo. O eso pensaba.
Tener un hijo lo obliga a uno a ser una persona más sociable, menos reacia al contacto con desconocidos y más receptiva a los comentarios pasajeros. Quienes me conocen saben que soy un tipo breve, concreto, que habla lo justo y necesario sólo en los momentos que considero oportunos. Soy de los que prefieren escuchar y recién después, si puedo aportar algo, hablo; pero cada salida con Ben es un desafío. No estaría bien que si una señora en el supermercado me dice que mi hijo es lindo como Salvador, que duerme igual que Salvador y que tiene la misma edad que Salvador, yo siguiera de largo sin responderle, ¿no? Puedo tener una respuesta corta en una parada de colectivos, pero no cuando alguien me habla de mi hijo. ¿Estaré siendo más humano?
Pero no sólo sucede en persona. Esta sección que nos une -a mí como autor y a ustedes como lectores- también me hizo socializar más que de costumbre. Por un lado están los que me conocen o creían conocerme, que se sorprenden por este costado más tierno o sensible que muestro en cada texto. Una amiga ha llegado a decirme que es el perfil que mejor me queda, o que nunca me había visto tan feliz. Para los otros, los que me conocieron a través del blog, soy un divino, un dulce, un padrazo y no sé cuántas cosas más. De ellos recibí desde propuestas comerciales -algunas aceptadas, muchas rechazadas, ya que no quiero que esto se convierta en una publi-sección- hasta mails con fotos de sus hijos/as recién nacidos. Estos últimos, lejos de molestarme, me hicieron pensar en cómo y con quién uno elige compartir las buenas noticias: pueden ser los familiares más cercanos, o el casi desconocido autor de un blog que me cae bien. Curiosidades de las relaciones virtuales.
Hace unos días una compañera de trabajo, con la que no hablaba desde hace bastante tiempo, me escribió para contarme que está embarazada, y que mi último texto la había emocionado mucho. Fue una alegría en todo sentido: por su embarazo, porque recordé largas charlas con ella sobre lo difícil que a veces resultan las relaciones humanas, y porque un texto y una determinada situación personal hicieron que volviéramos a hablarnos. Y porque esa charla inspiró este post, cosa fundamental en tiempos en los que cada vez más me cuesta encontrar sobre qué escribir. Parece que al final no está tan mal ser sociable, che. Bueno, creo que pienso esto porque todavía no estoy obligado a las reuniones de padres en sillitas incómodas, a los campamentos con otros papis y a las fiestitas en salones infantiles. Hablamos en un par de años, ¿si?
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