Todo anda sobre ruedas en la Cordillera
A pedal: caminos de ripio, subidas, bajadas, ríos torrentosos, bosques y hielos eternos, un paisaje que cambia a cada instante y que se disfruta en bicicleta.
14 de febrero de 1997
"¿Sabés qué es lo bueno de todo esto? -dice sin dudar Nicolás Muszkat, a punto de comenzar su tercer cruce de los Andes (en la región de los lagos patagónicos) en bicicleta-, que cuanto más te cuesta, mayor es la emoción cuando llegás arriba. Sentís una sensación estupenda, de haber hecho algo por tus propios medios..."
Nicolás es un cultor de las mountain bikes, un diseño que ha revitalizado el ciclismo y que ha propulsado una nueva forma de recorrer el mundo: el biciturismo.
Entre los lugares elegidos está la zona de los lagos patagónicos.
Pero la propuesta, en esta oportunidad, es cruzar la cordillera de los Andes por el paso Pérez Rosales, que une puerto Frías (a orillas del lago del mismo nombre), en nuestro país, y la localidad chilena de Peulla.
"Luego de hacer los trámites en el destacamento de la Gendarmería Nacional -relata Nicolás -, hay que hacer una subida de 4 kilómetros, bastante empinada, hasta la frontera, que es el punto más alto del trayecto. Los de mejor estado físico no tienen dificultades en treparla sobre la bicicleta, pero muchos la deben hacer poniendo primera, como llamamos nosotros a bajarse de la bici y caminar. Sin embargo, esto es parte de la actividad, así que cuando llegan arriba también se sienten muy orgullosos. Además, no lo pasan nada mal, porque pueden ir comiendo las frutas silvestres."
Si bien el camino del lado argentino es de tierra y está en buen estado, la situación cambia al transponer la cordillera (previo paso por el hito limítrofe, que está 200 metros bosque adentro del camino). El lado chileno ofrece un brusco descenso desde más de 900 metros hasta sólo 150, en 15 kilómetros de recorrido.
"En ese tramo -dice-, los que vamos rápido nos divertimos mucho, aunque se debe ir con cuidado porque el camino tiene muchas piedras, con ripio muy grande, y es bastante peligroso debido a que tiene curvas muy cerradas y puentes que, lisa y llanamente, los tenés que embocar. Esto lo hacemos sólo los que no frenamos; haciéndolo tranquilo y frenando apropiadamente, no hay inconvenientes. Algunas veces, los que no van muy seguros en la bicicleta, pueden pegarle a una piedra y si va con los brazos flojos, se caen. Pero los únicos problemas reales son las pinchaduras y las roturas de cubiertas, pero llevamos repuestos."
El tiempo de travesía es variable, porque "los paisajes son tan espectaculares que te parás mil veces a sacar fotos, y en lugares que pensás parar una hora, terminás quedándote tres. Por ejemplo, en un día despejado y claro, se pueden divisar hasta los glaciares del Tronador".
Luego del descenso se llega a la localidad transandina de Peulla, donde los ciclistas suelen acampar y reponer fuerzas luego del cruce. Desde allí, mediante navegación, se puede ir a Petrohué, y después, por tierra, hasta Puerto Montt.
La camaradería, obviamente, se ve reforzada por el esfuerzo conjunto. "Los grupos se hacen muy unidos y, más allá de las bromas entre los que comparten una carpa, cuando estás pedaleando, haciendo fuerza y te sentís cansando, siempre hay alguno que te alienta y te da ánimo para seguir adelante", afirma Muszkat.
Camino al López
Pero las posibilidades de utilizar una mountain bike no terminan en cruzar la cordillera. Otro desafío grande es la ascensión y el descenso del cerro López, reservado para los más aptos física y técnicamente.
La geografía del cerro da lugar también para algunas aventuras. "Hemos intentado bajar por la picada que se usa para trekking -continúa-, y en algunas partes es imposible. En algunos lugares la picada es como un túnel demasiado angosto entre las piedras. Además, el agua ha cavado zanjas muy difíciles de transitar. A menor altura ya es todo bosque y no hay un camino delimitado; podés ir por donde quieras, pero ahí también es peligroso, porque agarrás una raíz medio oculta y volás..."
También otras zonas, aparentemente más tranquilas, pueden deparar sorpresas. "En puerto Blest -cuenta Nicolás-, hay que atravesar el río que baja desde el lago de los Cántaros por los cables que sostenían un puente colgante que una nevada destruyó. La única forma de cruzar es poniéndote la bicicleta al hombro y, mientras vas pisando uno de los cables, te agarrás del otro con las manos. La cosa es medio terrible, porque abajo tenés un torrente muy rápido y con una pendiente de por lo menos 30 grados."
Subir los 700 y pico de escalones de la senda hasta el lago de los Cántaros exige volver a cargarse la bicicleta al hombro, pero el descenso es otra cosa. "Es de lo más divertido bajar por los escalones. Una vez lo hicimos bajo la lluvia y fue emocionante."
La improvisación también tiene su lugar. "Esto es turismo aventura y, como tal - remata Nicolás -, siempre surgen cosas imprevistas para hacer, desde contar historias y leyendas de algunos lugares hasta tirarse por alguna picada desconocida, saltar algún obstáculo a mil, plantear competencias para bajar o subir por algún lado... Al final, todos terminan entusiasmados."
Información
El grupo tiene previsto su próxima travesía a la zona a partir del 15 del actual. Los interesados en unirse pueden llamar al 803-4823.