Un día en la vida del (Cerro) Castor
A pocos kilómetros de Ushuaia, una montaña con pistas memorables, restaurantes donde se puede comer hasta sushi, equipos europeos en pleno entrenamiento, un zorro colorado muy amistoso y una brecha de roca por la que, sí o sí, hay que pasar
30 de julio de 2017
MAÑANA
Hablar del clima es la manera más a mano de llenar un silencio incómodo en el ascensor. Pero no en un centro de esquí. Acá el clima es un tema muy serio, una variable determinante, indomable, previsible sólo hasta cierto punto. Es lo que define el día, la semana, toda la temporada. La viabilidad del negocio y de la diversión. Por eso es típico ver a los responsables de estos lugares chequeando muy seguido Snow Forecast o WindGuru en su teléfono.
“Hoy va a hacer calor”, avisan en la base de Cerro Castor. El cartel junto al puentecito que conduce al restaurante Morada del Águila indica 2°. En el resto del país se habla de una ola de frío polar, con temperaturas similares a esta. Pero acá “hace calor”: de la posverdad, al posfrío. Mientras en Bariloche y San Martín de los Andes se suspenden vuelos y se corta la luz, en Ushuaia atraviesan un (muy relativo) “veranito”.
Es que Cerro Castor es el centro de esquí más austral de la Tierra. Ubicado a 26 kilómetros de Ushuaia, sería injusto, sin embargo, reconocerlo sólo por esa particularidad geográfica. Más allá de este título de Fin del Mundo, que marketineramente se adjunta a casi todo lo que ocurre en Tierra del Fuego, Castor es simplemente uno de los mejores centros de esquí en el hemisferio sur. Administrado por gente del esquí y frecuentado por algunos de los más ganadores equipos europeos de este deporte, todos los años.
Son las 10 en punto y la gente comienza a subir por la aerosilla Del Bosque, que graciosamente cuelga y pasa sobre el tránsito de la Ruta Nacional 3. Llega hasta la cota 480, el downtown de Castor. Hay muy poca espera para subir. Mínima, si se compara con otros centros donde este trámite puede llevar más de una hora. Aunque en Tierra del Fuego están en vacaciones de invierno, en Castor julio no siempre es la temporada más alta; septiembre puede llegar a ser incluso más movido.
Después de unas bajadas para calentar por Águila Negra, toca encarar por la silla Del Filo hacia la Brecha, “la” foto de Castor (y de la tapa de este suplemento). Una especie de portal entre dos muros de piedra, a 870 metros de altura por el que se puede esquiar. Es uno de los puntos más curiosos de toda la superficie esquiable argentina. Y un símbolo de esta montaña. No es el lugar más alto y carece de pendiente, pero genera una atracción innegable. Es imposible no querer pasar al menos una vez por ahí, en una especie de rito. Aunque el esquí viene después, por un camino de cornisa que deriva en una linda pista roja como Chulengo.
Al pie de ese circuito, en la cota 600, toma aire Iñaki, vasco, ex esquiador de “competi”, como le gusta decir, actual representante de marcas de indumentaria técnica. Tiene tremendo casco y antiparras suecas en exclusiva, aún no lanzadas al mercado. “¡Cómo me gusta esquiar! –exclama, como salido de su segunda clase–. Pero la próxima tendré que venir con mi hijo. Le hace mucha ilusión esto de esquiar en el Fin del Mundo.”
Es el tipo de personaje que se puede cruzar en esta montaña, igual que instructores franceses o deportistas austríacos. Y muy pocos peatones, que en otros centros representan un alto porcentaje de pases diarios.
MEDIODÍA
En 650 hectáreas esquiables por 30 pistas, con 12 medios de elevación y una operación que involucra alrededor de 300 personas (y la nueva mascota oficial, el castor Krundi), Castor tiene 7 establecimientos gastronómicos. Terrazas del Castor es el más importante, en la cota 420, al pie de la silla Del Parque. Además del típico sector autoservicio, cuenta con otro a la carta, de una sofisticación infrecuente para un centro de esquí, con mesas arregladas con manteles y mozos de hotel cinco estrellas. Hasta sirven sushi.
Mientras trabaja en una tabla de 12 piezas, Juan Carlos Begué, concesionario y mentor de Castor, tiene en frente, desplegado, un mapa de pistas. Enuncia obras y planes, como un chico frente a una maqueta de juguete: “Acá, acá y acá vamos a poner cañones para fabricar nieve –señala con una lapicera-; acá vamos a poner una pista de patinaje nueva. Acá abrimos hace dos años el último parador. Acá, acá y acá tuvimos técnicos europeos 60 días poniendo a punto todos los medios. Con este cambio del clima, el centro de esquí que no invierta en fabricación de nieve no será sustentable”.
Hace dos años, el cerro sumó toda la infraestructura necesaria (incluso una moderna cabina de transmisión) para recibir al Interski, el congreso mundial de instructores de esquí y snowboard, con delegaciones de 29 países, uno de los eventos internacionales más importantes jamás desarrollados sobre nieve argentina. Para ese acontecimiento se construyó un nuevo puente-pista sobre la Ruta 3, pero al poco tiempo la estructura se derrumbó (fuera de temporada y sin víctimas). Aún no hay plan oficial para su reconstrucción.
Castor es una empresa familiar. Parece haber un Begué en cada sector de la montaña, comandados por Juan Carlos y su hijo, Gastón, que fue esquiador olímpico y que hoy puede pasar del sector de venta de pases a sentarse en un fierro para pisar nieve. “Nos propusimos hacer el mejor centro de esquí posible –dice Gastón-, inspirados en todo lo que conocimos, especialmente en Europa; y con mucho esfuerzo, de a poco, lo vamos logrando.”
TARDE
A la salida de la silla Del Parque, hay un zorro colorado. Es uno de los habitués más fotografiados del cerro. También hay cinco riders de entre 10 y 12 años listos para la gran bajada; una familia tipo brasileña vestida como para catálogo de Ski Depot y cuatro gendarmes camuflados que por estos días reciben instrucción sobre tablas.
El mapa del cerro se fue ampliando. En un extremo (a la derecha del mapa de pistas, digamos) se encuentra Viejo Castor, que paradójicamente es el parador más nuevo. Tiene una vista espectacular y diferente, abierta hacia el valle, a través de un gran ventanal y detrás de un hogar a leña. De tan apartado, aún no lo frecuenta mucha gente, así que es ideal para premiarse con un sándwich de bondiola braseada (con papas, $ 280) o una pizza ($ 195) o una milanesa ($ 175), sin apuro. Está al pie de dos pistas paralelas y gemelas, Albatros y Petrel, alimentadas por sendas líneas de teleski. Son “las pistas del fondo”, un lujo para esquiadores intermedios-avanzados: quedan lejos del área de principiantes y quizás carezcan de la extensión buscada por los corredores expertos. Pero son anchas, con buena inclinación y despobladas, en una especie de circuito cerrado para subir y bajar a gusto una y otra vez. Un acierto.
Alrededor de las 16.30, el Camino del Bosque se vuelve muy transitado. Con poca pendiente, pero angosto y con curvas, es la vía por la que casi todo el mundo baja a la hora del regreso; unos, derrapando, cautos; otros a velocidad crucero. En la base, mientras cae el sol (algo que en invierno, en Tierra del Fuego, puede ocurrir bastante temprano), Ona House es el epicentro del after ski. Adentro, el café ayuda a recuperar la temperatura; en el deck exterior, algunos prefieren cerveza, panchos (combo, $ 160) para compartir el parte de proezas del día y recibir el último aire frío y puro en la cara, antes de volver a casa o al hotel.
NOCHE
Cuando la fiesta termina, ahí entran en escena Héctor Zapata y equipo para poner todo de vuelta en su lugar. Los restaurantes de la base se vacían, las combis marchan hacia la ciudad por la Ruta 3 y Héctor se prepara para manejar un pisanieve Pisten Bully 600 recién importado. “La Ferrari”, le dice, feliz, mientras sube por una pista emblemática de Castor. Con el auto italiano, el pisanieve alemán comparte el color rojo y el liderazgo tecnológico en su tipo. Por lo demás, no es que vaya tan rápido: es una máquina robusta que pisa, palea y peina la nieve, lenta, pero segura.
“Levanté 10 centímetros el retorno de la cuatro”, reporta en clave, por radio, un compañero. Delante del Pisten Bully, pendiente abajo, ruedan bolitas blancas. Parecen huir desesperadas de las fauces del mastodonte rojo, que las ilumina en la noche.
Con la asistencia de un malacate y mil metros de cable, la Pisten Bully tiene la capacidad de descolgarse en pendientes pronunciadas. Héctor, que trabajó varios años también en Andorra y tiene título de instructor de esquí, es un perfeccionista: va y viene cuidadosamente hasta dejar de lado a lado una superficie que parece un gran corderoy blanco. “Los esquiadores bajan la nieve y nosotros la volvemos a subir –dice sobre su trabajo y el de su equipo durante la noche y la madrugada–. A la mañana, todos quieren subir antes para marcar las primeras rayas.”
Desde la montaña, se ven las lucecitas de la base. Desde la base, se ven los faroles del Pisten Bully ir y venir, preparando el escenario para la fiesta de mañana, como todos los días del invierno en las pistas del Fin del Mundo.
Trasnoche en el ski lodge
En los centros de esquí argentinos hay varias opciones de alojamiento al pie de las pistas: la villa en la base del Catedral, los hoteles de Las Leñas, el nuevo hotel en Caviahue. Cerro Castor ofrece también esta posibilidad en su Castor Ski Lodge. Dentro de un bosque de lengas, es un complejo de 15 cabañas independientes y amplias, desde 68 hasta 180 metros cuadrados, en dos plantas, con detalles de hotelería premium, cocina, hidromasaje, tevé satelital, wifi, calefacción y un hogar listo para ser encendido, con leña y papel. La modalidad de alojamiento es de media pensión, con desayuno y cena en el restaurante de la base Morada del Águila, donde el servicio y la gastronomía (merluza negra, cordero, centolla) son realmente impecables. La relación entre el lodge y el centro de esquí es tal, que la misma tarjeta-llave de la cabaña funciona como pase para esquiar (costo no incluido en la tarifa). Debido al restringido número de camas y la categoría de las cabañas, el precio de dormir a pocos pasos de estas pistas (sin necesidad de transfers de 26 km a la ciudad de Ushuaia), promedia los 300 dólares por noche, por persona. Una experiencia para pocos y exigentes, en la que el adjetivo “exclusivo” no es un clisé. www.castorskilodge.com
Datos útiles
Los pases
Como en todo centro de esquí, hay una gran variedad de tarifas para esquiar, según momento de la temporada, edad, cantidad de días.
Durante agosto y la mayor parte de septiembre, por ejemplo, el pase diario cuesta 1080 pesos (salvo del 19 al 21, considerados temporada alta, a $ 1280) para mayores y $ 710 para menores (5 a 11 años inclusive). Hay buenas promociones de 4x3 y 7x5.
Las clases
En temporada alta, para 2 personas, durante 2 horas, $ 2810. Grupales, también de 2 horas, $ 1350. Para niños, medio día, $ 1800. Tres días completos de escuelita, $ 7980, (en temporada alta).
En internet
Para cotizar y comprar online pases, clases a medida y otros servicios, consultar www.cerrocastor.com
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