Yo sabía que Perú tiene más de 3000 variedades de papa. Que se toma pisco. Que Gastón Acurio, el chef de Astrid y Gastón, es peruano y es uno de los responsables de haber puesto la cocina del país en el trono mundial. También sabía de Machu Picchu, la ciudad inca que fue construida antes del siglo XV y que es una obra maestra de ingeniería, un lugar mágico y una de las siete maravillas. Y del algodón peruano, y de César Vallejo. Algo sabía de Perú.
Pero ir es otro cuento. Porque en ningún lado te cuentan que los peruanos son tan cálidos, o que el ceviche es un plato difícil de preparar y, sin embargo, se vende como pan caliente, que Lima suele estar nublada, que el tráfico es demencial, que el sol (cuando sale) se pone sobre el mar y que a pocas horas de la capital hay playas hermosas, fenómenos naturales y misterios arqueológicos todavía indescifrados.
Vista de la costa de Lima desde el Malecón de Miraflores.
El más lindo del mundo
Perú está hot. El mes pasado ganó "el Oscar del turismo", el World Travel Award 2018 al mejor destino gastronómico y cultural del mundo. Y el Financial Times publicó a fines de noviembre una nota donde destaca la recuperación del pasado artístico del país después de los años de la guerrilla y celebra todas las galerías nuevas y los artistas que están surgiendo.
En este viaje, conocí algunas de esas galerías, que están concentradas sobre todo en Barranco, un barrio booming que en el siglo XIX funcionaba como el retiro de verano de las familias pudientes de la ciudad y que tiene un puente al que llaman "de los suspiros": el ritual es pedir un deseo, inspirar y cruzarlo conteniendo el aire para que se cumpla. Lo genial es que en Lima el arte de los grafitis callejeros convive con el de artistas consagrados que exponen en Art Basel Miami, por ejemplo. Y lo mismo pasa en el Museo Larco, en el Distrito Pueblo Libre. Considerado uno de los 25 mejores museos del mundo, se aloja en una mansión virreinal del siglo XVIII con lindos jardines, flores colgantes y un restaurante de primer nivel. El museo contiene tal vez la mayor colección de huacos precolombinos (esas piezas de cerámica adornadas de usos múltiples que se encontraron en los enterramientos), y hay una galería donde se exhiben huacos con motivos eróticos que son tan explícitos que parecen modernos. Pero también tiene una colección completa de adornos de oro y plata que usaban los líderes de las culturas precolombinas.
Un paseo por la Ciudad de los Reyes
El convento de San Francisco, en la Lima colonial.
Así la bautizó Francisco de Pizarro cuando la fundó en 1835, pero terminó tomando su nombre actual del río Rimac (que se pronuncia "Limac" en quechua), el único hilo de agua que corre por la ciudad y cuyo caudal depende de las lluvias en las sierras. Lima está ubicada en una franja desértica y llueve muy poco en la ciudad. Como es zona sísmica, no hay edificios muy altos y la mayoría de las casas son de techos planos.Algunos barrios de Lima todavía se llaman como las antiguas haciendas coloniales que se instalaron en cada distrito: Miraflores, por ejemplo, o San Isidro, que incluso conserva la casona original, que actualmente es propiedad del restaurante Astrid y Gastón (los socios invirtieron cerca de 9 millones de dólares para ponerla en valor, pero respetando la infraestructura, porque es Monumento Histórico).El centro histórico de Lima fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, gracias a su riqueza arquitectónica e histórica. El sector patrimonial está conformado por lo que se conoce como "Lima cuadrada" o "el Damero de Pizarro", y ahí están La Catedral, el Palacio de Gobierno y la Municipalidad.
Monumental Callao, un barrio recuperado por iniciativa de los vecinos que ahora es la meca de muralistas y grafiteros.
El Convento de San Francisco, construido en el siglo XVII, tiene una imponente fachada barroca y contiene las catacumbas, un antiguo cementerio subterráneo que se conserva casi intacto, y una de las bibliotecas franciscanas más importantes del mundo, con cerca de 25 mil volúmenes. No muy lejos del centro histórico, está también la Casa Aliaga, una construcción de 1535 que sigue en manos de la misma familia y que da una buena idea de cómo se vivía en la época del Virreinato del Perú.
El Monumental Callao, al oeste de la ciudad, fue históricamente un barrio marginal hasta que los propios vecinos se agruparon para ponerlo en valor. Hoy es un barrio colorido, con paredes grafiteadas por muralistas de todo el mundo y muchas galerías de arte. Espíritu irreverente y aires de libertad: ¡ay, cómo quiero volver!
Y, si hablamos de compras, los dos shoppings más importantes son el Jockey Plaza y Larcomar, en Miraflores. Para artesanías, la avenida Larco, el parque Kennedy y los Mercados Incas sobre la avenida Petit Thouars.
La ruta del pisco
Las bodegas que forman este recorrido te ponen en tema con el proceso de producción de la bebida bandera del Perú. Son varias bodegas que están dispersas a lo largo de la campiña iqueña: algunas funcionan con el método tradicional de recolección y otras se apoyan en tecnología de punta. Nosotros visitamos la Bodega Santiago Queirolo, que fue fundada en 1880 por este inmigrante italiano y que, además de los galpones de producción, tiene un hotel inmerso en las montañas.
Comer y beber
El ceviche, plato rey. Lleva cinco ingredientes básicos: pescado, sal, ají limo, cebolla y limón. Es facil y delicioso. Antes el pescado se maceraba durante horas, hoy se come fresco.
En el Cook Club de Lima participé de una clase de cocina para preparar los platos típicos del país: tiradito de salmón, papas a la huancaína, ceviche y lomo saltado.
Acompañamos todo con un pisco chilcano, un trago de vaso largo más fresco que el clásico pisco sour (foto), mi preferido.
Parapente en Miraflores
Bordeando el acantilado y con una vista única de la bahía de Lima, el Malecón de Miraflores es un lugar perfecto para caminar, correr o tirarte en parapente. El parapuente está ubicado al lado del Parque del Amor y tiene un sistema de banderas (como las del mar en la playa) que indican cómo está el viento para salir. Se vuela con instructor y dura 15 minutos, en los que sobrevolás la costa verde y te sentís un pájaro. Cuesta 270 soles (aprox. US$80).
EN EL DESIERTO
Cena en el desierto de Paracas al estilo Sex and the City.
La costa del Perú se extiende por más de 3000 kilómetros sobre el Pacífico. Es irregular, llena de ensenadas, bahías, penínsulas, acantilados, farallones intensos y playas de arena. Como en todas las ciudades costeras, en Lima se siente la presencia del mar, aunque no se lo vea. Sus olas perfectas son el pulso de los surfers, que despuntan el vicio en la capital para después buscar la rompiente en las playas del norte y del sur.
De hecho, el broche dorado de mi visita a Perú fue el viaje hasta Paracas, en la provincia de Ica. A 260 kilómetros de Lima, en medio de playas hermosas de arena blanca y mar un poco frío para nuestro gusto, se encuentra la bahía donde desembarcó San Martín en su campaña libertadora del Perú. Las principales actividades de la zona, que fue devastada por un terremoto brutal en 2007, son la producción vitivinícola y la producción de guano de las Islas Ballestas, a donde se llega en un viaje en lancha para vivir una experiencia mano a mano con lobos marinos, pingüinos, pelícanos y miles de aves que, si alzan vuelo todas juntas, arman como un techo vivo, negro y compacto sobre tu cabeza.
Boogies, sandboard y un atardecer mágico en el desierto de Paracas.
Y no quedó ahí mi sorpresa, porque el trayecto en lancha incluye una parada frente a uno de los misterios arqueológicos del Perú: el candelabro, un geoglifo de 180 metros y 2500 años de antigüedad que guarda relación con las líneas de Nazca y que no se sabe si es un símbolo masónico de la campaña sanmartiniana, vestigio de las civilizaciones precolombinas o una obra alienígena.
El tour en la lancha a la reserva natural de las Islas Ballestas. (www.venturia.com.pe) Sale del Hotel Paracas Resort.
Pero lo que definitivamente jamás me imaginé fue que en Perú iba a pasar uno de los mejores atardeceres de mi vida. En Paracas me llevaron hasta las dunas de arena, me subí a un boogie y me divertí mucho. Y cuando creí que estábamos volviendo y ya casi no veía de la cantidad de arena que tenía en las antiparras, bajando una duna llegamos a una tienda alfombrada que nos esperaba con una cena deliciosa, más pisco, música, velas, la puesta del sol, la noche estrellada y el clima perfecto. No, yo no sabía casi nada de Perú. Hasta que fui.
Agradecemos a Promperú y a Araceli Carpio por su invitación.