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El círculo de la dieta restrictiva: ¿por qué es peligroso?

La licenciada en Nutrición María Agustina Murcho, en el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria, se refiere a los riesgos de las dietas restrictivas.


La dopamina es un neurotransmisor que regula el placer y el sistema de recompensa cerebral.

La dopamina es un neurotransmisor que regula el placer y el sistema de recompensa cerebral. - Créditos: Getty



Las dietas restrictivas en nutrientes, calorías y placer nos llevan a tener muchas complicaciones, y una de ellas es el descontrol alimentario. Se empieza con el círculo "restricción-descontrol-restricción", y es muy difícil salir. Cuando estamos a dieta, tenemos muchos alimentos prohibidos, que, en general, suelen estar más presentes en la vida social, por lo tanto, uno ya va de mal humor y sufriendo porque no puede comer lo que tiene ganas.

De más está decir que también hay descontrol porque pasamos hambre. Cuando se nos junta el hambre y la pérdida del placer empiezan los problemas. Este combo se podrá sostener un tiempo, pero todo tiene un fin. Para empezar, deberíamos preguntarnos: ¿qué pasa cuando nos encontramos frente a ese alimento que nos gusta tanto y nos convencemos de que “no podemos comer” por la dieta? Es simple, cada vez que nos prohibimos un alimento, lo que aumenta es el deseo. 

La dopamina es un neurotransmisor que regula el placer y el sistema de recompensa cerebral. Cuando detecta que “se viene algo bueno” o algo que genera un deseo, ya que posteriormente nos hará sentir placer, se dispara fuertemente y no lo podemos frenar. Si a este funcionamiento le sumamos “la alerta” o el pensamiento de culpa que nos lleva a pensar que es la última vez, “total mañana empiezo la dieta”, el círculo es realmente peligroso. La idea de la última vez es, en realidad, una mentira. Pensar que nunca más en la vida vamos a comer lo que nos gusta es fantasioso y nos hace daño porque, cuando comemos de esa manera, lo hacemos con culpa y sin disfrute.

Es fundamental que podamos entender que el ser humano no come solo para nutrirse, sino también por placer, por emociones y por recuerdos. En la nutrición de cualquier persona se juegan situaciones, emociones y contextos que van mucho más allá de una visión utilitaria de la comida. 

Si la comida también es recuerdo, cuando nos privamos también nos estamos privando de ese recuerdo. Todos tenemos guardadas emociones, momentos y pensamientos que se disparan a la hora de comer un alimento en particular u oler esa comida que te lleva a otro lugar. Por ejemplo, las pastas de la abuela: si me privo, no sólo anulo el placer sino también el recuerdo que me trae ese alimento. Un recuerdo que es grato y que nos hace bien.

Cuando uno legaliza el placer de comer, y sabe que ese alimento existe y lo tiene cuando quiere, entonces lo disfruta, los saborea y no siente culpa. Legalizar alimentos significa que podamos saber que después retomamos, y sobre todo, que nunca es “la última vez”. 

Estamos acostumbrados a ir a los extremos, y no digo que el equilibrio sea fácil. Pero con un apoyo nutricional y, muchas veces, psicológico, se logra. En ese camino, también es importante que existan cada vez más profesionales que no refuercen el circuito de la dieta restrictiva, ni prohíban, porque las prohibiciones pueden resultar en un empeoramiento del cuadro del paciente.

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