Probé la copa menstrual y esto fue lo que aprendí
9 de octubre de 2018 • 16:53
Mi experiencia con este método que reemplaza a las toallitas y los tampones - Créditos: Shutterstock
Mi primer trabajo como periodista fue en un medio sobre ecología . Me la pasaba varias horas al día leyendo sobre cuánta basura generamos, a dónde va a parar y cómo hacer para disminuir el impacto de nuestro paso por el planeta. Ahí eliminé las botellas de plástico de mi vida casi por completo, tomé conciencia de la cantidad de deshechos que genera pedir delivery y adopté las bolsas de tela mucho antes de que las empezaran a cobrar. Pero me quedaba un gran enemigo: el tacho del baño.
En ese momento, hace 10 años, las opciones para hacer que la higiene femenina generara menos basura se reducían a la toallita de tela (sí, como los pañales lavables pero para la sangre). No estaba dispuesta a meterme en esa. Pero un par de años después apareció mi gran amiga: la copa menstrual.
La Maggacup, una de las marcas que se hacen en el país, llegó como regalo a la redacción en la que trabajaba en 2015. Corrí a agarrarla ante la mirada juzgona de las demás periodistas que decían que les daba impresión. Desde ahí, tenemos un vínculo inseparable, con algunos traspiés pero firme. Después de tres años, esto es lo que aprendí.
Agarrarle la mano
La copa es una especie de sopapa (lamento la analogía) de silicona que se coloca en la vagina, se adapta a las paredes vaginales y junta el flujo. No lo absorbe como el resto de las opciones. Cuando se llena, se vacía y se enjuaga. Y puede acumular hasta 5 veces más de lo que acumula un tampón. No hay mucha más ciencia atrás.
Como con los tampones, requiere algo de práctica hasta lograr colocarla bien. Está lleno de tutoriales en Internet y estrategias para que no se derrame ni se sienta (tirando para afuera un poco, moviendo el palito de arriba a abajo, por nombrar un par). Que tire la primera piedra la que se puso perfecto el tampón en el primer intento. Paciencia.
Basura cero
Lo que más escuché en este tiempo de la boca de mujeres que no quieren usarla es que les da impresión. A mí me da mucha más impresión una toallita con sangre envuelta en un tacho de basura que sangre en un inodoro, pero esta parte es subjetiva. Lo que no es subjetivo es la cantidad de toallitas que se desechan todos los meses: cada mujer usa más de 20 al mes, o sea aproximadamente 260 toallitas al año. Eso quiere decir que en estos tres años ya me ahorré 780 toallitas y, teniendo en cuenta que tardan más de 500 años en degradarse, esto no es poco.
Más allá de los números, la copa menstrual me aportó un conocimiento sobre mi cuerpo que no tenía antes. Lejos estaba de creer que menstruaba líquido celeste como muestran las publicidades, pero no estaba tan en control como lo estoy desde que la uso. No hay un manual: la copa te permite manejarte como tu cuerpo necesita. Algunas la vacían cada 12 horas, otras cada 6, algunas prefieren hacerlo en la ducha, otras solo en el baño de casa.
Billetera contenta
Yo no la pagué, pero me tomo el atrevimiento de igual destacar este punto. La mayoría de las copas están hechas para durar entre 5 y 10 años; y cuestan alrededor de 400 pesos (aunque hay opciones de hasta 800 en Mercado Libre). Yo tengo la misma hace 3 años y está en perfecto estado. Después de cada uso la enjuago, y antes de empezar un nuevo ciclo la hiervo 10 minutos para esterilizarla. Lo chequeé con ginecólogas y me dijeron que así estaba perfecto.
¿Cuánto gastás en toallitas y tampones en 10 años? Según un análisis hecho por Economía Feminista, en 2017 calculaban que en un año ya se podía amortizar la compra. O sea, el gasto inicial puede ser alto pero de ahí en más hay cero inversión y cero preocupación (no más andar mangueando tampones por la oficina).
Se enjuaga con agua, y se esteriliza una vez por mes - Créditos: Shutterstock
Contra el flujo azul
Que esté escribiendo esta nota no es poca cosa. Hasta hace poco me daba vergüenza traer el tema menstruación entre amigas, menos que menos me hubiera animado a escribirlo en un medio masivo. Y eso también es gracias a la copa.
Quizás aparezcan métodos mejores, todavía más certificados por la medicina, pero la copa fue el primero que me permitió a mí, y a muchas otras, hablar sobre esto. Preguntarnos cómo queríamos hacernos cargo de nuestro flujo y compartir experiencias en un área tabú hasta hace poco. Quien necesite un empujón, me escribe con total confianza.
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