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7 lecciones que nos trae el invierno para mejorar nuestro bienestar

Ya con los dos pies en el invierno, te contamos qué cosas podemos aprender de esta época del año


La sabiduría del Invierno. Ilustración: Inés Fraschina

La sabiduría del Invierno. Ilustración: Inés Fraschina



En invierno los días se vuelven más cortos, la luz del sol desaparece antes y eso nos invita a habitar más nuestros hogares. A estar calentitos y cómodos. A irnos a dormir más temprano y, si podemos, levantarnos más tarde. Entonces -si tomamos como inspiración lo que está pasando en la naturaleza- nos vamos a dar cuenta de que muchas de esas cosas también nos están pasando a nosotros: que en estos días más cortos y grises aparecen otros planes, otros deseos, otras ganas.
Estas son las invitaciones que te hacemos para que te conectes con el invierno y empieces a quererlo.

7 lecciones de sabiduría invernal

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    Bajar el ritmo e ir más lento. “Frenar el ritmo, ir muy lento... Más lento...”, canta Julieta Venegas en uno de sus hits. Y así como el verano nos impulsa a las reuniones multitudinarias, cierta avidez por los planes y el aire libre, la falta de luz y el frío del invierno nos invitan a ir más despacio y a quedarnos más tiempo adentro. Ya no tenemos ganas de hacer tantas cosas ni de ver tanta gente. Incluso seguro debe haber días en los que te invitan a salir y vos preferís decir “no, gracias” y acurrucarte en tu casa. Y esto tiene que ver con no malgastar tus energías cuando necesitás conservarlas. Porque si pasar todo el día afuera en verano es un planazo, en invierno, en cambio, podés agotarte más fácilmente porque las condiciones son más hostiles y el cuerpo está más exigido. Tenemos más necesidad de dormir, de comidas nutritivas y de bebidas calientes. Entonces, si lográs darle espacio a ese descanso, vas a ver que puede volverse muy placentero (¡mirá el kit para el invierno que te preparamos en la próxima página!).
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    Buscar espacios de nutrición. Puede ser hacernos una sopa casera, tejernos un suéter, leer un libro postergado o amasar pan con semillas; en invierno es importante buscar espacios que nos nutran. Porque, por un lado, nos alimentan el cuerpo, pero también el alma; todo ese tiempo de preparación frente a una hornalla o junto a la lana tiene un efecto calmante. Es una forma de decirnos: “Se viene el frío, pero yo estoy preparada para eso”. El ejercicio quizá sea, entonces, preguntarte: “¿Cómo voy a nutrirme hoy?”. Podés elegir lo que quieras, desde un curso para aprender a hacer algo nuevo hasta una charla nutritiva con alguien que querés mucho.
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    Conectarte con lo que sentís. Como ya dijimos, el invierno es la estación del recogimiento. Y en ese bajar el ritmo aparece la posibilidad de sentir más. Al tener más momentos sin acción, hay más espacio para la introspección y el encuentro con vos mismo. Mientras leés frente al fuego, mientras te preparás un tecito, podés repasar lo que estás sintiendo: conectarte con lo que te estuvo pasando, con cómo crecieron tus hijos, con cómo fuiste cambiando vos. Cerrar un ratito los ojos y recordar las cosas lindas (o no tan lindas) que pasaron durante este tiempo y darles espacio a esas emociones. Para esto, sirve mucho hacer alguna práctica de mindfulness, alguna meditación o visualización o simplemente bajar al papel lo que sentís, escribiendo una especie de “diario de invierno” a modo de bitácora de sensaciones y anécdotas.
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    Hacer nesting. Aunque en invierno las reuniones son más chicas, de todas maneras sí es importante tener contacto con las personas queridas; con amigos, con tus hijos, con compañeros del trabajo, con tu pareja. La intimidad es una forma de cercanía que se extrañó mucho durante la pandemia y ahora la tenemos accesible. Y el frío del invierno nos pide más de esos encuentros nutritivos y profundos. Bienvenidas, entonces, las charlas eternas sobre el sillón, en medias o en pantuflas, tapadas con una manta y una rica taza de té. Este encuentro puede ser incluso con vos mismo: tal vez acompañada de un libro y mucha buena música (la que más te guste).
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    Quedarte desnudo, para renacer. Así como la primavera es un momento de renacimiento que genera mucha alegría y sensualidad en el cuerpo, el invierno es un tiempo de dejar morir lo que ya no es y de empezar a incubar lo que queremos que nazca. Ya te contamos que en la naturaleza este proceso sucede bajo la tierra. Los árboles que en otoño se quedaron pelados, en realidad están llenos de vida. Están prepara rándose para renacer en primavera. Este proceso de soltar lo viejo para gestar lo nuevo que hacen los árboles puede servirnos cómo metáfora. Podés preguntarte: “¿Qué quiero soltar en mi vida hoy? ¿Cuáles de mis proyectos o relaciones ya no me nutren?”. Y animarte a quedarte desnudo. Por lo menos frente a vos mismo, en tu intimidad. Luego, sí, preguntarte: “¿Ahora qué quiero incubar?”. Y a este incubar, tomártelo con tiempo. Ensoñarlo, pensarlo, darle tiempo y espacio para que vaya creciendo en forma orgánica, a un ritmo lento pero seguro. Y también pensar qué proyectos querés que sigan, cuáles querés reelegir, pero no por costumbre, sino porque volviste a encontrar las razones por las que te gustaban.
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    Hacer tu casa más cálida. Esto tiene que ver con el concepto dinamarqués hygge, del que hablamos tantas veces. Traducido al español, quiere decir “hospitalario”, “íntimo”, “sencillo”, “cálido”, “feliz”. Como los dinamarqueses viven inviernos muy crudos, comenzaron a crear condiciones de vida dentro del hogar que fueran confortables y que se asemejaran a estar en la naturaleza; por eso usan materiales nobles, mucha madera, mucha lana, mucha vela. Son interiores que parecen exteriores y en los que da gusto estar. Te proponemos que busques esos objetos que pueden darle calidez a tu casa en estos meses fríos: almohadones, velas, luces..., la lista es infinita y depende de lo que tengas a mano. Pero lo importante es que te ayuden a generar encuentros íntimos y cálidos, tal vez con comida casera, luz de vela y, por qué no, manteles a cuadritos.
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    Cuidar tu propia luz. Poco antes del solsticio de invierno, en los colegios Waldorf se suele hacer una celebración que se llama “fiesta de las luces”. Los chicos crean sus propios faroles con velas y papel. Y luego, en una noche oscura, van caminando en hilera con sus faroles encendidos, tratando de que la vela no se les apague. La fiesta simboliza la llegada del invierno. Pero también, que en este tiempo en el que la luz es más escasa, somos nosotras las encargadas de cuidar nuestra propia luz. Porque cuando las condiciones externas son adversas, ¿de dónde sacamos fuerzas si no es de adentro de nosotras? Por eso el frío del invierno nos invita a conectarnos con nuestra espiritualidad, para darnos a nosotras mismas el calor que ya no recibimos de afuera. ¿De qué forma? De la forma que sea: rezando, meditando, respirando. Por eso, si hay días en los que te sentís triste, que te aparece el bajón, acordate de que adentro de vos hay una luz que sigue brillando. Buscá la mejor forma de expandirla.

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