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Alerta por las agendas explotadas de los chicos: 5 motivos para amigarse con el aburrimiento

En la era de la hiperconexión, parece que el aburrimiento se convirtió en un lujo que pocos pueden permitirse. Estar ocupados y entretenidos es el nuevo mandato. Incluso para las infancvias y adolescencias. 5 claves para cambiar el chip.


un nene aburrido en casa

Chicos aburridos: ¿por qué hace bien que tengan ratos libres? - Créditos: Getty



En la era de la hiperconexión parece que el aburrimiento se convirtió en un lujo que pocos pueden permitirse. Definitivamente, estar ocupados y entretenidos es el nuevo mandato. La cultura workaholic tiene buena prensa y el ocio casi que está mal visto. 

Este panorama corre también para las niñeces y adolescencias. Cada vez más, vemos agendas abarrotadas desde edades tempranas: jornadas escolares dobles, más actividades extra como idiomas, deportes, danzas en combinación con juntadas, piyamadas, campamentos, partidas de juegos virtuales en línea y cumpleaños (si no tienen una frecuencia de una vez por semana pega en el palo). Y aclaro: me encantan las actividades sociales y recreativas, pero no cuando parecen compulsivas.

 

Creo que esta ocupación, que prácticamente no deja huecos, parte de una creencia arraigada en la adultez: preparar a los chicos para un futuro que, irónicamente, es cada vez más incierto. Existe una idea extendida del “entrenamiento”, donde nada puede quedar librado a la incertidumbre. Todo se pauta, se agenda y se entrena. A ver si los chicos se pierden de algo en esta carrera de meta incierta. 

Pero, ¿por qué llegamos a este punto? ¿Qué nos pasa que no toleramos los baches de agenda? ¿Existe un miedo al aburrimiento? ¿El aburrimiento está relacionado con la falta de control y lo que no se controla es amenazante? ¿Si entrenamos el presente, controlamos el futuro? Nada más iluso y, peor, preocupante.

Este megaentrenamiento del presente se relaciona (nada menos) con niveles de estrés altísimos. Y, en el caso de los más chicos y jóvenes, hace estragos. Son muchas las consultas sobre alteraciones de sueño, deterioro del rendimiento escolar, desórdenes alimentarios, ansiedad e incluso depresión. Y también quiero mencionar las consultas por dificultades vinculares en la era de la hiperconexión. Reconectados, vinculados, en red, entrenados, entretenidos y… destruidos. Pero a pesar de este escenario donde la salud mental colectiva pide a gritos un parate, nadie se entrega con docilidad a revisar las agendas apretadas del piberío. 

¿El aburrimiento no traía creatividad?

No hay quien no haya repetido que para imaginar y crear hay que aburrirse. Sin embargo, lo discurseamos pero no lo practicamos. El mundo se resiste a detenerse aunque sea por ratitos. Nos convencimos que el movimiento constante es la clave del éxito y esta idea (poco fundamentada) se pegó como abrojo al modo de criar.

Pero como no quiero desesperanzar sino sacudir para un cambio (que todavía creo posible), les acerco 5 motivos para defender a capa y espada el aburrimiento: 

  • Estimula la creatividad: ya comentamos que “El aburrimiento es el motor para la imaginación” es una frase clisé. Es hora de que pasemos del dicho al hecho y entendamos que el cerebro trabaja buscando soluciones creativas frente al vacío.  

  • Promueve la introspección:  estar aburrido ofrece un momento de pausa que permite reflexionar, revisar y pensar, verbos que cada vez se van a valorar más porque, lamentablemente, son prácticas que escasean! (se tenía que decir!). 

  • Desarrolla la tolerancia: el aburrimiento ayuda a construir resistencia emocional porque empuja a bancar la incomodidad y la falta de estimulación constante. 

  • Fomenta la planificación: attenti que esta es una herramienta de gran utilidad: la organización efectiva nace sólo si hay pausa.

  • Estimula la curiosidad: darnos lugar al embole nos impulsa a la búsqueda de nuevos intereses y, quién nos dice, a descubrir pasiones desconocidas.

 

En un mundo que nos arroja a la productividad constante, amigarnos con la nada misma es un acto de autocuidado. Confiemos en que permitir que las infancias y adolescencias vivan estos espacios “de nada” es tan vital como cualquier otra actividad. Últimamente, hablamos bastante de la necesidad de desconexión de las pantallas, pero acá la invitación incluye también ponerle un freno a las exigencias diarias de la vida no virtual.

 

Ig: @eva_pediatra

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por Redacción OHLALÁ!


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