Auschwitz-Birkenau y los sonidos del silencio
21 de abril de 2013
CRACOVIA.– A sólo una hora en ómnibus del centro de Cracovia está el que quizá sea el museo de la memoria más grande e importante del mundo: los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau.
En este inmenso complejo, cada silencio dura una eternidad. Cada paso acompaña una reflexión. Cada explicación del guía retumba en la cabeza. El tour (cuatro horas, 40 zloty, guías en seis idiomas) es una experiencia sensorial que uno jamás olvidará, al margen del gusto personal por la historia, de la religión, de la ideología.
En nuestro grupo está Irena. Es una polaca de Orzyz (al norte) con antepasados lituanos, pero no sabe si hay alguna raíz judía en su familia. Cree que sí. Luego de las próximas cuatro horas, Irena entenderá que acá, en Auschwitz, da lo mismo si uno tiene una conexión directa o no con el Holocausto. Lo que se ve, huele, toca y siente estremece a cualquier ser humano con sentido común.
El campo de concentración de Auschwitz existía antes de la invasión nazi para los presos políticos polacos –nos cuenta Piotr, nuestro guía checo–, pero Hitler lo tomó por su gran extensión y ubicación estratégica en el centro de Europa, con rápida llegada desde varias capitales por tren.
La primera imagen de entrada al campo ya resulta una puñalada fría: Albeit Macht Frei (El trabajo los hará libres), dice el cartel que recibía a cientos de prisioneros que llegaban por día. "La gran mayoría sobrevivía unos pocos días; algunos, sólo horas", dice Piotr mientras nos muestra las fotos de las víctimas en los sombríos pasillos de uno de los galpones donde eran amontonados.
De a ratos, Piotr prolonga sus silencios. Es que contemplar esas enormes vidrieras con miles de zapatos, valijas, cabellos y peines apilados nos sitúa entre la perplejidad y la tristeza. Parece como si de pronto se hiciera de noche: todo luce más oscuro y el frío alcanza al cuerpo entero.
Pero aún falta ver lo más dramático: el paredón de fusilamientos, las camas, los baños y el horno de cremación. Resulta tan cruel la imagen de las cuchetas de ladrillo y paja donde cabían hasta seis personas o las paupérrimas condiciones sanitarias que no sabemos si es propicio sacar fotos. Y cualquier adjetivo será inexacto para describir la entrada al horno de cremación: simplemente hay que estar ahí para sentirlo.
Hacia el final del tour, ya en Birkenau, Piotr nos recrea una película que se vivió todos los días desde 1940 hasta 1945: un tren abarrotado (principalmente) de judíos que llega desde algún punto de Europa. Los pasajeros que bajan extenuados son divididos por generales nazis en dos grupos: quienes sirven como mano de obra, toman un camino. Los que son engañados a la ducha, van directamente al camino de la muerte, como señala el guía con su mano derecha extendida.
Seguimos la ruta en silencio contemplando las decenas de galpones que aún se conservan en el que fue el campo de exterminio más grande del Tercer Reich. El recorrido termina frente a la placa-homenaje a las víctimas: Que este sitio, donde los nazis exterminaron un millón y medio de hombres, mujeres y niños, principalmente judíos, de varios países de Europa, sea para siempre un llanto de desesperación y una advertencia a la humanidad.
Auschwitz-Birkenau 1940-1945.
Y por última vez, el silencio.