Brasil sin playa, pero con mucho por descubrir
De tour por la sorprendente capital del estado de Minas Gerais y sus alrededores, más allá del circuito turístico tradicional
14 de julio de 2013
BELO HORIZONTE.- Bucear dentro de una mina de oro inundada, recorrer museos de arte contemporáneo perdidos en la selva, dejarse llevar por calles sinuosas y coloniales dignas de un casco histórico europeo y disfrutar de un circuito gourmet de excelencia. Ninguna de estas actividades suele asociarse al turismo en Brasil, normalmente vinculado a postales con playas, caipirinha y fiestas interminables.
Más allá de las costas, Brasil esconde una pasarela cultural, histórica y gastronómica repleta de sorpresas agradables. Ejemplo de ello es el estado de Minas Gerais, al sur de Bahía. Su capital, Belo Horizonte, condensa buena parte de una oferta turística que seduce a los amantes de la arquitectura, el arte y el paladar.
Imposible caminar por sus calles sin advertir la danza arquitectónica que marca su estilo. En la plaza Da Libertade, corazón de la ciudad, conviven edificios de distintas épocas y diversas vanguardias. Desde el art déco hasta estructuras posmodernas de las últimas décadas. Y en el medio, obras del legendario Oscar Niemeyer. Un edificio de departamentos en forma de trébol es la vedette de la plaza, que hasta hace unos años era el epicentro político de Minas Gerais. Acertado, el gobierno local mudó la ciudad administrativa a un complejo (también diseñado por Niemeyer) en las afueras de Belo Horizonte. Esto posibilitó que los históricos edificios se transformen en un novedoso y elegante corredor de museos.
Uno es el Museu das Minas e do Metal, moderno espacio interactivo que cuenta la historia de la minería en la zona, actividad sobre la que se fundó el Estado y que aún en la actualidad da trabajo a decenas de miles de brasileños en la región. Allí pueden verse piedras preciosas, animaciones sobre la forma en que se encuentran los metales y hasta un simulador para descender hasta las entrañas de la tierra en busca de oro.
Alejado, al norte de la ciudad se encuentra otro ícono inconfundible de Belo Horizonte. Caminar en silencio por la orilla de la laguna Pampulha obliga a conectarse con las raíces mismas del lugar. Se trata de un complejo diseñado íntegramente por Niemeyer en la década del 40, cuyo máximo exponente es la iglesia de San Francisco de Asís. Cautivantes, sus techos ondulados son el orgullo de la arquitectura modernista brasileña y fueron motivo de conflicto para la iglesia, que retrasó su apertura durante 16 años. En aquella época, el mentor de Brasilia se había acercado al Partido Comunista y desde el clero comenzaron a repudiar sus obras.
Desde la hermosa capilla, decorada con el trazo inconfundible de Cândido Portinari, puede verse también el Estádio Governador Magalhães Pinto, más conocido como Mineião, sede el año próximo del Mundial del fútbol y también escenario de violentos enfrentamientos con la policía local durante la última Copa de las Confederaciones.
El museo de la selva
A 60 kilómetros de Belo Horizonte, pegado a la ciudad de Brumadinho, se encuentra el Instituto Inhotim, un gigantesco oasis cultural en medio de la selva que mezcla un paisajismo milimétricamente cuidado con las obras de arte contemporáneo más extrañas y atrapantes de la última década.
Son 110 hectáreas parquizadas obsesivamente por el filántropo Bernardo Paz, un ex siderúrgico que vendió parte de sus bienes y alzó este complejo de museos diseminados por la espesa y húmeda vegetación, que incluye más de mil especies de palmeras. Algunas de las variedades están en peligro de extinción. Una, literalmente camina.
Lagunas artificiales de un verde esmeralda casi hipnótico descansan entre las colinas de césped impecable, casi de cancha de golf. Alrededor, bancos tallados sobre enormes troncos (algunos alcanzan los 10 m de largo y 1,6 m de diámetro) permiten sentarse a disfrutar de un paisaje deslumbrante. En Inhotim, todo parece una inmensa maqueta.
Como incrustados en la selva, una serie de edificios dispersos conforman el atractivo cultural del complejo. El arte y la botánica conviven armoniosamente y casi 100 artistas contemporáneos, entre nacionales e internacionales, muestran sus obras en uno de los escenarios naturales más impactantes del continente. Estructuras de múltiples formas y colores son el marco ideal de esta gigantesca muestra con un denominador común: la libre interpretación.
Una de las obras más impactantes es Desvío para o Vermelho, del reconocido Cildo Meireles. Se trata de una sala a la que hay que ingresar descalzo y donde todo, absolutamente todo, es rojo. Cuadros, muebles, electrodomésticos, ropa, comida y hasta un canario, unidos en un colorado que se funde en la habitación de al lado, donde desde una pequeña canilla parece gotear sangre.
A pocos metros de allí, Meireles expone otra de sus obras, Através. Una suerte de laberinto tapizado con trozos de vidrio. La inquietante experiencia de caminar sobre los cristales rotos es aún más intensa cuando hay que esquivar alambres de púa y otros elementos punzantes para llegar a la salida, tal vez como desafiante metáfora de las barreras autoimpuestas.
El Instituto Inhotim está repleto de obras. Desde un cuarto sutilmente iluminado donde cinco kilómetros de hilo de nylon juegan con las luces y se transforman en una estructura sólida y futurista hasta una exposición de autos escarabajo de colores enclavados en la selva. Valen la pena los 28 reales de la entrada y no alcanza un día para disfrutarlo.
El Toledo brasileño
A 100 kilómetros de Belo Horizonte hacia el sur, camino a Río de Janeiro, se ubica la ciudad de Ouro Preto, una vieja localidad minera encajada entre las sierras. Pendientes pronunciadas, techos de tejas naranjas y calles adoquinadas disfrazan de Toledo a este pueblo tan pintoresco como atrapante.
Sus 13 iglesias hablan del arraigo religioso heredado de Portugal y en su interior se esconden muchos de los secretos que conformaron la historia del país y su relación con Europa. Este era uno de los puntos más ricos de la región en el siglo XVIII y desde aquí partía la mayoría de las piedras preciosas y los metales que cruzaban el Atlántico.
A 10 kilómetros de allí, en la localidad de Mariana, puede visitarse la mina de oro Passagem, que funcionó entre 1819 y 1954, año en el que sus túneles se cerraron para reabrirse recién en 1985, pero con fines turísticos.
Antonio Di Paola, Niquinño, tenía sólo 3 años cuando ingresó a trabajar en la mina. Durante casi una década se hundió 120 metros en la tierra todos los días y aún recuerda a sus compañeros que ya no viven. En cerrado portugués hace entender que muchos murieron a causa de silicosis o tuberculosis. Él aguantó. Tuvo nueve hijos y se jubiló, pero todavía busca changas en la zona porque cobra el mínimo. Tiene 81 años y un solo ojo.
Los turistas pueden ingresar a la mina, que tiene una superficie bajo tierra de 11 km2 y 30 km de túneles, con un clásico carro minero de 1883. Son 315 metros de recorrido (120 verticales) y abajo se respira la humedad. El olor del abandono se intensifica mientras se avanza por los angostos pasillos y la rugosidad de las paredes muta en función de su conformación, pero también de las marcas que dejaron los explosivos durante décadas.
Al final del túnel, lo inesperado. Un extraño cartel propone clases de buceo. Se contratan en Belo Horizonte y los turistas pueden recorrer 2 kilómetros de área con una profundidad máxima de 240 metros de agua cristalina. Paradójicamente, los guías recomiendan no meterse al agua, que puede tener niveles elevados de arsénico.
Un festín de comida minera
Otra de las gratas sorpresas del estado de Minas Gerais es el excelente circuito gastronómico. Sus platos son, tal vez, el secreto mejor guardado de esta región. Son sabores intensos, mezclas extrañas, pero muy sabrosas, y frutos dulces procesados que se funden en postres casi adictivos.
En Belo Horizonte es casi una obligación ir a conocer el restaurante Doña Lucinha. Quien da nombre al lugar tiene 80 años y con sus 11 hijos puso esta fonda a mediados de los 70. La carta es económica y la atención es notable. No hay mesa a la que esta mujer de ojos claros y piel curtida no se acerque a conversar en algún momento. Si se busca renovar energías después de una mañana de caminata, el plato obligado es el feijao tropeiro, comida inicialmente preparada para los antiguos transportistas que arrastraban sus carros. Frijoles, harina de mandioca, carne, ajo, cebolla, panceta, huevo frito, piel de cerdo y chorizo colorado. Demoledor.
Jóvenes consagrados .También hay en la zona un auge de la comida gourmet, de la mano de chefs jóvenes, consagrados en Europa, que volvieron a su país recientemente en busca de nuevos desafíos. Uno es Felipe Rameh, que con 31 años ya brilló en España, Inglaterra y Bélgica. "Volví a Minas Gerais porque aquí está la comida más tradicional de Brasil. Me gusta explorar entre pequeños productores y probar en busca de sabores", cuenta. En su restaurante, Trinidade de Belo Horizonte, son imperdibles los palmitos asados, el matambre de cerdo a la mandarina y mostaza, y el pudim da Denise, el flan casero más dulce que se pueda imaginar.
Datos útiles
Cómo llegar
- Aerolíneas Argentinas inauguró una nueva ruta directa entre Buenos Aires y Belo Horizonte. Hasta hoy, justamente, hay una tarifa promocional desde $ 1873 finales. En temporada alta, el precio será de $ 4066, impuestos incluidos.
Dónde alojarse
- San Diego Suites Belo Horizonte. En el barrio Lourdes, cercano al centro. 4 estrellas. Habitaciones desde R$ 291. reservas@hoteisarco.com.br
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