Claves para no perderse nada de las playas de Porto de Galinhas
Visita a las piscinas naturales, navegación en jangadas, paseos en Buggie, bares, restaurantes, salidas y alojamiento en este balneario 70 km al sur de Recife
23 de junio de 2013
PORTO DE GALINHAS (El Mercurio, de Santiago).- Suele aparecer en los rankings de mejores playas de Brasil por sus piscinas naturales y grandes resorts. Porto de Galinhas, 70 kilómetros al sur de Recife, fue alguna vez el epicentro del comercio de esclavos en América del Sur y hoy se ha consolidado como uno de los destinos más apetecidos del nordeste.
Piscinas naturales
El mayor símbolo de Porto de Galinhas son unas llamativas piscinas naturales que se forman cada vez que baja la marea. Se trata de unos pozones -los hay profundos y no tanto- de agua transparente donde flotan cientos de peces de colores que se ven a simple vista. A estas piscinas se suele llegar en unas rústicas embarcaciones llamadas jangadas, tradicionales barcos de pesca que no son más que una tabla con un mástil y una bandera, que se empuja con un remo. Por más que las piscinas suelen estar repletas de gente, el espectáculo vale la pena: sobre todo si va con niños. Hay una piscina simbólica -tiene la forma del mapa de Brasil- que todos los guías anuncian con bombos y platillos.
Hoteles como en Polinesia - Créditos: Globo / GDA y Sergio Goya / Lugares
Con marea alta, la playa principal de Porto vuelve a la normalidad; es decir, un largo trozo de arena flanqueado por cocoteros, y una serie de barracas con mozos que traen todo directo a la sombrilla. Si uno quiere algo más exclusivo hay que irse entonces un poco más al norte, hacia la playa de Muro Alto, donde están los hoteles más lujosos del balneario. En el sector norte, la barrera de coral obstaculiza la entrada del mar y forma una laguna en la que el agua llega hasta la cintura.
Ahora, si uno busca emoción, o un ambiente juvenil, el lugar es Maracaípe, la playa de los surfistas, con olas y vientos constantes, donde hay posadas y quioscos más económicos. Al sur de Maracaípe está Pontal do Maracaípe, donde el río del mismo nombre desemboca en el mar. Allí, el paseo esencial es, otra vez, subirse a una jangada y remontar el río que corre junto a los manglares para encontrar un caballito de mar. Los boteros se tiran de cabeza y a los pocos minutos traen consigo algún ejemplar de esta curiosa especie, que luego suelen poner dentro de un frasco para la fotografía de rigor. Los ecologistas puede que se espanten un poco. En favor de los locales se puede decir que aquí también hay un programa de protección, un proyecto llamado Hippocampus, cuya sede funciona en la misma playa.
Hoteles de Muro Alto
Jangada, uno de los medios de transporte oficiales - Créditos: Globo / GDA y Sergio Goya / Lugares
Aunque hay posadas sencillas en algunas playas, lo que manda en Porto de Galinhas son los resorts. Es decir, grandes hoteles frente al mar con varias piscinas, restaurantes, animadores, juegos y facilidades para divertirse desde que uno abre un ojo hasta que lo cierra. Algunos son de lujo-lujo, como el Nannai Beach Resort, en Muro Alto, cuyo diseño está inspirado en las cabañas de la Polinesia y se orienta especialmente a viajes de luna de miel, con suites con piscina privada y precios acordes: en temporada, un bungalow puede costar hasta 1300 dólares la noche (
www.nannai.com.br
).
En la competencia destaca el Enotel Resort & Spa, en la playa do Cupe, entre Porto y Muro Alto, un todo incluido que entre otras características tiene cuatro restaurantes temáticos, canchas deportivas y varias piscinas (www.enotel.com). Y hay otras dos opciones que son preferidas por familias con niños: el Beach Class Resort Muro Alto, con una piscina realmente grande, tres restaurantes temáticos y animado kids club ( www.beachclassresort.com.br ), y el Summerville Beach Resort, que además de las amenidades de gran resort tiene campo de golf ( www.summerville.com.br ).
Pueblo estilo nordestino
Créditos: Globo / GDA y Sergio Goya / Lugares
La vida en Porto de Galinhas gira alrededor de su pequeño, pero muy movido centro. Allí se encuentran decenas de tiendas, galerías, bares y restaurantes. Si quiere hacer compras hay dos sitios que merecen una detención. Uno es Carcará Artes Plásticas, manejado por el artista pernambucano Carcará: él fabrica la mayoría de las gallinas que pueden verse en los alrededores del pueblo y, por cierto, vende réplicas en su tienda (Rua Esperança 127). Además hay cuadros y diversas piezas de artesanía elaborada con troncos de madera y raíces de cocoteros. El otro sitio interesante es Gatos da Rua, una tienda de diseño que nació en 2008 en Recife (encontrará una, por ejemplo, en el aeropuerto) y que se ha transformado en un símbolo de diseño y decoración de esta parte de Brasil. Hay desde lámparas con preciosos diseños de metal hasta collares, anillos y llaveros, todo con mucho estilo y hecho con materiales reciclados (Rua Beijupirá, Galeria Paraoby;
).
Porto es, también, un buen sitio para probar algunas especialidades de la cocina pernambucana, que está entre las gastronomías más apreciadas de Brasil junto a la comida bahiana y la mineira. Entre los clásicos están el bolo de rolo, relleno de guayaba; la carne de sol -carne seca salada, típica del nordeste-, o la galinha cabidela, gallina que se sirve con una salsa cocinada con su propia sangre, muy buena.
Si quiere algo más refinado, el restaurante más famoso y exclusivo de Porto es el Beijupirá, entre cuyos platos destaca la beijucanela, pescado grillado con canela y cardamomo, plátano flambeado con coco, arroz de curry y salsa de tamarindo (Rua Beijupira sn; www.beijupiraporto.com.br ).
El centro de Porto hierve por las noches. La jornada suele comenzar con algún drinque -como le dicen los brasileños a los tragos- en el Café do Brasil (Rua da Esperanca, esq. Rua das Piscinas Naturais): pida una caipifruta de maracujá, pero con vodka, y que le pongan leche condensada. Y luego continúa en sitios como Birosca da Cachaca, donde hay música en vivo (Rua Beijupirá 5), y especialmente en el Lua Morena, el mejor lugar para bailar forró -especialmente los martes y viernes-, ritmo por el cual los nordestinos y nordestinas sienten auténtica y desmedida pasión (Rodovia PE 09, a la entrada del pueblo).
En Buggie
Buggie, uno de los medios de transporte oficiales - Créditos: Globo / GDA y Sergio Goya / Lugares
Además del paseo en jangada a las piscinas naturales, en Porto uno de los clásicos es subirse a un Buggie y recorrer en tres horas desde Muro Alto hasta Pontal do Maracaípe.
La ruta puede alargarse hasta playas más lejanas, como Das Calhetas, en el municipio de Cabo de Santo Agostino, o a Dos Carneiros, en Tamandaré, unos 65 kilómetros más al sur.
Praia Dos Carneiros puede ser perfectamente un destino en sí mismo. Aunque es sólo eso: una larga y paradisíaca playa, flanqueada por palmeras, de arena blanca, sin pueblo, sin centro y de acceso casi privado (sólo entran los huéspedes de sus posadas o quienes pagan un consumo mínimo en sus restaurantes; desde la carretera hay que pasar por portones particulares). Lo importante es que si uno no se queda en Carneiros, igual puede visitar la playa por el día, viniendo desde Porto de Galinhas.
Gallinas de la época de los eslavos
Las gallinas que más se ven en Porto de Galinhas no son de verdad, sino reproducciones, piezas de arte. Basta dar unos pasos en este caluroso balneario del estado de Pernambuco para encontrarse con alguna gallina artificial. En los puestos de artesanía, desde luego: uno de los suvenires más típicos del lugar es una gallina blanca y azul con tres pollitos que la siguen. Pero también en la entrada del pueblo, cerca de algunas playas, en el centro, casi en todos lados hay coloridas gallinas empollando, otras tamaño natural, pequeñas, medianas, donde los turistas posan y se fotografían.?Hacia el siglo XIX, esta playa ni siquiera se llamaba así.
Su nombre era Porto Rico, uno de los principales puntos de salida del pau brasil –el árbol que le dio el nombre al país– hacia el exterior. Pero esto cambió a mediados de 1800, cuando el puerto se convirtió en uno de los epicentros del comercio de esclavos en América del Sur.
La llegada de esta mercadería se anunciaba de manera curiosa: "hay gallinas en el puerto", eso significaba que un barco con esclavos africanos acababa de recalar. Así nació Porto de Galinhas.