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El viejo, el mar y la leyenda del marlín negro

Un recorrido por la costa norte peruana, desde Cabo Blanco, con sus recuerdos de Ernest Hemingway, hasta el bastión surfer de Punta Sal




CABO BLANCO.– Cada madrugada, Rufino Tume repite la misma ceremonia: se levanta de la cama, se viste y se sienta en su sillón para mirar de frente ese océano que conoce de memoria, pero necesita no olvidar. Tiene 90 años y, por recomendación médica, no debe salir a navegar. De vez en cuando se escapa y se sube a su embarcación para volver a sentirse vital, entero y diminuto. Pero cuando no lo consigue se conforma con ver partir a los que, de lunes a lunes, se adentran en el Pacífico a pescar.
En Cabo Blanco todos recuerdan a Ernest Hemingway. En 1956, el ganador del premio Nobel de Literatura llegó hasta este pequeño pueblo de la costa norte peruana atraído por la leyenda del marlín negro, una especie similar al pez espada, que puede alcanzar grandes dimensiones. Así lo había demostrado Alfred Glassell Jr., un magnate texano que, en 1953, consiguió atrapar una pieza de más de 4 metros de longitud y 707 kilos, y marcó un récord que hasta el momento nadie pudo superar. En el pueblo se celebró y la historia se multiplicó entre miles hasta llegar a oídos del autor de El viejo y el mar.
Rufino lo recuerda muy bien. "Era un hombre maravilloso, Ernesto. Le gustaba compartir con los pobladores y, aunque hablaba poco castellano, se hacía entender", asegura él, que fue quien comandaba la embarcación con la que el escritor estadounidense pretendía superar la hazaña alcanzada por su compatriota. Y aunque no lo consiguió, su huella permanece intacta en el lugar, como un símbolo de los años dorados de este pueblito de 320 habitantes de frente al mar.Cabo Blanco se encuentra en el departamento de Piura, a unos 30 minutos del aeropuerto de Talara. Para llegar hasta allí es necesario tomar la ruta Panamericana, perderse entre curvas y contracurvas flanqueadas por sierras amarillentas y bosques secos, hasta descender a la altura del mar.

Tiempo de gloria

Apenas ha pasado el mediodía y el pueblo parece sumido en un sopor tropical. En el horizonte se alcanzan a divisar decenas y decenas de barcos pesqueros; un poco más acá, un grupo de surfistas disfruta del oleaje, uno de los grandes atractivos de esta zona que hoy congrega a aficionados de todo el mundo. Además, al bullicio babelístico que garantiza la vecina Máncora, estas playas responden con silencio y tranquilidad.
El malecón marca la distancia entre el pueblo y el mar, y se alza en un mirador que permite disfrutar de la fusión entre el azul profundo del agua y el celeste claro del cielo. Allí, una vez más, la figura de Hemingway dice presente, esta vez a través de una placa que da cuenta de los 33 días que vivió, como uno más, en Cabo Blanco.
Francisco Chávez Rondoy no había nacido por entonces, pero ha escuchado tantas veces las historias que ya las hizo propias. Se crió en Piura, la quinta ciudad más poblada de Perú, y llegó hace unos años en busca de una vida más calma. Lo consiguió y hoy junto a su mujer atiende el Black Marlin Restaurant & Lodge, justo frente al malecón.
"Hemingway se hospedó en el hoy abandonado Fishing Club, durante poco más de un mes. Todos lo recuerdan con mucho cariño, aunque la mayoría de los que lo conocieron ya no viven. Uno de los últimos en irse fue Pablo Córdova, que le preparaba mojitos en el bar del hotel. Porque antes que el pisco sour, el gringo prefería el mojito", explica mientras pone en su televisor un documental que la televisión estadounidense realizó sobre la pesca del marlín negro en Cabo Blanco. Ese recuerdo también está latente en una de las paredes del salón a través de viejas fotografías de esos años de hazañas y glamorosas visitas.
"Dicen que muchos llegaron en secreto, desde Gregory Peck hasta Nelson Rockefeller, Bob Hope... También cuentan que una vez vino Marilyn Monroe de incógnito, pero nadie ha podido verificarlo", dice Francisco del otro lado de la barra, desmenuzando las leyendas que circulan de boca en boca. Nina, su mujer, va y viene de la cocina, y cada tanto aporta algún dato preciso y veraz sobre el pueblo y sus 100 años recientemente cumplidos.
Rufino es, entonces, uno de los pocos sobrevivientes que puede hablar en primera persona de esos tiempos en los que Cabo Blanco era un secreto a voces en los círculos de pesca más exclusivos del mundo. Pero es la figura de Ernesto –tal como él llama al ganador del Pulitzer– la que vuelve, una y otra vez, al relato. "Llegó con un equipo de la Warner Bros, con la intención de filmar algunas escenas para su película", cuenta el pescador. La película en cuestión era la adaptación de El viejo y el mar, dirigida por John Sturges, que se estrenó en 1958.
Una fotografía coloreada, en la que se lo puede ver junto a Hemingway y el resto de la tripulación, es guardada como un preciado trofeo en un improvisado altar junto a la escalera que dirige a la segunda planta de su casa. "Después, cuando Ernesto se fue, nos mantuvimos en contacto a través de cartas, hasta que falleció", rememora.
Años más tarde, Rufino sufriría un derrame cerebral y viajaría a Cuba para ser tratado en un hospital de la isla. Cuando le preguntaron de qué lugar de Perú venía y él respondió Cabo Blanco, todos lo relacionaron con el escritor. Luego, cuando supieron que él era quien comandaba el yate con el que Hemingway salía a pescar, su recuperación se convirtió en algo así como una cuestión de Estado.

Experiencia natural

Siguiendo camino hacia el norte transitamos por El Alto, un anexo de Cabo Blanco que se desarrolló ante el peligro de tsunamis que suelen rondar por la costa del Pacífico. El pueblo no posee la mística de la villa, pero al ascender la vista resulta inmejorable, entre sierras de piedra amarillenta y un mar que se impone lejano, bravo y extenso.
Los pueblos de pescadores se suceden, y cada uno cuenta su leyenda como tratando de captar la atención del viajero desprevenido. El próximo destino que marca el mapa es Los Órganos, un poblado de pescadores que debe su nombre al sonido que provoca al viento cuando choca contra el cerro El Encanto. O al menos así lo aseguran sus pobladores. Desde allí, una embarcación partirá rumbo a El Ñuro, una caleta que es reconocida por su fauna marina, y que de fines de julio a octubre recibe la visita de las ballenas jorobadas. Los cetáceos llegan cada año hasta allí desde aguas antárticas para reproducirse y criar a sus ballenatos en aguas más cálidas, y sus enormes figuras forman parte del folklore local en tierra firme.
Los primeros en aparecer son los pelícanos, que se acercan al muelle y se muestran muy congraciados con los pescadores que limpian sus piezas. Esperan alimento con el mismo entusiasmo con el que lo hacen un gato o un perro doméstico frente a su amo. Ya mar adentro, una plataforma petrolera sirve de descanso para fragatas y piqueros de patas azules, que desde lo alto observan todos los movimientos que se suceden bajo la superficie. Los pisos inferiores, en tanto, se convierten en un paraíso para algunas parejas de lobos marinos y su célebre pereza. Bostezos y siestas se suceden sin demasiada curiosidad por un contingente embarcado más de los tantos que ven a diario.
Sin embargo, la perla se alcanza llegando a la costa, justo junto al muelle de El Ñuro. Allí, decenas de tortugas marinas verdes nadan y demuestran lo acostumbradas que se encuentran a la presencia humana. Quienes van hasta ese punto y practican snorkel, no sólo disfrutan de observar coloridos cardúmenes, sino también sentirán cómo los simpáticos quelonios nadan y se cruzan en una llamativa ceremonia de bienvenida que puede extenderse por varios minutos.
Ya de regreso en tierra firme se puede visitar un museo erigido frente al mar, donde se da cuenta de la variedad de especies que habitan la caleta. Es posible comprar un suvenir para llevar a casa y también se reciben instrucciones para salir a encontrar el mejor ceviche preparado del mar a la olla, como gustan decir los locales.

Oasis norteño

Pasando Máncora y siguiendo hacia el norte, siempre por la Panamericana, se arriba al departamento de Tumbes. Y allí nos topamos con Punta Sal, nuestro tercer punto en este recorrido por la costa norte de Perú. A casi 1300 kilómetros de Lima, este pueblo se desarrolló originalmente como una villa turística para los habitantes de Piura y otros conglomerados urbanos vecinos. Aquí no hay tortugas ni recuerdos de Hemingway ni hazañas documentadas, pero el paisaje alcanza para volver a sentirnos diminutos y muy a gusto.
Arenas blancas y palmeras acompañan al Pacífico, en el preciso lugar en el que se encuentran la corriente de El Niño con la de Humboldt y sus aguas se tornan cálidas. Resorts, hostales y cabañas se reparten sobre la costa sin amontonarse, a lo largo de los 6,5 kilómetros que ostenta el balneario.
Surfistas en busca de la ola perfecta, amantes de los deportes náuticos, caminantes sin rumbo y artesanos que despliegan sus creaciones en puestos de madera son parte del paisaje en este oasis que invita al descanso y a disfrutar de la exquisita gastronomía peruana. Aunque, posiblemente, lo mejor llegue alrededor de las 5 de la tarde, cuando el sol se pone sobre el mar y sólo resta sentarse a observar y mantener respetuoso silencio.

Datos útiles

Cómo llegar
LAN vuela dos veces por día a Talara con escala en Lima, con tarifas desde US$ 1121 ($ 10.030,82 incluyendo el 35% de AFIP). También ofrece paquetes con pasajes, traslados y estadas con todo incluido de 3 días/2 noches y de 5 días/4 noches en el hotel Decameron Punta Sal, uno de los resorts más importantes de la zona.
Traslados
Un mototaxi cuesta unos 50 soles ($ 142) de Punta Sal a Los Órganos (43 kilómetros, aproximadamente). Transporta de una a tres personas y es el medio más utilizado y económico en la costa peruana.
Excursiones
El snorkelling con tortugas tiene una duración aproximada de dos horas y cuesta 120 soles ($ 341) por persona. La observación de ballenas jorobadas se realiza entre fines de julio y octubre de cada año, y el costo de la excursión es de 190 soles ($ 541) por persona. En ambos casos se incluye traslados, equipamiento y guía especializado de Pacífico Adventures (www.pacificoadventures.com). La Ruta de Hemingway, en tanto, cuesta 149 soles ($ 423) por persona. Más información en Decameron Explorer (www.decameron.pe).
Gastronomía
El ceviche, típico plato de la costa peruana que consiste en pescado fresco marinado en jugo de limón, se sirve por 15 soles ($ 42) en el centro de Los Órganos. Se suele acompañar de bastones de mandioca fritos.

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por Redacción OHLALÁ!


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