Praga: huellas del pasado por las calles del Barrio Judío
El antiguo cementerio y las sinagogas de arquitectura ecléctica persisten entre las nuevas tiendas de lujo en este distrito de la ciudad centroeuropea,etiqueta. Amil ex fdear exero doloreet autoli nim acidui erci blaque
21 de enero de 2018
La sinagoga Española, del siglo XIX, con sus detalles moriscos
El turista desprevenido a veces tiende a dejarse llevar por los prejuicios, realiza conjeturas que no condicen con la realidad y llega a conclusiones equivocadas. Puede ocurrir en cualquier lugar del mundo y también en Praga, la perla de las capitales centroeuropeas.
Cualquier folleto de viaje que brinde información sobre la capital checa recomienda rendirle una visita al Barrio Judío de la ciudad, pequeña área situada entre la Ciudad Vieja y el río Vltava, que los checos denominan Josefov. El viajero dirige entonces sus pasos hacia el lugar, desemboca en la lujosa calle Parizskà, hacia la cual abren sus puertas las más conocidas marcas internacionales de la moda, y tranquilamente queda habilitado para creer dos cosas: que a los judíos de Praga la vida los ha tratado mucho mejor que a los de Once, por poner solo un ejemplo, y que siempre debió ser más o menos así. Por supuesto, se equivocaría. Y se equivocaría mucho.
El actual Barrio Judío, el de los edificios cuyas fachadas eclécticas rompen con cierta armonía monocorde de otras zonas de la ciudad; el que conserva la sinagoga más antigua del continente; el que recuerda a Franz Kafka, su vecino más ilustre, como mínimo una vez por cuadra; el que derrocha glamour, elegancia y obviamente dinero desde las vidrieras de sus tiendas, es en realidad un malentendido, una paradoja, o tal vez un pequeño milagro de la Historia.
Trágico punto de partida
Los judíos llegaron y se asentaron en ese punto del mapa hace más de mil años y en principio, es verdad, no les iba mal. Prosperaron dentro de lo que la época permitía y mantenían una buena convivencia con sus vecinos. Pero tuvieron la desgracia –la primera de una larga lista– de que pasaran por allí los cruzados, aquellos fanáticos caballeros medievales que no se arrugaban ante nada y eran capaces de recorrerse medio mundo conocido con tal de liberar Tierra Santa del dominio de los infieles musulmanes. Y en el camino, mientras llegaban a su destino, iban entrenando sobre lo que harían con los hijos del Islam una vez que arribaran a Jerusalén.
En el caso de Praga consideraron que no podían vivir dignamente personas que no profesaran la fe cristiana y por lo tanto organizaron una masacre entre los judíos. Mataron a los que pudieron, obligaron a convertirse a su religión a los que sobrevivieron y les quitaron las propiedades a todos. El resultado de aquel progrom inicial (las demostraciones de desprecio continuarían periódicamente a lo largo de los siglos) fue la reclusión de los judíos en un gueto que en algún momento llegó incluso a estar rodeado por un muro: el rincón que hoy conocemos por Josefov.
Teniendo en cuenta aquel trágico punto de partida, y comparándolo con el confort que un visitante aprecia en la actualidad, se comprende enseguida que cualquier paseo por el barrio deberá tener una cierta dosis de búsqueda del pasado remoto y otra dosis equivalente de imaginación, para tratar de suponer cómo sería la vida en esos tiempos de encierro y aislamiento.
El Cementerio Viejo es posiblemente el mejor lugar para sacar la lupa, desplegar la fantasía y empezar a viajar en el tiempo. Encerrado por algunos edificios aledaños, el que fue principal camposanto de la comunidad judía desde el siglo XV demuestra los malabares que debían hacer los habitantes del barrio para enterrar a sus deudos.
Alrededor de 12.000 lápidas y sepulcros se amontonan en un terreno relativamente pequeño. Piedras grises, pardas, blancas, negras, algunas verdecidas por el musgo, desparejas, medio derruidas y, en la mayoría de los casos, grabadas con caracteres del hebreo antiguo permiten conocer la vida de quienes allí yacen en tanto componen un extraño y sobrecogedor mosaico.
La muerte transita inevitablemente por los caminos estrechos, y solo es apartada por el asombro cuando algún guía comenta que bajo los pies descansan alrededor de 100.000 cuerpos, una cantidad inapreciable a simple vista. La explicación llega más tarde: con el paso de las centurias, las sepulturas fueron superponiéndose como capas geológicas que, en algunos sectores, suman hasta nueve.
En 1787 habían pasado dos epidemias de peste además de varios incendios e inundaciones y ya no hubo lugar para nadie más. El cementerio cerró sus puertas al ingreso de nuevos difuntos, que desde hacía un siglo también se enterraban en un área fuera del gueto, en la zona de Zizkov. Puede también visitarse, aunque quizás sea más interesante el conocido como Nuevo, que todavía está en uso y es donde descansa Kafka. Se encuentra en la calle Izraelská número 1 y se puede llegar en subte (estación Zelivského).
¿Qué hora es?
Basta con volver a pisar las calles del barrio para cambiar absolutamente de ambiente y de entorno. La vida bulle sin pausa entre las columnas de turistas y los praguenses pudientes que recorren las tiendas en busca de los últimos modelos de ropa. Incluso parece correr más rápido que el ritmo que se empeñan en marcar desde su torre de madera los dos relojes del Ayuntamiento Judío. Por cierto, si se pretende saber qué hora es mejor mirar el reloj más alto: en el otro, las agujas giran en sentido contrario, tal como se lee en la lengua de los viejos habitantes del lugar.
El primer edificio del Ayuntamiento era de 1570, pero fue arrasado por un incendio, y el actual, barroco, data de 1763. No es visitable más allá del comedor, donde por supuesto sirven comida kosher, pero es la institución donde la hoy pequeña comunidad hebrea de la ciudad celebra sus actos culturales.
A su alrededor se distribuyen los otros escenarios del barrio original que quedaron en pie después de que la piqueta demoliera casi toda el área a principios del siglo XX. Aclaremos que la medida no fue un castigo sino una acción de higiene sanitaria. En 1848 el Emperador José II (de quien deriva el actual nombre del barrio) había decretado la emancipación de los judíos, lo que inició un progresivo abandono del lugar, que fue convirtiéndose en un espacio solitario y maloliente, un foco de contaminación peligroso. Solo el 20 por ciento de las casas estaban ocupadas cuando se ordenó el traslado de los que todavía vivían allí y el Barrio Judío comenzó la transformación en lo que es actualmente, un vecindario suntuoso, burgués, con casas que se cotizan a 3000 euros el metro cuadrado… y con muy poca gente que profesa la religión de Yahvé.
Por fortuna, las autoridades también mantuvieron intactas las seis sinagogas antiguas. Es en ellas, en el Museo Judío y en la sala adjunta al Cementerio Viejo se conserva casi todo el patrimonio histórico de los viejos tiempos.
La vida en el gueto
La supervivencia de un material imprescindible para entender cómo era la vida en el gueto responde a dos causas. Una fue el paciente trabajo de Hana Volavková, una de las pocas personas que logró regresar de los campos de concentración polacos adonde los nazis enviaron a más de 45.500 judíos praguenses durante la Segunda Guerra Mundial. Directora del museo hasta su fallecimiento en 1995, Volavková recolectó vestimentas, enseres de uso cotidiano, fotos, libros, objetos sagrados y dibujos que en su día habían sido rescatados del desahucio decretado a principios del siglo pasado.
El otro motivo, menos concreto y mucho más siniestro, en realidad nunca pudo ser confirmado. Los rumores indican que Praga habría sido elegida por Adolf Hitler para emplazar una especie de panteón donde se recordaría a los judíos una vez que sus huestes bárbaras culminaran el proceso de extinción. Quienes sostienen esta teoría afirman que fue por eso que la capital checa no sufrió mayores daños durante la guerra.
Cualquiera que haya sido el motivo, el imprescindible recorrido por las sinagogas permite contemplar las diversas formas de una arquitectura que no reconoció estilo propio sino que aceptó sin reparos influencias externas según épocas o procedencias de quienes participaron en su financiación o construcción. Así, la sinagoga Nueva-Vieja, la más antigua aún en pie en Europa, es una muestra del gótico temprano del siglo XIII. En ella, aseguran, está guardado el Golem, fantástico y gigantesco ser de barro capaz de cobrar vida, que el rabino Loew habría creado para defender a su gente de los periódicos ataques a los que eran sometidos.
Muy diferente, la sinagoga Española, erigida en el XIX, remeda edificios andaluces con evocaciones moriscas; la Alta nació en tiempos renacentistas; la sinagoga Maisel fue renacentista en su origen y barroca tras su remodelación; mientras que la Klaus también tiene bóvedas barrocas. Finalmente, la Pinkas, si bien fue edificada según los cánones del gótico tardío, destaca sobre todo por los 77.297 nombres inscriptos en sus paredes: los de todas las víctimas checas del Holocausto.
Final kafkiano
Franz Kafka es el judío praguense más célebre del siglo pasado. La Casa de la Torre, lugar de su nacimiento, se levantaba en la plaza que hoy, lógicamente, se llama como el escritor de La metamorfosis, al que también recuerda una muy kafkiana estatua en la esquina de Dusní con Vezenská, entre la sinagoga Española, el Museo Judío y la iglesia del Santo Espíritu.
Para satisfacer el apetito con algunas delicias de la cocina kosher, King Solomon (hay gefilte fish con jrein, es decir, albóndigas de pescado con rábano picante rebajado con remolacha), Dinitz o Jerusalem son los restaurantes que han recuperado las tradiciones más ancestrales del lugar.
La historia del Barrio Judío de Praga ejemplifica a la perfección las dificultades que han atravesado y siguen atravesando las minorías étnicas o religiosas de cualquier rincón del planeta para desarrollar su vida. Aunque las apariencias puedan indicar lo contrario.
Datos útiles
Visitas: una única entrada permite el ingreso al Cementerio Viejo y todas las sinagogas. El precio ronda los 20 euros para los adultos y 13 para los menores de 15 años.
Todos los edificios permanecen cerrados los sábados, día de descanso para la colectividad judía.
Para completar el paseo temático no está de más acercarse a la sinagoga de Jerusalén (calle Jeruzalémská, 7), erigida a principios del siglo XX en una curiosa mezcla de estilos morisco y gótico. Hoy es el templo principal de una comunidad diezmada por los nazis y que apenas supera los dos millares de personas.
Dónde comprar: quien esté interesado en un recuerdo "auténtico" del barrio puede pasar por Cinolter Antique (calle Maiselova, 9), que asegura ofrecer artículos originales, dada su buena relación con el Museo Judío. La tienda de Monika Vianello (Maiselova, 15) cuenta con una buena variedad de kipás, candelabros, estrellas de David y dedos de plata para la lectura de la Torá; mientras que Antikvariat Ptolomaeus (Siroká, 15) está especializada en mapas y dibujos de antaño.