Qué digo y cómo lo digo: aprendé a comunicarte con los demás sin errores
Podemos crecer en la capacidad de identificar qué queremos hacerle saber al otro y cómo transmitirlo.
14 de junio de 2016 • 00:20
Créditos: Latinstock
"Yo voy a decirle X y ella va a contestarme Y, entonces yo voy a retrucarle Z. Y ahí va a entender". Eso es lo que muchas veces imaginamos en la previa de una conversación, pero generalmente ni uno termina diciendo X, ni el otro contesta Y ni uno retruca Z ni el otro finalmente entiende lo que queríamos decirle. O sea, casi nada sucede como esperábamos. Es más, si observamos experiencias del pasado, ¿cuándo terminó reflejándose en la realidad la idea predeterminada que teníamos de ellas? Esas experiencias pueden haber resultado mejores, peores o simplemente distintas de lo pensado, pero ¿cuándo salieron tal como las habíamos supuesto?
A veces estamos tan centrados en lo que nosotros mismos tenemos para decir que no contemplamos que una conversación involucra, por lo menos, a un otro. Una forma de salirnos de esa cerrazón es definir ciertos lineamientos sobre lo que queremos decir, y que esos lineamientos incluyan, entre otras cuestiones, quién es el otro y en qué anda.
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Preguntas que organizan el decir
Qué decir. ¿Qué mensaje quiero que llegue? Por ejemplo, en caso de enojo con un otro, ¿quiero que le llegue sobre todo mi enojo o las razones de mi enojo? Si sólo me quedo en manifestar el enojo y no el motivo, probablemente la otra persona no tendrá información suficiente para poder cambiar aquello que nos enoja, o explicar el por qué de su postura. Aunque puede que el otro no esté de acuerdo con tus argumentos, es más sólida una postura fundamentada.
Por qué y para qué decirlo. ¿Qué me lleva a decirlo y qué busco con decirlo? Si querés hablar con tu jefa o jefe sobre tu trabajo, el motivo puede estar relacionado con el agotamiento por la cantidad de horas extras que estás haciendo y el objetivo puede ser dejar de trabajar esas horas que ya se incorporaron a tu cotidiano. Si te centrás en el objetivo, puede resultar útil que, más que empezar por el cansancio que tenés, lo hagas con un diagnóstico sobre tu rol y tus funciones; es decir, que le pongas un marco al tema de las frecuentes horas extras y el agotamiento resultante.
Cómo, cuándo y dónde decirlo. ¿Cuáles son las formas, el momento y el lugar adecuados? Lo ideal es que ninguno de estos tres aspectos solape el contenido. Sobre la forma, no es lo mismo usar un megáfono en un bar que en una marcha de protesta. Megáfono en bar: alta probabilidad que el otro no le preste atención al mensaje sino a la escena que estamos montando. Sobre el momento: hay un tiempo para cada cosa. Hay veces que la ansiedad o el temor nos lleva a hablarle al otro cuando está ocupado con algo: alta probabilidad de que no nos preste atención. Sobre el lugar, pensá por ejemplo si conviene o no frente a otros conocidos que pueden interceder (para bien o para mal). Si estar frente a otros implica que nuestro interlocutor se sienta humillado: alta probabilidad de que lo que le llegue de nuestro mensaje sea solo humillación.
A quién se lo digo y en qué anda. ¿Quién es la persona a quien le estoy dirigiendo el mensaje? ¿Es alguien que generalmente fue considerado conmigo o alguien que suele destratarme? ¿En qué situación se encuentra ahora? ¿Qué capacidad de escucha suele tener? ¿Y qué capacidad de acción tiene a partir de esa escucha? Hay veces que nuestro mensaje espera algún tipo de respuesta proactiva; otras, hay que conformarse con decir más allá de la respuesta del otro, sobre todo cuando el otro no suele ser para nosotros un interlocutor válido o cuando, por más que quiera, no tiene capacidad de acción.
La idea es que organizarnos nos ayude a estar alineados con nuestros objetivos pero que esto no se vuelva tan rígido que nos encorsete impidiéndonos reaccionar sobre la realidad que se presente y que, como vimos, puede distar mucho de la que elucubramos. No sabemos cómo van a resultar las cosas, pero sí que nos van a encontrar más centrados. A veces eso es muchísimo.
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