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Karen Barg, se pregunta: ¿por qué nos cuesta tanto pedir ayuda?

Karen Barg reflexiona sobre por qué nos cuesta tanto pedir ayuda, cuántas veces ella hubiera podido hacerlo y no lo hizo. El placer de poder ayudar a alguien que nos necesita también se puede vivir como un regalo.


Karen Barg junto a su hijo Toto, de bebé.

Karen Barg junto a su hijo Toto, de bebé. - Créditos: Gentileza Karen Barg



Cuando Toto, mi hijo era bebé, dormía(mos) muy mal. El no quería dormir siestas, a la noche se despertaba un montón. Había un momento en que me desesperaba, es más, hasta el día de hoy creo que sigo sin entenderlo. Él estaba muerto de sueño, yo estaba muerta de sueño, ¿cómo podía ser que los dos estuviéramos despiertos? El luchando para no dormir y yo luchando para que se duerma.

Hoy una persona que quiero mucho me pidió un favor, algo que para mí no significaba un esfuerzo muy grande.
Sin embargo, le costó mucho pedírmelo: antes de hacerlo, intentó resolverlo por sus propios medios de mil maneras, hasta que no le quedó otra que, con mucho pudor, pedirme ayuda.

Me quedé pensando en cómo nos cuesta pedir ayuda. ¿De dónde sacamos la idea de que tenemos que poder con todo? ¿De dónde surge esto de que, en caso de no poder, pedir ayuda a alguien va a significar traerle un problema a la persona que nos puede ayudar?

Lejos de sentir que ayudarlo me traía un problema, me sentí privilegiada, me sentí útil, sentí que, con muy poco, hacía muy feliz a alguien. No estamos acostumbrados ni a pedir ni a que nos pidan. A mí pocas veces me piden cosas y ¡se siente tan lindo poder hacer algo por alguien!

Todos solemos decir: “avisame si necesitás algo”, "para lo que te pueda ayudar acá estoy” y frases así. Y estoy segura de que lo decimos en serio, pero ¿por qué nos costará tanto pedir o aceptar ayuda cuando somos nosotros los que la necesitamos? ¿Por qué nos cuesta tanto pedir si disfrutamos tanto de ayudar?

Siento que parte de esta ecuación no resuelta puede tener que ver con el ego. Con sentirnos por un rato “superheroínas” para aquellos que lo necesitan. Sin embargo, cuando nos toca pedir ayuda, nos sentimos la villana que molesta a todos con tal de resolver sus problemas.

karen-barg-collage.jpg - Créditos: Gentileza Karen Barg

No tengo una respuesta muy clara de por qué nos pasa esto. Pero me quedé pensando y reflexionar con la escritura: siento que quizás tenemos que encontrar un equilibrio entre lo que uno da y uno recibe, no siempre es recíproco en el mismo  momento y en el mismo lugar.

Un poco como dice la canción de Jorge Drexler (Jorge, si está leyendo esto, quiero que sepas que soy tu fan). Cada uno da lo que recibe / Y luego recibe lo que da / Nada es más simple / No hay otra norma / Nada se pierde / Todo se transforma.

Ahora Toto ya tiene 6 años, ambos descansamos bien, nos acompañamos. Casi todas las noches volvemos a ser, por un ratito, esa mamá cansada y ese bebé que necesita que lo arropen un poquito más. Para él, haga lo que haga, siempre soy su "súperheroína".

Me siento más cómoda en el lugar de heroína que todo lo puede y a todos les soluciona la vida. No sé por qué pero siento que tengo un talento para resolver problemas ajenos. Peeero... en casa de herrero, cuchillo de palo. Y en este último tiempo me sentí en la necesidad de pedir ayuda. Y estuvo bueno.

Por momentos me vuelvo a sentir esa mamá puérpera que lo único que necesita es que su bebé se duerma para poder dormir un ratito, o bañarse,  o responder los 600 WhatsApp sin leer. Dejarse ayudar, a veces, puede parecer un símbolo de debilidad, sin embargo, creo que hay que ser muy valiente para pedir ayuda, y dejarse ayudar.

Está bueno adoptar esa práctica. No solo te sentís más aliviada y acompañada, si no que también podés hacer sentir a la otra persona una heroína, al menos, por un ratito.

Karen Barg, junto a su bebé recién nacido.

Karen Barg, junto a su bebé recién nacido. - Créditos: Gentileza Karen Barg

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