
San Valentín: carta para solteras con 4 revelaciones de mi estadía conmigo misma
La directora de OHLALÁ! Sole Simond reflexiona a modo de pequeño diario de sus despertares y anotaciones en el mes de San Valentín.
10 de febrero de 2025

San Valentín: una reflexión de Sole Simond. - Créditos: Getty
Que no estás sola, ya lo sabés, es decir: es un hecho. Estamos rodeadas de personas, algunas más inspiradoras y amorosas y otras un tanto perno. Pero acompañadas, estamos. Amadas, estamos. Incluso –frase quizá cursi–: “no estás sola, estás con vos misma”. ¿Y?, ¿qué aprendimos de este viaje en soledad (de pareja)? A mí me resultó fascinante, y este es un pequeño diario de mis despertares y anotaciones (por rebelde nomás, en el mes de San Valentín).
Y arranco así: hace unas semanas tuve que hacer un trámite con mi ex, que nos había quedado pendiente de hace casi 10 años, y me impactó cómo me escribió el mail, con un nivel de detalle como si yo tuviera muchas dificultades en resolver algo muy simple como el cierre de una cuenta bancaria. Y entonces sentí una ternura enorme, porque él no le hablaba a la Sole de ahora, sino a la que era cuando estaba con él: o sea, medio incapaz en lo administrativo (¡incluso me ponía dónde quedaba el banco!). Fue una postal tan gráfica de mi propio progreso, desde aquella mujer que no podía ni hacer una transferencia hasta esta completamente autosuficiente...
Sí, hay algo muy poderoso en aprender a caminar sin las muletas que suelen ser los otros. Ahora, unos meses antes, mi mejor amigo, que vive en Madrid, vino a pasar unos días invernales a mi cabaña en el Tigre. Fueron días muy fríos, entonces hacía fuego todas las mañanas, aprovechaba la época para podar, limpiar canaletas y techos con las hojas remanentes del otoño. Y él estaba como en shock. Yo no entendía bien qué le estaba pasando, me decía: “Las noches son muy largas”, “no puedo creer dónde vivís”, “no me lo imaginaba así, no se ve así en redes”, hasta llegué a pensar que estaba un poco depre, acovachado en mi cuarto de huéspedes. Finalmente, cuando ya había vuelto a España, me llamó con su visita más procesada y me compartió varias observaciones muy valiosas sobre su estadía en casa, pero hubo una en particular que me quedó resonando: “¿Sabés qué me pasó? Me sentí un inútil”.
Las verdades suelen dejarte en silencio, él me veía tan resuelta en ese contexto invernal tan hostil y crudo que se quedaba entendiendo qué podía hacer, ¡mientras yo hacía de todo! En estas dos postales se resume una de mis primeras revelaciones: estar soltera es un equilibrio entre ser autosustentable y dejarte sostener. A veces, es como si hipertrofiáramos el músculo del “yo puedo”, porque la necesidad nos obliga a resolver tantas cuestiones solas. Pero no tener pareja no te blinda de pedir ayuda, o mostrarte vulnerable, o ir más despacio, o fallar en algo, o decir que “no”. Recuerdo que una vez, mi amigo Fer Sáenz Ford, un coach muy prestigioso, me dijo: “Ojo, que el tema de sentirte plena y autosuficiente a veces no deja lugar a la necesidad de un otro”. Esa es la danza de la soltería, un paso que avanza y otro que retrocede. No digo para volver a estar de a dos, sino para no sentirte sola.
La segunda revelación es que la pareja es una construcción, creemos que el “comieron perdices” es un destino final de felicidad. Y esta es la estupidez más grande que nos seguimos creyendo aun con las evidencias frente a nuestras narices: mirá a tu alrededor, mirá a las parejas. Sin embargo, nos vendieron que, para ser suficientes, necesitamos al macho al lado. Es –real– de las cavernas. Se vuelve un zumbido ensordecedor: “hay que tener pareja, hay que tener pareja”. Mientras, el resto de los vínculos están subvalorados. Entonces, ¿qué quiero?, ¿una pareja para qué?, ¿acaso siento que me falta algo?, ¿por qué será?, ¿soy capaz de encontrarme con otro desde la saciedad, aunque comer sea siempre rico? Son preguntas que pueden acompañarnos en el proceso de encontrar a alguien.
La tercera idea me la trajo mi hermana, me dijo el otro día: “No existe tal cosa como la Ley de Atracción, sino las decisiones que tomamos”. Me gustó pensar que aquello a lo que le decimos que sí y que permitimos que entre en nuestra vida está delineando nuestro marco de acción, nuestra energía, nuestros valores, y también “esto es lo que quiero para mí”. Lo que atraemos es el resultado de nuestras decisiones, porque podemos editar cómo queremos que se vea nuestro “real board”, no imágenes que cortamos de vidas ajenas, sino teniendo una visión real de nosotras mismas. ¿Quiénes somos hoy?, ¿qué sueños matchean con lo que hoy para mí tiene sentido?
Y quizá la cuarta idea sea mi favorita, y tal vez un tanto fumona, pero me arriesgo. Suele pasarme en mi desolación escorpiana que se me instala una certeza: no hay nadie para mí allá fuera. Me siento un poco sapo de otro pozo tantas veces... Con esa sensación de extrañeza. A veces, por ser demasiado sensible; otras, porque no entro en un arquetipo claro, ni la chica corpo ni la chica fumasahumerio; o simplemente –sin lógica alguna– porque el vacío se cuela por mis huesos cuando tengo la energía baja. Pero ¿sabés qué pensé? Se me vino esta idea: si Dios me creó a mí, con esta singularidad, tiene que haber creado de a millones, como crea los frutos en una plantación de frutales, infinitos, cada uno esperando –sin esfuerzo– estar en la madurez perfecta para caerse del árbol y encontrarse con otros, con los pies en la tierra.
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