Historia de vida: "Me sacaron un tumor"
A los 34 años, cuando su beba tenía 9 meses, Agustina Giorgio recibió el diagnóstico menos pensado. La operaron y le llevó un año la rehabilitación. En esta nota, nos cuenta cómo fue y, aún a pesar de las cosas que perdió, qué ganó a patir de esta experiencia.
31 de enero de 2015 • 00:20
A Agustina La operaron y le llevó un año la rehabilitación - Créditos: Nicole Arcuschin
"Pensaban que estaba embarazada de nuevo"
Fue todo tan rápido e inesperado... Cada vez me cuesta más el cálculo: mi hija, Mora, que tiene tres años y medio, en ese momento tenía 9 meses. Entonces yo tenía 34. Fue en febrero. Estuve como un mes con mareos y vómitos, bajé mucho de peso. Todos pensaron que era el posembarazo o que podía estar embarazada de nuevo. Justo mi marido, Cuki, tenía muchísimo trabajo y yo, que había vuelto a trabajar, me tuve que hacer cargo de tantas cosas que no entendía bien si no era cansancio. Los médicos de guardia me decían que era algo intestinal o indigestión. Una amiga me recomendó a un médico clínico y me sugirió retomar terapia, pero yo le decía: "No es de la cabeza, estoy bien de la cabeza, estoy en un momento hermoso, solo me siento mal físicamente". Igual fui al clínico. Y a mi psicóloga.
"Dejé a mi hija en casa sin saber que no volvería por varios días"
Al día siguiente de ver al doctor, estuve con muchos vómitos, mi mamá vino a casa a ayudarme; el médico clínico, que había pensado que lo mío podía ser un síndrome vertiginoso, cambió de idea y, en lugar de mandarme al otorrino, me hizo hacer una tomografía. Dejé a Mora con Laura, la persona que nos ayuda en casa, y salí hacia el Cemic junto con mi mamá y con Cuki, sin saber que no iba a volver por muchos días.
"NO CAÍ EN LO QUE ME ESTABAN DICIENDO"
Después de la tomografía me hicieron una resonancia y, cuando salí, me llevaron a una sala. Hasta ahí, me parecía todo normal. Pero entonces vino una persona muy cordial, y me informó: "Mirá, tenés un tumor cerebral. Hablamos con tu marido, con tu mamá, ya lo saben. Preferían que te lo comunicásemos nosotros, porque ellos están para contenerte afuera, pero médicamente estamos nosotros". Me agarró de la mano y me dijo: "Quedate tranquila, ahora un médico va a explicarte bien todo. Vas a quedar internada y en algún momento te van a operar". Yo evidentemente no caí en lo que me estaban diciendo. Mandé un mensaje a la psicóloga, a mis amigas, avisando: "Quedo internada, me tienen que sacar un tumor". Y llamé a Laura. Es que lo más difícil en ese momento para mí era Mora...
"Eran personas antes que médicos"
Por suerte, encontré mucha contención en el Dr. Martín Guevara y su equipo, que eran quienes me iban a operar. Guevara, "mi revolucionario", como lo llamo en chiste... Me atendieron con conocimientos profesionales, con gran capacidad, pero también con corazón, humanidad, y eso me dio mucha seguridad. Eran personas antes que médicos. Mi papá es médico, obstetra, y él también me dio mucha tranquilidad. Creo que pude confiar también gracias a que mis papás no pusieron frenos, me ayudaron a mí a no poner frenos. Cada uno me dio fuerza a su manera. Mi hermano me trajo una obra de arte calada en papel y puso esa figura en la ventana. La miré durante todo ese tiempo, en que no podía leer ni hablar mucho, y estaba ahí, de una manera tan sutil... Hoy la tengo colgada en mi casa. También me trajo unas pantuflas, y fue decirme que yo iba a necesitarlas porque iba a salir de esa cama.
"ME ACOMPAÑARON TODAS LAS RELIGIONES"
Todos los que me rodearon me ofrecieron un acompañamiento con mucha sabiduría, tranquilidad. Y con fe. Los papás de una amiga fueron al Muro de los Lamentos y dejaron un deseo, mi cuñada me trajo a Santa Maravilla, que puse en mi mano, una amiga misionera rezaba con aborígenes y tierra colorada, otra amiga de mis papás invocaba a Buda... Todas las religiones me acompañaron, cada uno con sus creencias, cada uno pidiéndoles a sus dioses. Conté, sobre todo, con la fe de cada uno de ellos.
"Me sentía un bebé de nuevo"
Mientras estaba esperando en una cama a que me operaran, les pedí a mis amigos que no me vinieran a ver, yo sabía que todos estaban pensando en mí, pero no podía recibir las miradas ajenas, sabía que era muy duro lo que me estaba pasando, me tenía que contener a mí misma, no podía contener la mirada del otro. Esos días, Cuki tuvo que hacer de papá y mamá. Y mis amigas iban a ver a Mora, porque ella necesitaba que todo funcionara igual, que siguiera el circo. Iban con sus hijos, la cuidaban. Y mamá se quedó a dormir todos los días conmigo. Yo con 34 años y mi mamá cuidándome así. Me sentía un bebé. Después iba a tener que volver a empezar: a comer, a caminar, a hablar... Fue como volver a nacer.
A Agustina La operaron y le llevó un año la rehabilitación - Créditos: Nicole Arcuschin
"El destete químico fue duro"
Había que prepararme para una operación y no iba a poder seguir amamantando a mi hija. Fue un baldazo de agua fría; en mi universo, dar la teta es muy importante. El destete químico fue duro, me dieron una pastilla y me vendaron toda para ayudar a que se frenara la producción de leche. Muy duro. Hay cosas que ni las pensaba, trataba de confiar. Sabía que estaba en manos de profesionales y a veces la vida te muestra que no elegimos nada . En ese momento, yo no lloraba, lloro más ahora, recordando todo lo que viví. A una amiga le dije: "Si me pasa algo a mí, hacete cargo de Mora". Necesitaba dejar contemplado ese lado maternal, femenino. Pero más allá de eso, no me preparé para que algo saliera mal. No escribí cartas, no me despedí de nadie. La sensación fue "yo tengo que volver". Sentí que no tenía que potenciar mis miedos, que tenía que sacar la mayor fortaleza. Mi manera de ayudar era tratando de estar bien, ser positiva.
"Tenía que entregar mi cuerpo"
Al principio, en mí se impuso la negación. Escuché y pensé lo mínimo e indispensable para poder seguir. Tenía que estar fuerte y relajada, no era imprescindible que yo entendiera qué estaba pasando ni que midiera los riesgos, ya habría tiempo para reflexionar más adelante. Somos cuerpo, alma, mente, pero en ese momento yo tenía que entregar mi cuerpo, el cuerpo era objeto de la medicina, tenían que sacar de ahí un tumor del tamaño de una Vauquita, que estaba alojado en las meninges, una operación que duraba casi ocho horas. Tuve el reflejo de no batallar contra lo que me pasaba, de entregarme.
"PLANIFICAR EL AÑO GANADO"
La operación resultó bien. Cuando salí del quirófano, le dije a Cuki: "Quiero que me compres una agenda, mirá que es cara, ¿eh?". Yo estaba como en una burbuja y me acordé de esa agendita de Coucou que me había encantado y no me había comprado. Se ve que ahora quería tener dónde planificar el año que había ganado. Estar en terapia intensiva fue difícil. Evolucionaba bien, me iban sacando las drogas y escuchaba todo. Es un lugar en el que no se puede dormir, estaba conectada a todo lo imaginable y tenía la cabeza vendada. Fue duro. Me traían fotos y videos de Mora, me contaban de ella. Necesitaba tenerla cerca, extrañaba esa tranquilidad mutua que le das y recibís de tu bebé.
"Sentía que HABÍA VUELTO A VIVIR"
Después de 10 días, volví a casa. No podía estar con más de dos personas a la vez ni levantar peso, no podía ni alzar a Mora. Neurológicamente, estaba como desordenada, así que tampoco podía dormirme. Pesaba 43 kilos y caminaba a paso de tortuga. No era la situación ideal, sin embargo, durante el posoperatorio mandaba la sensación de que había vuelto a vivir. Apenas llegué a casa, me sentí contenta, contenta de verdad. No solo sentía que había nacido de nuevo, sino que no tenía ganas de cambiar. Fue una sensación de reconfirmar y de volver a elegir todo lo que había elegido antes. Ver tan claro que el camino por el que venía estaba bien me fortaleció.
"LAS SECUELAS NO SON SOLO físicas"
No tuve que hacer quimio, solo radioterapia: 26 días seguidos. A pedido mío, cada vez que alguien me acompañaba a una sesión, después me invitaba a un lindo plan: a tomar el té a algún lugar, a pasear, a algún museo..., había que hacer algo porque ese momento era realmente una cagada. Cuando alguien se entera hoy de lo que me pasó, la reacción inmediata es como de sorpresa. Y muchos me dicen: "¡No tenés secuelas!". Bueno, no hay muchas secuelas físicas, pero me quedaron varias que no están en el cuerpo. Hay un montón de cosas que son producto de esta experiencia, desde un aprendizaje enorme hasta un reordenamiento de prioridades.
"ESTOY AGRADECIDA, NO A LA ENFERMEDAD, PERO SÍ AL UNIVERSO"
Hoy, cada tres meses me hago estudios. Oncológicos y neurológicos, alternados. Durante cinco años, mi vida va a ser así. Al principio, pensaron que el tumor podía estar vinculado con los cambios hormonales del embarazo. Finalmente, se comprobó que no, que está relacionado con la irrigación sanguínea. Hoy estoy re sana, solo me hago estudios. Y también cambié mi alimentación. Me sugirieron eliminar tres "venenos blancos": harinas, lácteos y azúcar. Me dijeron que coma lo más natural posible porque las células crecen de lo que nos alimentamos. Hoy me estoy limpiando de los residuos que quedaron de los tratamientos y medicamentos. No me siento agradecida por haber tenido el tumor, pero siento un agradecimiento inmenso por cómo se dieron las cosas. En ese sentido, sí estoy agradecida al Universo. Porque el tema no es qué cosas te pasan sino cómo pasarlas, y dentro de todo, yo tuve mucha suerte, mucha gente y muchos recursos al momento de transitar lo que me tocó. Hoy, a los 37 años, si veo que me estoy haciendo drama por una pavada, se me enciende una alarma y me digo que no me puedo hacer problema por eso.
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