¿Vacaciones soñadas?: cuando la playa es una pesadilla
Todo el año fantaseaste con unos días de descanso, pero.. ¡Ojo!, que no siempre sale todo como lo deseamos; ¡contá tu experiencia!
23 de enero de 2012 • 00:19
Deportes extremos en la playa
"Era un juego divertido, hasta que en cada paletazo nos cae un kilo de arena encima"
Copadas estamos de habernos acordado de traer el juego de pelota paleta. Somos lo más paleteando. De pronto, al ratito de instalarnos, nos vuela un poquito de arena sobre la panza... Sin abrir un ojo, la sacamos. Un poco de arena en los brazos... Sin abrir un ojo, la sacamos. Un manojo de arena en la cara. ?!?!?!?!?!?!? Nos incorporamos, nos corremos la arena de la cara y observamos qué está ocurriendo. Un lindo juego de pelota paleta. Ya no es tan copado cuando lo juegan a 5 mm de nosotras.
Miramos a nuestro alrededor y todos nuestros bolsos, pareos e incluso el libro están tapados de arena. Y así, ya no es tan relajante tirarnos a tomar sol. Estamos alerta. Si son malos jugando, las chances son que terminemos bañadas en arena y con un posible pelotazo. Y si son buenos, puede que no terminemos golpeadas, pero el miedo está en cada uno de los paletazos violentos. La pelota nos roza. Tememos por nuestra vida. Miedo. Además, no podemos movernos siquiera un centímetro porque está todo fríamente calculado. Nos morimos de calor. Pero el agua está fuera de cuestión. Somos prisioneras de este juego. Son cada vez más competitivos; de modo que también somos prisioneras de los "ruidos de fuerza" que hacen -nada lindo de oír- intentando imitar a Gastón Gaudio y sus grandes movimientos de campeones. Nuestra tarde se transformó en esto: terror de movernos de nuestro pequeño terreno, víctimas de ruidos, pelotazos y arenazos. ¡Aaaaaayyyyyyyyy!
Copadas estamos de habernos acordado de traer el juego de pelota paleta. Somos lo más paleteando. De pronto, al ratito de instalarnos, nos vuela un poquito de arena sobre la panza... Sin abrir un ojo, la sacamos. Un poco de arena en los brazos... Sin abrir un ojo, la sacamos. Un manojo de arena en la cara. ?!?!?!?!?!?!? Nos incorporamos, nos corremos la arena de la cara y observamos qué está ocurriendo. Un lindo juego de pelota paleta. Ya no es tan copado cuando lo juegan a 5 mm de nosotras.
Miramos a nuestro alrededor y todos nuestros bolsos, pareos e incluso el libro están tapados de arena. Y así, ya no es tan relajante tirarnos a tomar sol. Estamos alerta. Si son malos jugando, las chances son que terminemos bañadas en arena y con un posible pelotazo. Y si son buenos, puede que no terminemos golpeadas, pero el miedo está en cada uno de los paletazos violentos. La pelota nos roza. Tememos por nuestra vida. Miedo. Además, no podemos movernos siquiera un centímetro porque está todo fríamente calculado. Nos morimos de calor. Pero el agua está fuera de cuestión. Somos prisioneras de este juego. Son cada vez más competitivos; de modo que también somos prisioneras de los "ruidos de fuerza" que hacen -nada lindo de oír- intentando imitar a Gastón Gaudio y sus grandes movimientos de campeones. Nuestra tarde se transformó en esto: terror de movernos de nuestro pequeño terreno, víctimas de ruidos, pelotazos y arenazos. ¡Aaaaaayyyyyyyyy!
Lo barato sale caro
"Cuando el hotelito que reservamos por Internet no era como creíamos..."
Muy orgullosas estábamos del bajo precio que conseguimos en el "hotelito acogedor". Sí, el que parecía increíble en las fotos y después no tanto. Muertas de calor, hambre y con muchas ganas de ir a la playa. Dejamos todo, salimos. ¡Qué bueno que estamos a "pocos metros del mar"! Sí... NO. Del "hotelito" a la playa, hay sólo: una bajada de una lomada, una subida, siete cuadras a la derecha, otra subidita, una cuadra a la izquierda y... una bajada más y estamos. ¿Qué pasó con "a metros de la playa"? ¡A kilómetros! Eso sí, teniendo que caminar un desierto todos los días, volvemos del verano entrenadísimas y con 10 kilos menos. ¡Una buena!
Muy orgullosas estábamos del bajo precio que conseguimos en el "hotelito acogedor". Sí, el que parecía increíble en las fotos y después no tanto. Muertas de calor, hambre y con muchas ganas de ir a la playa. Dejamos todo, salimos. ¡Qué bueno que estamos a "pocos metros del mar"! Sí... NO. Del "hotelito" a la playa, hay sólo: una bajada de una lomada, una subida, siete cuadras a la derecha, otra subidita, una cuadra a la izquierda y... una bajada más y estamos. ¿Qué pasó con "a metros de la playa"? ¡A kilómetros! Eso sí, teniendo que caminar un desierto todos los días, volvemos del verano entrenadísimas y con 10 kilos menos. ¡Una buena!
El síndrome Bristol
Créditos: Alejandra Lunik
"Y de pronto, una invasión de gente que nos expropia el terreno del relax"
Estamos tranquilas tiradas como un pollo al spiedo y disfrutando del sol y la arena (sucundúm, sucundúm), cuando ALGO nos tapa el sol. ¿¡!? Abrimos un ojo. Nos invadieron. Y así, de un momento para otro, un ejército que podría ser una familia o un grupo de amigos llegó, se instaló y nos atacó. ¿Y nuestro espacio? ¿Qué onda? Les gana la alegría de haber aterrizado en la playa, como a nosotras hace dos horas. Volvemos a cerrar el ojo. Sentimos algo sobre la piel. Ojo abierto. Nos apoyaron un bolso en el hombro. ¡Lo que faltaba! ¡Encima que tenemos que tolerar que esta gente ocupe nuestras tierras... Y ahí nos incorporamos y los miramos con nuestra mejor cara de "¡sí, me están tocando con sus cosas. Creo que no hay suficiente lugar para ustedes. ¡Váyanse!" (todo esto lo pensamos, porque sería mala onda decirlo..., pero cómo nos gustaría). Y así y todo, a los cinco minutos estamos rodeadas de bolsos y toallas, repletas de la arena que esparcen los niños mientras juegan y los adultos al sacudir sus lonas. Y somos sólo una hormiguita gritando desde debajo de todo: "Ehhh... ¡disculpen!".
Estamos tranquilas tiradas como un pollo al spiedo y disfrutando del sol y la arena (sucundúm, sucundúm), cuando ALGO nos tapa el sol. ¿¡!? Abrimos un ojo. Nos invadieron. Y así, de un momento para otro, un ejército que podría ser una familia o un grupo de amigos llegó, se instaló y nos atacó. ¿Y nuestro espacio? ¿Qué onda? Les gana la alegría de haber aterrizado en la playa, como a nosotras hace dos horas. Volvemos a cerrar el ojo. Sentimos algo sobre la piel. Ojo abierto. Nos apoyaron un bolso en el hombro. ¡Lo que faltaba! ¡Encima que tenemos que tolerar que esta gente ocupe nuestras tierras... Y ahí nos incorporamos y los miramos con nuestra mejor cara de "¡sí, me están tocando con sus cosas. Creo que no hay suficiente lugar para ustedes. ¡Váyanse!" (todo esto lo pensamos, porque sería mala onda decirlo..., pero cómo nos gustaría). Y así y todo, a los cinco minutos estamos rodeadas de bolsos y toallas, repletas de la arena que esparcen los niños mientras juegan y los adultos al sacudir sus lonas. Y somos sólo una hormiguita gritando desde debajo de todo: "Ehhh... ¡disculpen!".
Un "buen lejos"
"Al fichar en la playa, nos pueden traicionar las ilusiones ópticas"
Para las que estamos solteras, la playa es nuestro momento. Nos matamos todo el año en pilates, yoga y el gimnasio. Depiladas a medida, nos calzamos la bikini y y repetimos el mantra para convencernos: "Soy potra". Caminamos de un lado para el otro para pispear y, de pronto, lo fichamos: ése será nuestro chico del verano. ¡Caño bárbaro! Nos acercamos hablando por celu, reímos falsamente y parecemos extrasimpáticas. Lo vemos interactuar con sus amigos: ¡qué canchero! Con su familia: ¡un dulce de leche! Se mete al agua como un modelo y surfea como un campeón. Lo amamos y ya queremos formar una familia con él. Se nos acerca. "¡Sí, acepto!" No, no, no era como se veía de lejos: de cerca, ¡es un bagarto! ¡Chan! Ahí fue nuestro chico del verano.
Para las que estamos solteras, la playa es nuestro momento. Nos matamos todo el año en pilates, yoga y el gimnasio. Depiladas a medida, nos calzamos la bikini y y repetimos el mantra para convencernos: "Soy potra". Caminamos de un lado para el otro para pispear y, de pronto, lo fichamos: ése será nuestro chico del verano. ¡Caño bárbaro! Nos acercamos hablando por celu, reímos falsamente y parecemos extrasimpáticas. Lo vemos interactuar con sus amigos: ¡qué canchero! Con su familia: ¡un dulce de leche! Se mete al agua como un modelo y surfea como un campeón. Lo amamos y ya queremos formar una familia con él. Se nos acerca. "¡Sí, acepto!" No, no, no era como se veía de lejos: de cerca, ¡es un bagarto! ¡Chan! Ahí fue nuestro chico del verano.
El ritual del camarón
Créditos: Alejandra Lunik
"Tarde o temprano, nos zarpamos y solamente podemos soñar con dormir colgadas de una percha"
El primer día, llegamos blancas como polacas en invierno. Damos pena. Incluso entre nosotras. "Me tengo que quemar. Tengo que estar negra como esa -y apuntamos a una mujer que claramente VIVE en la playa- YA, tengo que quemarme YA. Me muero si vuelvo y sigo blanca. ¡Quemame, quemame, quemame, quemame...!" Y así, esa noche lloramos de dolor cada vez que movemos un milímetro de nuestro cuerpo, cualquiera que sea la parte. "¡Auch! ¡No me toques!" No del todo romántico para las parejas y simpático para las amigas. De modo que, para el segundo día, somos un palito de la selva. Y tenemos que protegernos debajo de la sombrilla y puteando en arameo. "Estoy perdiendo un día de sol. Ahora sí que vuelvo blanca." Y, claro, nuestra cara de ojete, molestando a quien pase primero para que nos ponga el gel postsol y respondiendo: "Noooo, no me veo roja. Para nada".
El primer día, llegamos blancas como polacas en invierno. Damos pena. Incluso entre nosotras. "Me tengo que quemar. Tengo que estar negra como esa -y apuntamos a una mujer que claramente VIVE en la playa- YA, tengo que quemarme YA. Me muero si vuelvo y sigo blanca. ¡Quemame, quemame, quemame, quemame...!" Y así, esa noche lloramos de dolor cada vez que movemos un milímetro de nuestro cuerpo, cualquiera que sea la parte. "¡Auch! ¡No me toques!" No del todo romántico para las parejas y simpático para las amigas. De modo que, para el segundo día, somos un palito de la selva. Y tenemos que protegernos debajo de la sombrilla y puteando en arameo. "Estoy perdiendo un día de sol. Ahora sí que vuelvo blanca." Y, claro, nuestra cara de ojete, molestando a quien pase primero para que nos ponga el gel postsol y respondiendo: "Noooo, no me veo roja. Para nada".
La ¿comodidad? del autotransporte
"Muy lindo ser tan independientes y movernos con nuestro propio coche. Sólo que a veces nos puede traer más problemas que soluciones..."
Qué ingenuas que somos cuando pensamos: "Vamos temprano, así estacionamos cerca". Lo logramos. Pero no esperábamos que 10 minutos después nuestro autito, pobrecito, chiquito, quedara perdido entre la multitud de autos, camionetas, camiones y motos que lo rodean y que están a punto de aplastarlo. Era una utopía. Mañana, mediodía o noche: el estacionamiento siempre estará lleno, y nuestro auto siempre estará bien lejos. Pero no hay manera de que aprendamos. Y siempre mantenemos esa esperanza.
Así es como nos quemamos hasta el almaaaa yendo del auto a la sombrilla o de la sombrilla al auto -mientras nos concentramos pensando: "¡Ya falta poco! ¡Vamos! ¡Sé fuerte!"- y cuando intentamos parar en la sombrita que hace el techo de algún kioskito de choclos: "¡Aaaaaahhhh!, ¡sigue caliente!". Tanto que si no fuera porque una Coca en la playa es más cara que unos aros de diamantes, compraríamos una para tirarla en la arena y enfriarla. Además de que para buscar el auto tardamos una buena hora y media. Hasta que logramos ubicarlo entre todos con referencias que sólo podrían estar en una playa: "Ahí, ¿no es el que está al lado del señor de los avioncitos? ¡Atrás del bañero! ¿No?". Y claro que cuando nos subimos, el auto es lo más parecido al infierno que vivimos. No por el color, sino ¡¡¡por el nivel de calor!!! Y empezamos a transpirar de sólo apoyarnos en el auto para sacarnos toda la arena antes de entrar -porque si no, el auto es un arenero para el final del verano-. ¡No toquen nada, que todo hierve! Todo porque nos negamos a poner el maldito parasol plateado que nos regalaron. Era demasiado ochentoso. Pero como siempre, al final, mamá tenía razón.
Qué ingenuas que somos cuando pensamos: "Vamos temprano, así estacionamos cerca". Lo logramos. Pero no esperábamos que 10 minutos después nuestro autito, pobrecito, chiquito, quedara perdido entre la multitud de autos, camionetas, camiones y motos que lo rodean y que están a punto de aplastarlo. Era una utopía. Mañana, mediodía o noche: el estacionamiento siempre estará lleno, y nuestro auto siempre estará bien lejos. Pero no hay manera de que aprendamos. Y siempre mantenemos esa esperanza.
Así es como nos quemamos hasta el almaaaa yendo del auto a la sombrilla o de la sombrilla al auto -mientras nos concentramos pensando: "¡Ya falta poco! ¡Vamos! ¡Sé fuerte!"- y cuando intentamos parar en la sombrita que hace el techo de algún kioskito de choclos: "¡Aaaaaahhhh!, ¡sigue caliente!". Tanto que si no fuera porque una Coca en la playa es más cara que unos aros de diamantes, compraríamos una para tirarla en la arena y enfriarla. Además de que para buscar el auto tardamos una buena hora y media. Hasta que logramos ubicarlo entre todos con referencias que sólo podrían estar en una playa: "Ahí, ¿no es el que está al lado del señor de los avioncitos? ¡Atrás del bañero! ¿No?". Y claro que cuando nos subimos, el auto es lo más parecido al infierno que vivimos. No por el color, sino ¡¡¡por el nivel de calor!!! Y empezamos a transpirar de sólo apoyarnos en el auto para sacarnos toda la arena antes de entrar -porque si no, el auto es un arenero para el final del verano-. ¡No toquen nada, que todo hierve! Todo porque nos negamos a poner el maldito parasol plateado que nos regalaron. Era demasiado ochentoso. Pero como siempre, al final, mamá tenía razón.
Por Aline Vilches
¿Qué experiencias "de terror" tuviste en la playa? ¡Contanos tu anécdota!
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