Lola Erhart es artista plástica. Fede Dorado, su marido, fotógrafo. Juntos componen una de esas duplas con sensibilidad y magia interna que pueden armar de cero. Fue exactamente así lo que pasó con esta casa, que apareció en sus vidas un poco por casualidad. La descubrió ella en una esquina muy vieja, y ni siquiera sabía si estaba abandonada o en venta. Resultó ser una imprenta que funcionaba entre goteras, humedades intensas y paredes chorreadas: pero, para ellos, era exactamente lo que buscaban.
“Jugamos a ser arquitectos y nos salió bien”. Fueron ocho meses de restauración, de trabajar a la par de los albañiles, de asados de obra, de aprender a picar paredes y de construir de a poquito la casa que soñaban: una
vivienda con ambientes integrados, abierta al exterior, llena de luz y de vida, donde va a nacer dentro de poco Jade, su primera hija.
La mesa del comedor de petiribí (Pasto Home) es el único mueble 0 km. El resto son heredados o comprados en anticuarios, porque Fede es fanático de las antigüedades. “Al principio me resistía, pero aprendí el valor que tienen una buena madera y la elaboración artesanal, ¡además de la onda!”, dice ella. Sobre el sillón del living –que compraron por $1500, en MercadoLibre–, Lola se enteró de su embarazo: “Me puse las zapatillas y me fui a correr. Necesitaba procesar la noticia”. El living da a uno de los dos patios interiores que tiene la casa y que irradian luz a los ambientes.
Es, de todos y por lejos, el lugar de la casa que eligen para compartir. La cocina industrial es el objeto preferido de los dos, y fue lo primero que compraron para la casa. Sobre la barra, Fede tiene su colección de ollas, sartenes y cacerolas de cobre antiguas. El gran hallazgo: una que pertenecía a Francis Mallmann y que se la vendió un linyera a un restaurador. La primera noche en esta casa, Lola y Fede festejaron con empanadas y birra. Sin buscarlo, sellaron el destino de un hogar que disfrutan mucho, con familia y amigos, compartiendo tanto la mesa como el espacio donde cocinan. "Cuando vienen amigos, armamos la mesa con lo que tenemos, con lo que heredamos: no tenemos un plato igual que el otro”.
Cuando Lola se enteró de que estaba embarazada, una mañana puso Iron and Wine de fondo y le llevó a Fede el desayuno a la cama con el test de embarazo positivo. “Se me disparó la emoción. Verla a ella, emocionada, derretida. Fue muy fuerte, muy lindo”, cuenta Fede. Para darle un toque marítimo al baño, eligieron azulejos azul profundo –es el color preferido de Lola– y pusieron una vieja ventana ojo de buey que compraron en Villa La Ñata. El mueble de caoba antiguo es herencia de la familia de Fede y lo restauraron entre los dos. "“No hay nada como la sensación de llegar a casa. Realmente, se me relajan todos los músculos”, dice ella.
“Para el estudio, no necesito más que una mesa, bastidores y materiales”, declara Lola. Aunque se puede
respirar un mood taller que ella arma con música (jazz, blues, bossa nova), mate y concentración. La obra de Lola Erhart es figurativa, pero en este momento exacto está probando con la ruptura de la figura. El plus: trabajar con Fede, su marido. Arman un set con modelos vivos, él saca fotos y ella pinta a partir de ese material. “Es mi disparador. Lo bueno es que él ya conoce mis paletas y sabe cómo manejar la luz para que me sirva”. En el espacio también dicta clases y workshops de dibujo y pintura. Su obra recorre toda la casa en marcos o como láminas sueltas que parecen estampados sobre la pared.
“Durante la remodelación, la casa se convirtió en un bastidor en blanco. Estar en obra es aprender que el desorden y la acumulación son pasajeros”.