La primera mudanza de Mechi Lozada fue a sus tres años. De ahí vinieron incontables viajes y hogares en distintos puntos de Argentina (Ushuaia, Buenos Aires, Córdoba, Paraná, Santiago del Estero, Santa Fe). Una vida nómade signada por la profesión de su papá, militar él. Pero había algo más.
El vivir de viaje para aprender a llevar el hogar a cuestas, casi como parte de su destino:
a los 24 conoció a Esteban y a los pocos meses, él se fue a jugar al rugby a Francia. Fue a visitarlo y no se separaron nunca más. Hoy, tres hijos, 17 años juntos y unas cuantas mudanzas después, el movimiento es, más que un designio marcado, parte de ella.
Curiosamente para un espíritu inquieto y una vida itinerante, al elegir un recuerdo de su infancia,
la postal que emerge es clara y va a sus raíces: una tarde de verano en La Rioja, la provincia en la que nació. Una Mechi chiquita, de unos 8 o 10 años –la misma edad que Agus y Sofi, sus hijos mayores–, sentada en la mesa redonda de la casa de su abuela, pegando fotos familiares en un cuaderno, adornándolas con recortes de revistas. Hacía mucho calor y no prendía el ventilador para que no se volaran esos pequeños tesoros, su familia en fotos. Su propia historia.
"La familia te salva", dice Mechi desde Valbonne, un pueblito de ensueño ubicado
en la Costa Azul francesa, a 15 minutos de Cannes y veinte de Niza, donde vive con su marido, sus hijos, Agus, Sofi e Isi, y su perra, Pampa, desde hace cuatro años, batiendo su propio récord de vivir tanto tiempo en un mismo lugar. Después de haber pasado más de dos meses en cuarentena, entrando poco a poco en la "nueva normalidad", para ella más que nunca durante esos días, su hogar se transformó en su refugio perfecto. "Justo antes de entrar en cuarentena estábamos con una reforma en casa: hicimos un vestidor en nuestro cuarto –algo que siempre había soñado– y mi escritorio". Ese nuevo espacio se transformó en el lugar para crear y expandir un talento que también la acompaña desde chica: la pintura. "Pude hacer cosas que tenía relegadas por falta de tiempo y aproveché a estudiar acuarela con cursos online, un gran pendiente".
"¿A qué llamo hogar? A mis tres hijos, mi marido y mi perra. El hogar, para mí, es el vínculo familiar: donde esté mi familia, ese es mi hogar", define Mechi, que ha sabido transportarlo y volverlo a crear en cada una de las ciudades adonde se fueron mudando en Europa: antes de vivir en Valbonne, pasaron por Edimburgo, Londres y varias ciudades dentro de Francia.
"En cada casa a la que nos mudamos, buscamos luz, siempre. Y que la cocina esté integrada al espacio social. Cocinamos mucho y es una actividad que nos gusta compartir. La condición para comprar esta casa fue que pudiera tirarse abajo la pared de la cocina. Después agrego mis imprescindibles: plantas y mantas en los sillones, a todos lados adonde vamos llevo las de crochet que tejo yo. Y algo de desorden, no me gustan las casas ‘mirame y no me toques’. Las casas están para ser vividas y disfrutadas".
Tres días antes que decretaran la cuarentena, Mechi había empezado una pequeña obra para agrandar su habitación y crear un walk in closet. "Estuvimos durmiendo en el living durante una semana. Imagínense la escena: todos encerrados en casa y nosotros acampando en el living".
El jardín de invierno fue salvador durante la cuarentena y uno de los espacios donde los chicos pasaron muchísimo tiempo mientras sus papás trabajaban. "A los poquitos días de mudarnos a esta casa, encontré en la calle el mueble que se ve al fondo. Lo vi una mañana de verano, pero era demasiado pesado para traerlo sola. Le pegué un cartelito diciendo que ya tenia dueña y cuando mi marido volvió de trabajar, lo levantamos y trajimos a casa. Lo pinté ese mismo día en color coral con efecto degradé". Adentro está lleno de juegos de mesa. El mueble azul también fue restaurado y pintado por Mechi. Era una cómoda antigua, luego fue isla de cocina en una casa anterior y ahora es guardajuguetes.
Más allá de lo tedioso del
homeschooling para una madre de tres con edades muy diferentes, no duda en decir que disfrutó de la posibilidad de compartir en familia los dos meses que duró en Francia el confinamiento. Para Mechi, experta en planificar y hacer listas de prioridades diarias para organizarse, crear una rutina ordenando los tiempos de cada uno fue fundamental para atravesar la dura experiencia.
"En su momento, me informé de cómo estaban haciendo las familias en Italia, y todos coincidían en poner horarios, no de regimiento militar, pero sí de orden". Hacia principios de junio, cuando lentamente fueron volviendo a la (nueva) normalidad, fueron recuperando la vida típica en Valbonne, que tiene un poco más de 13.000 habitantes, y aunque está poco explotado turísticamente, es muy cosmopolita por ser el segundo polo tecnológico más grande del país. "Tiene alma de pueblo: los viernes vas al mercado a buscar frutas, verduras, quesos. Está la panadería, los cafés, la plaza central. De este lugar me encanta su paz".