Los 5 pasos fundamentales para poner en práctica la sanación consciente
¿Qué situaciones siguen doliendo en tu presente? ¿Qué heridas sentís que hay que cicatrizar? A veces necesitamos curarlas mirándolas de frente y dialogando con ellas en un proceso interno y, sobre todo, amoroso.
30 de octubre de 2021
Foto: Euge Dibuja
Ya muy cerca del cierre del 2021, podemos admitir que los últimos años presentaron desafíos inimaginables. Mientras que 2020 fue una interminable película distópica, hoy seguimos tratando de estabilizar nuestras vidas. Bajo este contexto, la idea de la “sanación consciente” toma más fuerza y relevancia que nunca. Te contamos de qué se trata y cómo ponerla en práctica.
Antes de avanzar, es cauto incluir el cartel de “precaución”: existen distintos niveles de dolor y de trauma. En esta nota vas a encontrar una guía con algunas de las tantas herramientas que hay. Dejamos a tu criterio y cuidado leerlas y hasta poner a prueba los ejercicios propuestos, siempre y cuando sientas que podés abordarlos sola. Muchas veces necesitamos algún tipo de compañía en nuestros procesos de sanación o cierre, desde un abrazo de una amiga hasta sesiones con profesionales.
Primer paso: reconocer y habitar
Cuando algo que pasó nos duele, en general, nuestra primera reacción es tapar, minimizar o directamente evitarlo. Muchas veces porque creemos que no vamos a poder “manejarlo”, otras porque sería de quejosas, mal agradecidas o poco evolucionadas. En todos los casos, nos juzgamos y nuestra mente busca controlar la emoción. Como ya habrás comprobado en tu vida, estos métodos no sirven y solo prolongan y acentúan el dolor. Te cuento lo que aprendí: cuando duele, es porque nos importa. Si estamos tristes o enojadas, es porque hay algo que valoramos que se perdió o está en juego.
El primer paso, entonces, sería poder reconocer y habitar eso que nos pasa. Dejarlo ser con aceptación. Y aceptar es poder decir “esto es, existe”, no es aprobar ni estar de acuerdo. Este paso es fundamental porque sería imposible sanar algo que negamos. Por ahora, nada más. Estamos empezando.
Segundo paso: nombra la herida
Cuando podemos nombrar lo que sentimos, habitamos el dolor sin sobreidenti?carnos con él o la situación. Y acá juega un papel clave el lenguaje, porque construye nuestros propios relatos. Así que cuando estés mal, dolida o abrumada por algo que está pasando, usá ciertos inicios de oración para describir lo que pasa: “En este momento siento...” o “estoy teniendo el pensamiento...”. Poder cambiar el principio de nuestras a?rmaciones marca una diferencia: somos nosotros quienes podemos observar y describir, y así hacemos un espacio entre el relato y nuestra identidad. Mirá la diferencia de decir estas dos frases en voz alta: “Soy una inútil” vs. “Estoy teniendo el pensamiento de que soy una inútil”. No sos vos, es tu relato configurado y reforzado en ciertas circunstancias.
Poder cambiar el principio de nuestras a?rmaciones marca una diferencia: somos nosotras quienes podemos observar y describir, y así hacemos un espacio entre el relato y nuestra identidad.
Tercer paso: ampliar las percepciones y posibilidades
Llegó el momento evitar crear una actitud de víctima o desamparo alrededor de la situación. Pero es fundamental hacer los primeros pasos para sentir que nos contenemos y que podemos abordar lo que sigue con cierta curiosidad.
Byron Katie (maestra de muchos maestros) propone indagar sobre nuestro relato con preguntas como “¿es esto verdad realmente?”, “pensar de esta manera, ¿cómo me hace sentir y reaccionar?” o “¿quién sería yo sin este pensamiento?”. Este es un proceso simple para cuestionar nuestro relato, que en momentos de dolor pierde perspectiva y nos toma por completo.
Un ejemplo pandémico: “Los dos trabajamos, pero la que sigue todos los pendientes de casa soy yo y si no lo hago, nadie lo hace, y encima no lo valoran”. Herida más reciente, abierta, que no deja de supurar. En estos casos, conviene subdividir el relato en oraciones cortas, ponerlas patas para arriba y cuestionarlas (ojo, cuestionar no es negar). En este caso, podés preguntarte: “¿Es verdad que solo yo soy la que sigue TODOS los pendientes?”, “¿cómo puedo estar segura de que no se valora?”, “¿qué oportunidades aparecen si dejo de hacerlo?”
Foto: Euge Dibuja
Cuarto paso: el regalo de la experiencia
Acá es donde el famoso “Que valga la pena” lo tomamos literalmente.
Cada experiencia de vida nos trae un aprendizaje, si elegimos verlo. El dolor nos enseña sobre lo que nos importa y quiénes somos en esencia, aquello que queremos cuidar y eso que preferimos soltar.
Ya estamos encaminados y en el paso anterior las preguntas y respuestas nos dieron indicios y mayor entendimiento del proceso. Es fundamental tomar los primeros pasos como el tono en el cual hacemos las preguntas y dejamos que aparezcan las respuestas. Insistimos: habitar, aceptar, dar lugar sin juzgar. En este paso, entonces, es donde aprovechamos el momento para crecer.
Una de las frases que más me gustan del poeta Rumi es: “Tu tarea no es buscar el amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has construido contra él”. Esta frase no se limita a contextos románticos, aplica a nuestra trama con la vida en todas sus variables (sí, la laboral también). En momentos de vulnerabilidad, nada mejor que llenarnos de coraje y aprovechar el peeling del alma para ensayar la ternura y compasión. Cada vez que pase una herida en nuestra vida, no dejemos de sentir que entendemos a más personas por ello.
Quinto paso: darnos permiso para resetear
En coaching, vemos que las personas que pasaron por momentos dolorosos, de duelos, quiebres o estrés, logran hacer un proceso enorme de superación, pero en ocasiones se quedan trabadas en el último tramo, los últimos metros. Falta un empujón ?nal para decir: “Ya pasó, a seguir para adelante ahora”.
Sin apurarnos, con paciencia, buscaremos vivir el proceso, pero sin estancarnos. Acá no hay fórmula mágica o una tabla de tiempos basada en el tipo de dolor o duelo. Tal vez la alternativa sea ir probando hacer el siguiente ejercicio de vez en cuando hasta que se sienta cómodo completarlo.
Quizá las primeras veces que nos lastimemos o que decidamos quitar las curitas y mirar nuestras heridas nos cueste un buen rato y energía reagruparnos, pero, a medida que practicamos y probamos, el proceso se hace más conocido y propio. La idea es no perdernos de vivir completamente todas las invitaciones que nos hace la vida y con?ar en nuestra fortaleza y curiosidad para poder seguir mirando para adelante. Sanas y enteras.
Acompañar con el cuerpo
Si miramos cada uno de los pasos, encontraremos formas de incluir el cuerpo. Vale reforzar: no olvides que hay procesos que requieren acompañamiento, y en casos de abusos y distintos traumas físicos, es fundamental buscar compañía. Te hacemos dos invitaciones más como herramientas de este viaje:
1
Sacudir todo el cuerpo un buen rato. Sin ritmo, sin coreografía. Imaginá un perrito mojado sacundiéndose. Hacelo. Con los pies ?rmes en el piso, sin cerrar los ojos si te mareás, empezando por las piernas y rodillas, sacudí y seguí subiendo hasta la cabeza. Puede ser que te suene el cuello y que las manos sientan cosquillas, no pasa nada. Si llegás a tres minutos, genial, si no, andá de a poco. Esta práctica tiene raíces ancestrales y es de lo más e?ciente. Hacelo varias veces durante el proceso si te gustó la primera vez. Ayuda a despegar, resetear a nivel celular.
2
Aquietar la respiración y ampliar tu mirada. La información que va y viene entre cuerpo y emoción es bidireccional. Si sentimos miedo, nuestro cuerpo se prepara de cierta manera. Y, a su vez, si nuestro cuerpo da indicios de relajación y seguridad, nuestro mundo emocional se calma. La forma más rápida para que el cuerpo ayude (activa el sistema nervioso parasimpático) es respirando calmadamente y mirando al horizonte con los ojos en modo desenfocados. Cuanto más panorámico, mejor. Si además querés vocalizar o cantar (mantras o trap, cualquier cosa), también suma. La laringe está conectada al nervio vago y, al activarse, nos relajamos.
En esta nota: