Sister Rosetta Tharpe: la mujer que inventó el rock and roll y la historia la olvidó
De nena prodigio del gospel a artista negra y queer en los escenarios de la América segregada. Quién fue la pionera de la distorsión, que le marcó el camino a todos esos músicos que después llenaron estadios.
9 de marzo de 2022 • 13:00
En la Caravana de Blues y Gospel, gira que la llevó a recorrer Inglaterra en 1964. Foto: Getty Images
Antes de que Elvis se sintiera tan solo en el “Heartbreak Hotel”, de que Chuck Berry sacara a bailar al mundo con su “Johnny B. Goode” y de que Jerry Lee Lewis incendiara el piano -literal y figuradamente- con “Great Balls of Fire”, estaba ella. De día, en iglesias, como estrella del gospel; de noche, en clubes de R&B. En un tiempo en que las mujeres no se colgaban la guitarra y se plantaban en un escenario -mucho menos las de color-, hubo una que se animó a eso y a más: Sister Rosetta Tharpe, la madre del rock and roll.
¿Entonces el rock también salió de las entrañas de una mujer? Algo así, aunque su nombre rara vez aparece cuando se teoriza sobre el género que reelaboró el lenguaje, la moda y el estilo de vida desde los años 40, y en cambio sí resuenan los de muchos hombres que vinieron después a sacudir pelos y caderas, como Muddy Waters, Presley, Buddy Holly, Little Richard y otros genios.
Sin embargo, en este cuento la heroína es una chica negra, nacida en 1915 en un campo de algodón en Arkansas, que a los cuatro años, aburrida de viajar por el sur de Estados Unidos con su mamá, agarró el único juguete que tenía a mano: una guitarra. Fue un gesto irreversible; nunca se separó del instrumento, y pararse con frescura frente al acicalado público dominical para entonar los himnos religiosos que sabía de memoria se volvió natural, un rito orgánico. En las iglesias de esos pueblos perdidos empezaron a llamarla ‘el milagro de la guitarra y el canto’. Y no se equivocaron.
Uno de sus primeros retratos en Nueva York, cerca de 1940. Foto: Getty Images
Cómo romper todos los estereotipos
La chica prodigiosa siguió creciendo y su virtuosismo también. Todavía muy joven, Rosetta Nubin ya tenía una técnica impactante con las cuerdas -un punteo (o picking) veloz, luego imitado por muchos-. Sin embargo, lo más poderoso era esa fusión de estilos que lograba, entre el gospel, el blues y el jazz, que empezó a entusiasmar a la naciente industria discográfica. Era una gran fórmula: distorsión en el sonido y letras espirituales; la unión perfecta entre la oscuridad y la luz, el pecado con opción a una redención instantánea.
En 1938, la chica sureña firmó un contrato con Decca Records y grabó por primera vez, cuatro temas. Mientras “Rock Me” y “The Lonesome Road” se volvían hits instantáneos, Rosetta cumplía 23 y llegaba a las grandes ciudades. Pero la nocturnidad le empezó a traer problemas; la iglesia, su piedra angular, no quería tener nada que ver con el Cotton Club neoyorquino y otros antros ‘impuros’ donde sonaba su música. Los feligreses la miraban con recelo, el público mundano la amaba, ella seguía adelante.
En su vida privada, las aguas tampoco corrían mansas. Recién divorciada de su primer marido, Rosetta inició un vínculo entrañable con la cantante Mary Knight, oficialmente su socia creativa pero también fuente de todos los rumores posibles acerca de su bisexualidad. Ellas siempre negaron todo. De nuevo, una precursora bajo un contexto irreconciliable: dos mujeres negras, artistas y enamoradas en los años 40 -tiempos de las leyes Jim Crow, que imponían la segregación racial en los espacios públicos-.
En 1951 hubo que apagar las habladurías. Rosetta se unió en segundas nupcias con Russell Morrison, quien luego sería su manager, y convirtió la cuestión en una auténtica estrategia de prensa (actitud pionera número mil); se casó frente a las 20 mil personas que habían colmado un estadio de Washington para escucharla cantar en vivo.
Mayo de 1964. Con su amada 1961 Les Paul SG blanca, en la estación Wilbraham Road, de Manchester, Inglaterra, donde filmó un especial para TV. Foto: Getty Images
Una influencia descomunal
Aunque a mediados de los años 60 su popularidad empezó a ceder frente a la irrupción de nuevas estrellas del género y de otras ‘versiones’ del rock and roll, más escenificadas, fue en esa misma época en que otros artistas jóvenes pero ya muy populares, como Johnny Cash, Eric Clapton, Aretha Franklin, Tina Turner y Bob Dylan, comenzaron a reconocer abiertamente la influencia descomunal de Sister Rosetta Tharpe en sus propias obras.
Después de su muerte -en 1973, por un accidente cerebrovascular-, su nombre y su relevancia fueron opacados por el vértigo y la espectacularidad que ganaban cada vez más fuerza en la música. Recién en 2015, cuando la BBC emitió un programa especial acerca de su vida, y poco más tarde el Rock & Roll Hall of Fame la incorporó por fin a sus filas, su herencia fue puesta en valor. Es más, este año, para marcar el 61º aniversario del que fue su instrumento favorito -la 1961 Les Paul SG-, su fabricante, Gibson, se decidió a celebrar con una colección limitada y un minidocumental sobre la primera rocker.
Más de un siglo después de que esa nena se hiciera amiga de la guitarra, su legado artístico y hasta su pose escénica de cierta ambigüedad sexual (¡hola Prince, David Bowie, Freddie Mercury, Sinéad O’Connor, Lady Gaga, etc.!) trascendieron, finalmente, todo. Incluso el desaire de una industria y un entorno nada propicios para una mujer negra y queer, adelantada a su tiempo.
El rock tal como lo conocemos no hubiera sido jamás sin sus padres fundadores. Y ninguno de ellos hubiera sido sin Sister Rosetta Tharpe
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