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Me inicié en el sexo tántrico en pareja: lo que nos pasó y cómo seguimos

A partir de una conversación con su compañero, decidieron probar herramientas para la conexión erótica. La experiencia en primera persona.


Me inicié en el sexo tántrico en pareja.

Me inicié en el sexo tántrico en pareja. - Créditos: Getty



La decisión se desencadena una noche en un hotel. En medio de un viaje precioso, sin apuros ni horarios, estamos experimentando cierta desconexión en la cama. No hay ningún problema físico que nos impida encontrarnos y, sin embargo, algo no termina de cuajar. La conversación al principio es ardua. Del tipo gato y ratón. O perro y gato. Uno ataca, el otro huye, se defiende, contraataca. Después de un rato, con mucha sinceridad de parte de ambos, y apertura para escucharnos, nos damos cuenta: no llegamos al encuentro sexual del mismo modo. Yo busco “hacer al amor”, cierta intimidad, conexión. Él busca satisfacerme y, luego, para excitarse, tantea entre sus fantasías. Yo quiero estar acá, ahora. Él está en otra parte, conteniéndose y, después, desahogándose. No es algo fácil de reconocer. Pero es muy bueno que podamos advertirlo y nombrarlo.

Entonces me acuerdo de una profe de yoga que tuve hace mucho tiempo. Ella nos comentó brevemente su experiencia con el Tantra para parejas. Me acuerdo que al oírla me sonaba como algo aún lejano a mí, pero me fascinaba. Y de pronto, esta noche, me parece que una experiencia así, más espiritual, y menos atenta a lo estrictamente fisiológico, podría ayudarnos. Se lo propongo; él -que es de mente abierta- está de acuerdo. Al llegar a Buenos Aires acordamos cita con un facilitador de tantra para parejas. Nos sugiere la “meditación erótica” de dos horas y media para primero abrir una conversación y luego trabajar con el vínculo desde lo erógeno-afectivo.

Qué es el Tantra

Me inicié en el sexo tántrico en pareja y esto descubrí.

Me inicié en el sexo tántrico en pareja y esto descubrí. - Créditos: Getty

Entre tanto, googleo. Lógico. Eso hacemos, ¿no? ¿Qué es el sexo tántrico? Me entero de que existe un libro, escrito por Charles y Caroline Mui: Tantra, el arte oriental del amor consciente. La idea me encanta. Una vez que lo consigo leo que la palabra tantra se refiere a una serie de libros esotéricos hindúes que describen ciertos ritos, métodos y meditaciones sexuales que tienen más de dos mil años”.

Es interesante, porque lo que plantean va mucho más allá de lo que comúnmente conocemos -el Kama Sutra. Éste es sólo una partecita de todos estos textos. Y muchas de las posiciones fueron creadas por mujeres que fueron instruidas desde niñas en este arte. Para nosotras, las occidentales, son casi impracticables. El Tantra lo que plantea es el compañerismo en el amor, es el encuentro sexual como ritual, es un camino posible a la iluminación para aquellos que estamos en pareja y no queremos retirarnos a meditar a un templo en el Tíbet. Para el Tantra el templo es el propio cuerpo. Y, en el caso de la pareja, se arma un templo aun mayor, que ambos deben nutrir y cuidar. La palabra “tantra”, de hecho, significa “expansión”. Se expanden la comunicación, el compañerismo, la energía de ambos, el encuentro.

La cita con Maximiliano es un miércoles de verano, después del horario laboral. Nos adelanta que, para que la experiencia sea óptima, durante la sesión vamos a necesitar usar la menor cantidad de ropa posible. Preferentemente, ninguna. Ya estoy aterrada (¿Cómo me puse a mí misma en esa situación?) y, a la vez, no freno el proceso que se está desencadenando. Es decir, una parte de mí lo desea. Esa tarde me baño con más cuidado, me depilo, me pongo un aceite corporal de palta.  Cuando J, mi compañero, me pasa a buscar lo noto súper tranquilo. Yo no puedo con mi ser, pero allá voy.

Tantra, allá vamos

El centro -que tiene gran prestigio- es cerca de casa. Maxi nos recibe, conversa con nosotros, los tres sentados en el suelo, descalzos. Se lo ve muy yogui, lleno de energía y despreocupado. A J también se lo ve tranquilo. El ambiente es agradable. Todo está a punto de pasar. Maxi nos va a guiar durante las próximas dos horas, en una práctica en pareja, donde habrá diferentes fases. Nos habla de la filosofía del Tantra, de sus diferencias con nuestro modo occidental de entender la relación sexual; de la necesidad de ser más orgánicos (aunque creo o usa esa palabra, pero sí de prescindir de fantasías, porno y artificios); de soltar la tensión, ya que el cuerpo tiene que hacer un trabajo extra para encontrar el placer si los músculos están tensos. Retengo poco lo que dice, porque estoy nerviosa. No logro concentrarme. Cuando habla de desnudez me pongo roja. J se ríe. Maxi habla de “Lingam” y “Yoni”, que son las palabras que se utilizan para referirse al órgano sexual masculino y para los genitales femeninos. En un momento, dice, podíamos llegar a la “maithuná”. ¿Qué es? Pregunto. Lo que solemos conocer como coito, me dice él. Está hablando de que mi compañero me penetre frente a él, un señor a que acabamos de conocer. ¿Por qué no me voy corriendo? No lo sé. Realmente no tengo respuesta a eso.

Soy una persona muy curiosa, me gusta vivir diferentes experiencias, me considero de mente abierta -por lo que, llegado este punto, no voy a permitirme cierta actitud pacata. Maxi nos dice que ésta es una invitación a tratar el juego amoroso como una meditación íntima y no como una oportunidad orgásmica. Mi energía shakti -femenina- está hecha de Yin -que tiene una carga negativa. La energía sexual de J -Shiva- es Yang o energía con carga positiva. Cuando las mujeres descargamos nuestro campo de energía negativa en el amor, con esa liberación nos iluminamos y elevamos.  Hay muchas técnicas y muchos niveles en el conocimiento del Tantra. Éste será solo una aproximación, nos dice Maxi. Y nos aclara que él va a guiar desde una distancia de un par de metros y que no va a intervenir. “Lo digo porque hay parejas que vienen con la fantasía de que yo me sume”, dice, y nos reímos un poco.

Al desnudo los dos

Después llega el momento de que nos deje a solas, para desvestirnos y sentarnos frente a frente sobre un colchón bien grueso al que le acaba de cambiar la funda. Soy reticente a apoyar mi piel desnuda sobre espacios que utilizan otras personas como piscinas, saunas, camillas médicas, baños ajenos, etcétera. Pero bueno, la funda está recién puesta y hasta huele a Espadol. Es decir, está limpia y desinfectada (el olor será un tema luego, pero no me quiero adelantar).

Mi compañero me trasmite mucha tranquilidad y entrega, por lo que me voy calmando y acepto desvestirme por completo. “Ya que estás en el baile, bailá”, me digo. El modo en que estamos sentados, enfrentados y de perfil al guía, no va a permitir que Maxi, cuando entre nuevamente, vea ninguna parte íntima de mi cuerpo. Eso me da cierta tranquilidad. ¿Preferiría que fuera una mujer? Y la verdad es que no. No se trata de eso. Es pudor, puro pudor. Y miedo a lo desconocido.

A continuación, ingresa a la sala y nos indica que pongamos cada uno la mano sobre el pecho del otro. Eso lo leí en el libro y me pareció precioso, una linda manera de conectar. Nos pide que pongamos frente contra frente y que así, desde bien cerca, nos miremos a los ojos. Mi compañero parece tan metido en la escena, me mira con tanto amor y profundidad. ¿Algo estará mal en mí que no logro compenetrarme hasta ese punto? Decido dejarme guiar por la voz de Maxi, por la música, la luz tenue y, sobre todo, por la ternura de J. Al final, vinimos porque él no lograba conectar del todo y, ahora, mirá.  

 

No puedo precisar realmente qué vino a continuación de qué. Pero, si no recuerdo mal, lo siguiente es que me siente sobre mi compañero, rodeándolo con mis piernas. Es una postura muy tierna. De mucha cercanía, de cariño, de conexión profunda. Esta postura, leí luego, se llama Yab Yum, sólo que en los textos tántricos el lingam ingresa en el yoni. Aquí la columna está alineada con la gravedad, lo cual lleva energía a los chakras superiores y estimula las glándulas pineal y pituitaria, clave para la iluminación. Maxi nos sugiere hacer un balanceo, hacer movimientos circulares y alternar la inspiración de J con mi espiración y viceversa.

Enseguida noto que J está excitado. Lo noto bajo mi pelvis. Pero sé -porque lo leí – que en Tantra es importante poder controlar la eyaculación. Incluso, el orgasmo antecede a la eyaculación. Orgasmo, en Tantra, es la experiencia interior del clímax y la eyaculación es una expresión externa de ello. No son lo mismo, ni ocurren al unísono.

Después Maxi me indica que me recueste y le pide a J que deposite saliva en ocho puntos de mi cuerpo. Adelante, atrás, en mi cara, mi torso o de la cintura para abajo. Donde él quiera. Así lo hace, aunque olvida mis piernas y pies. O para él no son importantes. A continuación, tiene que recorrer con su nariz estos mismos puntos y oler con fuerza. Yo, con los ojos cerrados (se supone que en Tantra lo mejor es tenerlos siempre abiertos: son un gran canal de comunicación), logro no estar tensa, pero exageraría mucho si dijera que lo estoy disfrutando. Además, él sigue salteando las caras internas de mis piernas y los dedos de mis pies, que para mí son importantes. No sé si se puede hablar, pero me parece que no. Y me parece interesante ver si con mi cuerpo y sonidos se lo puedo “pedir”. Algo logramos.

 

La saliva es algo que también me da impresión, desde chica. No la de J, en su boca, en un beso o en el acto sexual, pero así, puesta deliberadamente sobre partes de mi cuerpo, mucho no me enloquece. Ni tampoco me copaba la idea de oler mi propia saliva depositada sobre partes del cuerpo de él, cuando me toque. Esta cuestión de la saliva -nos había explicado Maxi- tiene que ver con las feromonas, esas hormonas que nos atrajeron desde el comienzo y que de algún modo nos mantienen unidos.

Ahora, J debe unir con su lengua, así como en los juegos para chicos que hay que unir los puntos con un lápiz sin levantarlo, todos los puntos. No sé si no entendió bien o es que está fascinado con cierta zona, pero se detiene ahí, en mi entrepierna. Está tan entregado a mí, a él, al encuentro, que no parecen importarle las consignas. A mí, que soy tan “cumplidorcita”, eso me pone un poco nerviosa.

Toca alternar roles. Ahora tengo que hacerle todo eso mismo yo a él. A todo esto, Maxi está a unos metros, sentado sobre el suelo, guiando con una voz especial -no es la misma con la que conversó hace un ratito. La música es relajada, pero muy variada y, por momentos, invasiva. De repente suena algo medio hindú y de pronto una con saxo. Esto me distrae un poco. A J -me dice después- le pasa igual. Y el olor a Espadol. Es muy penetrante y apenas me deja sentir los olores suaves de mi compañero, esos que me gustan tanto. Leí en el libro que los olores del cuerpo, en especial los olores sexuales, tienen cualidades afrodisíacas. Acá se ven un poco obturadas.

Coloco saliva en los puntos para mí erógenos de mi compañero. Las tetillas, por ejemplo. El ombligo. Y sí, también en la punta de su pene: su lingam. Suena extrañísimo cuando lo escribo. Casi estoy a punto de borrarlo, pero así es. También me cuesta creer que para hacer esto yo tenga que moverme desnuda, dejando que nuestro facilitador me vea. (“Estás en el baile, bailá”, me repito). Llego hasta los dedos de sus pies. Después inhalo los puntos y luego uno los puntos con mi lengua.

Sexo tántrico: una intimidad que abruma

Algo en mí empezó a ceder, pero, a la par, siento la presión de que todo esto debería estar excitándome y en realidad no me pasa. Estoy demasiado consciente, atenta a las indicaciones, alerta. ¿De qué modo algo de todo esto me llevaría a desear que J me penetre? Él, por su parte, está sumergido al 100 por ciento en la situación, me mira con ternura y deseo infinitos. Pienso -ahora- que fue extraño verlo así, tan desnudo, tan expuesto, tan -en un punto- vulnerable. Tan entregado a mí. Me producía una conmoción y, a la vez, una especie de rechazo. Y no porque no lo amara o no me gustara. Sino que sentía que era más cercanía de la que podía soportar. Se me da muy bien la palabra, el chiste, la comunicación verbal. Suelo manejar los hilos de la distancia a través de ellos. Me permiten “protegerme” de la proximidad. Pero de nada de eso podía echar mano allí.

Maxi sugiere que podría desencadenarse una exploración más instintiva, rítmica, entre nosotros. Pero a los dos nos apetece acostarnos uno frente al otro y mirarnos. Nuestro guía nos deja solos un largo rato, con la luz tenue, la música. Es un momento de honda humanidad.

Expansión sexual

Cuando vuelve conversamos brevemente sobre lo que pasó. Nos asigna como ejercicio ineludible, encontrar un espacio de tres horas a la semana para nuestro encuentro. En casa, solos. Primero bañarnos -juntos o por separado- y luego ver qué surge, sin expectativas ni presiones. Un espacio para la intimidad que no quede apretado entre el trabajo, la cena y las horas de sueño.

Ahora sí, respiro con alivio. Me siento algo liberada de que haya terminado y ya estoy pensando en la cerveza que nos vamos a tomar y en todo lo que vamos a conversar.

Tantra significa “expansión”. Y no tengo duda de que algo se expandió. Llevamos consciencia al encuentro amoroso. Supimos que hacer el amor conscientemente no viene de forma natural: debe aprenderse. Y los amantes debemos aprenderlo juntos. Debemos ser profesores uno del otro, y alumnos uno del otro también. La experiencia es muy enriquecedora. Lo sé después, cuando -ya de viaje juntos- esto de tanta cercanía e intimidad me vuelva a incomodar.

Busqué este espacio porque necesitaba conectar más con mi compañero y eso ocurrió y ocurre. Ahora me animo a mostrarme más y él a verme más. Hicimos conscientes aspectos de nuestra sexualidad y nuestra forma de vincularnos. Nos animamos a hablar con claridad de lo que sentimos, a pedir, a indicar. Y los dos nos comprometimos a hacernos el tiempo para esas tres horas de intimidad. Queda mucho por explorar. Quizá lo hagamos de la mano de Maxi -que va a llevar una especie de “historia clínica” nuestra. O quizá no… Por ahora nos hicimos un poquito más sabios en torno a lo que implica nuestro encuentro sexual. Y eso, para dos que quieren cuidar su relación como algo sagrado, ya es un montón. Un montón.

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