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Prácticas para activar el asombro

En mi libro Donde vive el asombro propongo una posible hoja de ruta, que consta de nueve puertas al asombro, entre ellas, los sueños, la imaginación, otras personas. Te invito a que visitemos juntas tres de ellas y veamos algunas prácticas. 


Prácticas para activar el asombro.

Prácticas para activar el asombro. - Créditos: Getty



El asombro está en los ojos de quien mira. Y la vitalidad también se activa desde adentro.

En mi libro Donde vive el asombro (Grijalbo) propongo una posible hoja de ruta, que consta de nueve puertas al asombro, entre ellas, los sueños, la imaginación, otras personas. Te invito a que visitemos juntas tres de ellas y veamos algunas prácticas. 

  • Primera estación: el vergel

    Esta es la puerta de la naturaleza, una de las puertas más grandes al asombro: la indómita o majestuosa que encontramos en una visita al bosque, y la que espera en tu balcón, con los yuyos misteriosos que asoman entre tus plantas. Te propongo que dediques unos días a explorar –o sea, a activar la curiosidad– respecto de las plantas silvestres que te rodean, los árboles de tu barrio, los pájaros que te visitan, las nubes. No necesitamos equipaje especial, solo sacudir las telarañas de la costumbre y mirar de nuevo.

    ¿Cómo practicar? 

    A través de plantas silvestres: buscá en tus macetas, en los canteros de la plaza o en cualquier resquicio de la vereda alguna planta silvestre (el biólogo argentino Eduardo Rapoport propuso bautizarlas “buenezas” para reemplazar el peyorativo “malezas”). Agachate, sentí su textura, mirala de cerca. Frotá una hoja. ¿Tiene algún aroma que puedas notar? ¿En que estadio de su desarrollo está? ¿Tiene flor, frutos? Sacale una foto, dibujala.  

    Para conocer sus señas oficiales, podés recurrir a sitios de Internet o alguna buena guía de campo. Una vez identificada, podrás investigar su procedencia, su historia, sus posibles usos medicinales o nutricionales. Te sorprenderá enterarte de que nuestros antepasados consumieron con gratitud muchas de las plantas que hoy pasamos de largo sin enterarnos.  

    El solo hecho de reconocerla cuando te cruces con ella comenzará a poblar sutilmente tu vida. De a poco, irás recuperando la pertenencia a ese mundo mayor. 

    A través de los pájaros: otro puente propicio al mundo natural son los pájaros, la única especie salvaje con la que convivimos en las ciudades. ¿Te preguntaste alguna vez si el zorzal, el gorrión, el hornero o el benteveo que canta en el árbol de tu vereda es un transeúnte ocasional? La respuesta es “no”: los pájaros que ves a diario ¡son tus vecinos! Los pájaros son animales territoriales, y no se mueven más que unos 20 metros del territorio que eligieron para vivir (donde cuentan con alimento, agua, refugio). Con un poco de atención, podés aprender a reconocerlos, averiguar qué comen, dónde duermen, cómo son sus nidos. Y aunque suene a cuento, hasta qué están diciendo.  

    A través de las nubes: otro camino de ida al territorio del asombro. Seguramente habrás jugado a ver formas en el cielo cuando eras chica y alguien te habrá instado a “volver a la tierra”. Pero hacer avistaje de nubes es una de las maneras más vitales y concretas de habitar este mundo. Como las plantas y los animales, las nubes tienen su taxonomía: hay nubes altas, bajas y medias, y cada una tiene sus señas particulares, su relación con la lluvia y el clima.

    Para inspirarte, podés visitar la página de la Sociedad para el Aprecio de las Nubes (en IG buscalos como @couldappsoc), un grupo de aficionados de todo el mundo que comparten fotos, experiencias y hasta el orgullo ocasional de descubrir y nombrar alguna nube nueva. El mundo se vuelve más fascinante cuánto más lo miramos. 

  • Segunda estación: el jardín secreto del cuerpo 

    Esta es la puerta a las maravillas del cuerpo y sus sentidos. Para una sociedad obsesionada con la imagen corporal, es notable la poca atención que le dedicamos a cómo se siente el cuerpo desde adentro. Distintas corrientes crearon una antinomia entre cuerpo y espíritu, cuerpo y razón. El cuerpo les recordaba nuestra animalidad (sujeta, como la de todos nuestros pares, a la enfermedad, los estragos del tiempo, la muerte) y, por tanto, fue relegado, reprimido y sojuzgado. Pero darle la espalda al cuerpo arrinconó nuestra vitalidad. “Hemos perdido la reacción del corazón a lo que nos traen los sentidos”, dijo el psicólogo James Hillman, señalando un camino de vuelta. Esta estación te invita a transitarlo. 

    ¿Cómo practicar? 

    Reconocé el mundo con el olfato 

    El olfato es el sentido más “primitivo” (del bulbo olfatorio se formó el cerebro), y uno de los más íntimos. Por esta razón, no es un sentido del que hablemos mucho en público. No ayuda que, al estar lejos del centro del lenguaje, el olfato sea el sentido mudo (intentá ponerles nombre a los aromas que percibís sin recurrir a metáforas). En contraste, sí tiene una conexión directa con la emoción y la memoria. 

    Tomate un momento para responder: 

    - ¿Qué aromas te transportan a un momento de tu historia? 

    - ¿Qué aromas te provocan emociones? 

    - ¿Podrías describir los aromas del invierno? ¿Cómo te hacen sentir? Describí esas sensaciones.

    - ¿Sos consciente del sello olfativo personal de las personas que te rodean? 

    Como los demás sentidos, el olfato se cultiva con la atención. La propuesta es que te dediques a investigar el campo olfativo en el que transcurre tu vida y las maneras en que te estimula y enriquece. 

    Podés hacer lo mismo con los sonidos, los sabores, las sensaciones táctiles y las imágenes (¡pensá formas, volúmenes, colores!). Despertar tus sentidos es habitarte. Tomando prestada una frase de la poeta Mary Oliver: “Deja que el animal suave de tu cuerpo ame lo que ama”. 

  • Tercera estación: el océano, las aguas del encuentro con otras personas

    Aquí nos paramos por un momento frente a las puertas del corazón y sus aguas profundas. Que no son otra cosa que nuestro campo emocional y nuestro vínculo con otras personas. Aunque por siglos se las consideró contrarias a la razón, las emociones tienen en verdad una inteligencia notable: nos conectan con nuestro sentir profundo, nos revelan qué valoramos, qué nos enoja, qué nos conmueve; nos ayudan a conocernos en profundidad y a intimar con otros.  

    Que hayamos desarrollado esta sofisticada brújula interior es, ya, algo digno de asombro. Pero hay, además, un subconjunto de emociones que llamaremos esenciales, expansivas o trascendentes: el asombro (¡claro!), el amor, la gratitud, la compasión, la inspiración, la elevación.  

    En presencia de estas emociones recordamos el sustrato común que nos une a todo lo que existe, y crecemos en humanidad. La mayor parte de las emociones expresan y defienden las fronteras del yo; las emociones expansivas lo trascienden. Con las primeras nos afirmamos en el mundo, con las segundas crecemos. Y el asombro, dicen los estudios, es una buena embajadora de la inmensidad. 

    Para ejercitar esto, te propongo dos prácticas de expansión, inspiradas en estudios del Instituto Heartmath y en la comunicación no violenta. 

    ¿Cómo practicar?  

    Anclarnos en el corazón: sirve para momentos de angustia o dificultad, o simplemente para reconectarse. 

    1. Cerrá los ojos. 
    2. Llevá la conciencia a la zona del pecho. 
    3. Imaginá que estás respirando desde y hacia el corazón. 
    4. Traé a la mente a una persona, animal o lugar que te despierte amor o gratitud. 
    5. Sostené la emoción unos minutos e irradiala. 

    Ir más allá: sirve para momentos de enojo o desencuentro. 

    1. Imaginate frente a la persona con quien tenés el conflicto. 
    2.Procurá ir más allá, a la emoción que subyace. 
    3. Andá más allá de la emoción, y procurá ver la necesidad insatisfecha que hay detrás. 
    4. Conectate de tu corazón hacia la vulnerabilidad del corazón del otro. ¿Qué aparece ahí?  
    5. En tu imaginación, o al hablar con la persona, cada vez que te activás, volvés a mirar hondo. 

“La mente crea el abismo, el corazón lo atraviesa”, dijo el sabio hindú Sri Nisargadatta. No podremos desterrar los abismos, reales o imaginarios. Pero podemos convertirnos en gozosas constructoras de puentes, un asombro a la vez. 

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