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Ahí hay un bebé




Todo trae consecuencias, y un bebé muchas más. Inocultables, además. Resulta ser que la presencia de un recién nacido deja un reguero de pistas, señales continuas que se respiran, ven, tocan y sienten en toda la casa, y en el propio cuerpo también. Cualquiera de ustedes podría entrar en mi casa ahora mismo sin saber de la existencia de Ben, y decir "acá hay un bebé". Y mientras que algunos indicios no dejan lugar a dudas, otros son complementarios, pero su sumatoria da un resultado inequívoco: en esa casa vive una personita recién nacida. Veamos de qué hablamos.

Tendinitis

Primero se siente un entumecimiento, que luego se transforma en dolor y al final en un pinchazo, agudo y molesto; y que sólo se quita con reposo y calmantes. En esta casa somos dos, pero conozco más casos de portadores de bebés que sufren de dolores en muñecas, codos y hombros, producto de las forzadas posturas y posiciones que adoptamos para sostener al bebé. De los dolores de espalda y cintura mejor no hablo, porque no quiero ser acusado de vejez prematura.

Cosas, cosas y más cosas

Sin repetir y sin soplar: cambiador sobre la mesa, sonajero, pañales, bañera en algún lugar del baño, sacamocos, juguetes varios, gimnasio, sillita mecedora, cochecito (en el lugar que entre), mamaderas para lavar, Lysoform y la base del huevito en el auto. Cuando no es una cosa, es la otra, pero siempre habrá algo. Las marcas también dan indicios, pero de aquellos más ligados al presupuesto: un Graco no es lo mismo que un McLaren, los Pampers no son lo mismo que los pañales Carrefour y Nuk no es lo mismo que Babelito (ya les dije que odio a Babelito, ¿no?).

Impuntualidad

Cada salida es una mudanza a escala. Si antes con una ducha y una mínima preparación era suficiente, ahora hay que agregarle la puesta a punto del nene, que siempre –siempre- sufre algún contratiempo. No basta con que el cochecito, la mochila y él estén vestidos, porque cuando todo esté yendo de maravillas y los horarios de salida estén dentro de lo esperable, Ben se encargará de decir "acá estoy, cámbienme el pañal otra vez". La impuntualidad es involuntaria pero inevitable, sepan disculpar.

Olores

¿Es baranda o es perfume? "Un poco y un poco", respondí. Dependerá del horario, la situación y de la sustancia que hablemos, pero el olor de una casa donde vive un bebé tiene sus particularidades. Si nos focalizamos en hablar de Ben, casi siempre tiene ese perfume con nombre propio conocido como "olor a bebé", dado que su mamá tiene una pequeña obsesión con la caca y los vómitos tan habituales en esta etapa; obsesión que no critico, sólo señalo. Hay ocasiones en que el aroma puede ser agrio, o dulce, a jabón de glicerina o a pañales limpios (sí, vienen con una especie de perfume); pero nunca el olor de la casa volverá a ser el que era. Cambio definitivo.

Música

Si uno revisa su historial de reproducción de YouTube encontrará que de escuchar a Led Zeppelin (o a Black Sabbath, o a Nirvana, o a Guns N’ Roses, sólo por dar cuatro ejemplos) pasaron a meterse algunos otros artistas como Topa, Adriana, El Sapo Pepe, María Elena Walsh, Piojos y Piojitos, y similares. Y no es que uno esté descuidando la formación musical de la criatura, sólo se trata de acercarle otros sonidos para que tenga un gusto amplio. Por suerte uno de sus preferidos sigue siendo George Harrison y -no por suerte, sino por decisión nuestra- nunca escuchó a Panam.

Volumen nocturno

Acostumbramos a Ben a los sonidos normales de una casa: durante el día hay música, tele, voces que van y vienen, ladridos (de perros vecinos, porque Sol es un amor), puertas que se cierran de golpe, teléfonos que suenan y, para qué negarlo, vecinos que escuchan Rata Blanca, Valeria Lynch y Jaf a todo bafle. Ben hace su vida, pero pareciera que a la noche alguien manejara la perilla de nuestros sonidos y luces, y todo baja un poco: nuestras voces y el volumen de la tele bajan, y las luces que quedan encendidas sólo son las imprescindibles. No sabemos por qué, pero así nos salió desde el principio, y pareciera que es una buena manera de indicar que el día está por terminar, que mamá y papá quieren liberarse los brazos por unas horas y comer con ambas manos. Funciona tan bien que hasta las visitas se adaptan al cambio.

No sos vos, es él

Desde que nació Ben la pregunta "¿Y, cómo va?" no hace referencia a mí, sino él. Uno se acostumbra a que todos -visitas, familia, compañeros de trabajo y amigos- pregunten primero por Benjamín antes que por uno. "La paternidad es un continuo ejercicio de ceder espacios", me dijeron hace poco, y empiezo a notar que hay mucho de cierto en esa afirmación. Está bien, no es cuestión de ponerse celoso por un chiquito de tres meses, ¿no?

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