Créditos: Corbis
Por Tamara Till
Son tan fáciles de experimentar como difíciles de definir. Empiezan y terminan durante una temporada, pero como definición, esto resultaría obvio y aburrido. Tampoco sería un maremoto del ingenio decir que los amores de verano sólo surgen por el entusiasmo y el relax de estar de vacaciones. Y nos sonaría rebuscado afirmar que estos amores apelan a la satisfacción instantánea más que al verdadero compromiso afectivo. Muy superficial, relacionarlos con la falta de prejuicios estando lejos y sin nadie conocido que nos mira. Y pretencioso, definirlos como los que ponen alas al corazón y lo hacen volar hasta que deban migrar hacia horizontes mejores... Los amores de verano son difíciles de definir, sí, pero tienen un poquito de cada una de estas cosas. Lo que proponemos, entonces, más que una definición, es un catálogo. Porque vayas al mar, a la nieve o a la montaña, amores de verano los hay de todo tipo, y... ¡cada tipo nos propone diferentes amores!
Amor de montaña
En teoría: un amor que surge los primeros días del verano y asciende pasional; y en escalada, deciden irse juntos de vacaciones. Con los preparativos, superan los primeros obstáculos. En el avión, a escondidas en el baño, el súmmum del amor los lleva hasta la cumbre. Con la convivencia, comienza a descender el entusiasmo y te queda claro que este amor derrapa. Enseguida, rogás por un "culopatín" que te lleve cuanto antes a tu casa.
En la práctica: te enamorás con locura de ese hombre del que no conocías casi nada. Sus brazos fuertes y su voz salvaje te convencen de zambullirte en la aventura. Renunciás al hotel para aceptar la cabaña que propone. Pero la cabaña está en medio de la selva. Y mientras a vos te devoran los mosquitos, él prefiere destripar un pejerrey a comer sushi, bañarse en el arroyo a ir al spa y hacerte caminar a alquilar coche. ¡No way! Volvé a tu casa y, si no le gusta: ¡a llorar a la montaña!
Amor de mar
En teoría: un amor que nace encrespado, furioso y revuelto. Fruto de la euforia, caés en sus garras desafiando la bandera roja de "peligro". Con los días, la relación empieza a estar "dudosa". Y cuando la pasión se calma y el oleaje está "tranquilo", mirás a tu alrededor y te das cuenta de que el salvaje amor resultó ser solamente espuma.
En la práctica: te mata de amor una noche de boliche. Sin decir una palabra, te seduce tanto que te asusta y te arriesgás a un "vale todo" sin pensarlo. Nunca tuviste una relación con tanto cuerpo. Lo único que le faltaría son palabras. Los días pasan y la palabra nunca llega. El único tema que parece convocarlos es el sexo. Te empezás a preguntar si él será mudo. Un día, la pasión impone un break y el silencio se hace eterno. Y lo peor es que preferís bostezar a darle un beso... ¡Warning! A dejar pasar la ola y esperar una más propicia para lanzarte al agua.
Amor de desierto
En teoría: un amor de un día, sin continuación y sin testigos. Todo es tan rápido y fugaz que se escurre como arena entre los dedos. Y una vez que se esfumó y volvés a estar rodeada de la nada, no sabés si en realidad existió o si fue nada más que un espejismo.
En la práctica: el paraíso terrenal que te vendieron en la agencia es, en realidad, un paraje desolado. El hotel está lejísimos de todo, y el resto de los pasajeros son parejas y jubilados. Un día, llega una camioneta de excursiones. El fornido guía te sube a su alazán 4x4, te lleva a algún lugar histórico y, después de despedir al resto de los pasajeros, te propone una excursión privada. En un recodo del camino, comprobás que esta excursión ¡ofrecía de todo menos ruinas! Lo que sí, la información manejala con cautela, no sea cosa que, al imaginar tu oasis terrenal, alguna jubilada se emocione demasiado o una pareja se separe, deseando poder vivir tu aventura.
Amor de tiempo compartido
En teoría: lo mejor de estar de vacaciones es sentir que hay tiempo para todo... o todos... Así que, muchachos, ¡a aprender a compartir, que las chicas no nos privamos de nada! Lo importante, eso sí, es saber administrar tiempo y energía y armar un cronograma efectivo que evite engorrosos cruces, confusiones de nombres o superposiciones.
En la práctica : nada mejor que un hombre atlético para empezar el día con uno de esos trekkings que requieren una mano "amiga" para atravesar los obstáculos. Un hombre pachorro es ideal para almorzar ligero y acuchararse a la hora de la siesta. A la tardecita, se impone uno divertido que te haga saltar cuando llega la ola. El soñador es divino para ver caer la noche. El gourmet, fundamental para degustar la cena y un buen vino. Aunque, a la hora de empezar a hablar de "maridajes", mejor partir rauda hacia el boliche y entretenerse con un buen desprejuiciado que te recargue la energía, para volver a arrancar con el trekking al otro día.
Amor de all inclusive
En teoría: la primera noche, se conocen. La segunda, amanecen juntos. El tercer día, comparten la carpa de la playa. El cuarto, cambian las habitaciones de los dos por una doble. El quinto, planifican vivir juntos. El sexto, piensan el nombre de sus hijos. El día siete, ya no necesitás el maquillaje. El octavo, va al baño con la puerta abierta. El noveno, a los dos los tienen hartos sus costumbres. El décimo, le decís "chau" con un beso en la mejilla. Al siguiente, no te acordás ni de su nombre.
En la práctica: aunque la melena y el collar te lo advertían, te enamora cantándole a la Luna e ignorás esa señal de "alerta, hippie". A la luz de un sahumerio, te dice que te ama y te regala un anillo de coco como alianza; vos pensás: "Es sencillo pero sin miedo al compromiso". Un día, se ríe de tu buclera; otro, del alargapestañas. Lo encontrás dibujando un signo de la paz en tu pashmina y c’est fini: ¡a volar con sahumerio inclusive!
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