No hay ni un detalle dorado en todo el Byakudan Ryokan. El mármol no está híper lustrado y ningún rincón se parece a lo que en la mayor parte del mundo reconocemos como "lujoso". Pero pasar un día ahí, a una hora de Tokyo, fue la experiencia más sofisticada que viví y probablemente pocas cosas le lleguen a los talones en el futuro.
Un ryokan es por definición un alojamiento pensado para que los huéspedes descansen una sola noche. Con más o menos habitaciones, propone darle todo al visitante para que se relaje y siga viaje. En absolutamente todos hay un onsen, baño de aguas termales, algo que hace que no puedan existir hoteles de este tipo en todo Japón.
Para poder ser nombrado ryokan tiene que tener un documento que certifique que tiene agua termal natural
En el mejor de los casos, como en el Byakudan, hay una terma en cada una de las 16 habitaciones. Una especie de jacuzzi cuadrado que siempre hierve con agua de la montaña y está a pasos de la cama. Pero todavía no llegamos al cuarto.
Un recreo de la gran ciudad
El Romancecar que hay que tomar para llegar a Hakone
Cuando alguien que ya fue a Japón te escucha decir que vas a visitar Tokio, una de las mil máximas que tira es que conviene aprovechar para recorrer la zona. Si vas poco tiempo esto no tiene tanto sentido, pero a los tres días de recorrer la ciudad ya llegan las ganas de escaparse un poco para que no te pase por encima. Buen momento para buscar un ryokan. La zona más cercana en donde encontrarlos es Hakone, a menos de una hora y media del ruido de Shinjuku.
El primer tramo que hay que hacer es en un Romancecar (aproximadamente 40 dólares ida y vuelta), tren que se ganó el nombre por no tener apoyabrazos entre los asientos y no por alguna anécdota romántica. Demás está decir que el recorrido en sí vale la pena, ver cómo se va desarmando la ciudad y empiezan a aparecer los campos y las montañas. En el vagón nadie habla, ni siquiera los que venden sándwiches y golosinas locales.
El chofer espera en la estación para subir al hotel
Este llega al centro de Hakone, adorable con sus tiendas tradicionales y muy turísticas. Ahí hay que tomar otro tren que sube la montaña en zig zag. Cada cinco minutos, el conductor con su traje prolijisimo camina por el costado hacia el otro extremo del vagón para cambiar la dirección. Este tramo es el más vistoso de todos porque se mete por el bosque con árboles altísimos y nubes bajas que alcanzan los 1400 metros de altura que tiene el monte.
En cada parada, esperan autos de los hoteles para llevar a los huéspedes a su descanso. Las rutas son angostas y no se ven más que ryokans y algún que otro supermercado 7-Eleven. Camino al Byakudan hay algunos hoteles enormes que engañan con su pinta exterior, similar a un All Inclusive americano de cien habitaciones o más.
La bienvenida
La bienvenida con un dulce y té matcha
Parece que el otoño es una temporada alta para Hakone: muchos vecinos llegan para ver como cambian las hojas de verde a naranja y rojo. No será temporada de cerezos, pero el paisaje vale mucho la pena a pesar del aire fresco.
En la puerta del hotel, dos empleados me dieron la bienvenida y pidieron que me sacara los zapatos (no los volví a ver hasta el día siguiente, segundos antes de volver a la ciudad). No hay excepciones, así se hace en todas las casas japonesas y la regla cuenta para los ryokan que funcionan en la zona desde el 700.
En "pantuflas" pasé a la sala de estar en donde todo es madera clarita. Un ventanal gigante de doble altura mira hacia la caída de la montaña, con las copas de colores que se asoman entre la niebla. Imposible no caer en descripciones empalagosas.
Sin decir mucho (quizás porque solo una de todo el staff habla inglés), se fueron acercando al sillón para traer la bienvenida. Un té matcha en un tazón rústico y una masa típica de porotos en forma de hoja colorada para que combine con el paisaje. Recién cuando se aseguraron de que hubiera bajado mil cambios, me llevaron a la habitación.
Lujo sobre tatamis
Una habitación y sus dos espacios, que en algunos casos están separados
Los cuartos de este ryokan van desde los 30 metros cuadrados a los 100. La más pequeña se alquila por Airbnb, como si fuera un alojamiento más de la zona. Con uno, dos o hasta tres ambientes, todos cubiertos por tatamis. A nadie se le ocurriría andar calzado, pero el mensaje se refuerza con otro par de sandalias tradicionales esperando en el hall de cada pieza.
Las únicas commodities occidentales tradicionales de la habitación son el televisor del living, el teléfono para hablar con la recepción y los productos de belleza del tocador (6 botellas entre loción, crema para afeitar y shampoo). El resto es puro placer oriental desde la iluminación hasta las sábanas (la curiosidad acá es que no se usa más que un acolchado directo sobre el cuerpo).
El inodoro está en la entrada, a varios metros de la ducha y tiene todos los chiches que se esperan de Japón. Éste además de calentarse y pasar música, se abre solo cuando siente la presencia de un humano. Pero la estrella está afuera en el balcón mirando el bosque.
El onsen privado no es algo que se vea seguido. Lo que suele haber es baños termales comunales, que también hay en este ryokan, uno para hombres y uno para mujeres que lo pueden usar en intervalos de 15 minutos. Más no se recomienda porque el vapor puede ocasionar mareos y es obligatorio estar desnudo.
La yukata y el abrigo para la cena
El de la habitación tiene una canilla para regular la temperatura además de un cuenco de madera para echarse agua. La ducha también está afuera para poder usarla antes y después de cada baño. Después de ponerse la bata de toalla, encontré en el armario una yukata de seda para bajar a cenar.
El banquete
De la vereda de enfrente de los cruceros que exigen ropa elegante para sus noches de gala, los ryokans fomentan que sus huéspedes bajen a cenar en bata con medias y pantuflas. Todos obedecemos, obviamente.
El precio de la habitación, que en este caso va de los 300 a los 500 dólares, incluye una cena y un desayuno tradicional. Esto también es algo común en todos los hoteles de este tipo. Parte del encanto es estar obligado a sumergirse de lleno en la cultura japonesa, descalzos y entre bowls de pescado.
El primer paso de los 10 de la cena
La cena en este caso fue con 10 pasos, uno más lindo que el otro, con platitos de productos locales. Sopas, vegetales en tempura, carne tiernísima y muchísimo pescado. Para tomar, cerveza de la zona y una selección de vinos de todo el país. 8 horas después para el desayuno, el menú fue parecido: pescado asado con arroz.
Sashimi de diferentes pescados
La vuelta en bajada es todavía más linda, silenciosa y con la espalda completamente arreglada gracias a los poderes descontracturantes del onsen. Da la sensación de haber dejado este milenio por una semana aunque fueron solo 24 horas.