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El país de los tulipanes... y de los robos de bicicletas




Es un dolor de cabeza para no pocos holandeses. En un país donde hay más bicicletas que habitantes (18 millones vs. 16,6 millones), el robo de este sencillo medio de transporte es igualmente alto. Sólo en Amsterdam se calcula que cada año desaparecen 50 mil bicis, según datos de la Asociación de Ciclistas de Holanda.
Existen desde redes organizadas de ladrones hasta ciudadanos que, hartos de ser robados, deciden que llegó su turno para tomar prestada alguna bicicleta (incluso hay foros de Internet que enseñan trucos para abrir candados).
Y no se salva nadie. Ni siquiera políticos como Piet Hein Donner, el ministro que se dirige pedaleando a su despacho y a quien le robaron la bicicleta en dos ocasiones.
Durante mucho tiempo, las autoridades no tomaron cartas en al asunto porque 1) las bicicletas siempre fueron consideradas vehículos de muy bajo costo; 2) pocas personas -un 40%- se toman el trabajo de denunciar este tipo de delito; 3) el argumento común es que hay problemas socioeconómicos más urgentes.
De todos modos, las cosas empezaron a cambiar en los últimos años con la implementación de una batería de iniciativas para combatir el flagelo de una buena vez. Desde novedosos sistemas de registros de bicicletas (con chips incorporados tanto al candado como al chasis, y que el ladrón no puede retirar) hasta un refuerzo de vigilancia en los estacionamientos y las zonas de riesgo, lo cierto es que el número de hurtos cayó considerablemente (un cuarto en tres años).
Una ciudad en especial, Winterswijk, ganó el premio al mejor proyecto contra el robo de bicicletas, un galardón concedido por la asociación de ciclistas Fietsersbond.
El proyecto de Winterswijk se basó prácticamente en la coordinación del municipio con la policía, con la justicia, con los negocios de bicicletas, con las escuelas y, aunque parezca raro, con pueblos alemanes vecinos, donde es común que se vendan muchas de las bicis robadas. El programa atacó todos los frentes: se enseñó cómo colocar correctamente los candados, se subrayó la importancia de denunciar los robos, se advirtió que andar en una bici robada significa ir detenido, se impulsó la campaña Hier geen gestolen fietsen ( No se venden bicicletas robadas ) en talleres y tiendas de bicicletas y, en síntesis, se hizo hincapié tanto en la prevención como en el castigo.
A pesar de todo, todavía circulan los casos de justicia por mano propia. Es lo que le sucedió a Bob, un holandés cuarentón que una vez me confesó su historia. Había comprado una bicicleta último modelo, pero no una bicicleta cualquiera. Tenía detalles de diseño únicos, y que ahora se me escapan, pero que él reconoció al instante cuando la vio en la calle, montada por un tipo X, unos meses después de que se la robaran.
No lo dudó: se abalanzó sobre el señor X, lo arrojó al piso y lo increpó de pies a cabeza antes de subirse a su bicicleta. Una vez en su casa, feliz y relajado, se dedicó a admirar con mayor detenimiento la pieza recuperada. Pero vaya sorpresa se llevó al comprobar que ésta tenía detalles parecidos, pero no iguales a la bicicleta original. Que todo había sido fruto de una gran confusión. Que ésta no era la bicicleta que le habían robado, sino por el contrario, la bicicleta que él había robado.

ENTRETENIMIENTODE A BORDO

  • Un trago en las alturas. La última novedad del parque francés de Futuroscope, en Poitiers, es un Aerobar en el que se puede tomar una copa a 35 metros de altura... con las piernas colgando en el vacío.
  • Coqueteo en pleno vuelo. Gracias al llamado Seat-to- Seat Delivery, la nueva propuesta de Virgin America, ahora un pasajero puede invitar un trago, un snack o una comida a otro pasajero, a través de la pantalla interactiva del asiento.
  • Wi-Fi bajo tierra. Como parte de un programa que arrancó en 2011 con 6 estaciones, el subte de Nueva York acaba de ampliar su servicio gratuito de Wi-Fi a otras 30 estaciones de Manhattan.

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