El primer amor no existe
Otro mito romántico que nuestro filósofo viene a derribar: "Se suele idealizar el pasado y sus efectos sobre el presente suelen ser devastadores"
27 de junio de 2017 • 07:48
No recuerdo mi primer amor. Nadie recuerda su primer amor. Simplemente porque no existe el primer amor.
Créditos: Latinstock
Toda nuestra relación con el pasado supone una tensión entre la aspiración a acceder a él del modo más fiel y la imposibilidad fáctica de trascender nuestro presente. En una palabra: la memoria es siempre un ejercicio de transformación del presente. Esto no significa que lo que haya sucedido no haya sucedido, sino todo lo contrario: lo que ocurrió, ocurrió; pero siempre accedemos a ello intermediados por nuestro tiempo actual. Y más cuando se trata de una cuestión identitaria: la narración que hacemos de nosotros mismos es siempre una obra abierta. Ir y volver al pasado es una forma de reinventarnos en el aquí y ahora.
Conectarnos con el ideal
El problema es que muchas veces se suele idealizar el pasado, y sus efectos sobre el presente suelen ser devastadores. Solemos recordar el primer amor como la más bella utopía o como el peor de los apocalipsis, cuando, en realidad, como todo vínculo, es probable que haya sido otra de las tantas experiencias ambiguas que nos hacen bien humanos: la existencia no es más que una cuestión de matices. Pero la idealización es una eficaz manera de lidiar con cualquier crisis afectiva: se pule, se limpia, se descarta todo lo grisáceo y se coloca el primer amor en un lugar extremo. Así, ese recuerdo sirve de espejo invertido para sobrevivir a toda nueva relación: siempre va a haber habido un vínculo radicalmente mejor o radicalmente peor que el actual.
Esta estrategia inconsciente de potenciar el pasado hace que lo originario se encuentre presente siempre en el día a día, y por eso la pareja convive siempre con este fantasma. Es como que hay un condicionamiento ideal frente al cual todo vínculo entra en una obsesión comparativa. Los fantasmas son claves para garantizar la presencia del mejor aliciente para toda pareja: la fantasía. Es que un fantasma convierte a todos en fantasmas, lo que hace posible todo vínculo. O, dicho a la inversa: todo encuentro con el otro siempre es imposible.
Convivir con fantasmas
Algún día, la tecnología permitirá que ese pasado quede registrado y uno lo lleve encima, como en ese programa de Black Mirror en el que uno de los protagonistas llevaba sus historias de amor pasadas filmadas en un chip instalado en su cerebro. ¿Y qué hacía? Siempre que estaba con alguien y no se enganchaba, lo activaba para que en su “interior” la película de sus historias pasadas lo mantuviera erotizado con esta nueva “película”.
Por eso no recuerdo mi primer amor. No porque no haya existido, sino porque todo lo que se supone que recuerdo de un modo no es efectivamente lo que fue. Y no importa que así sea o no sea. Todo vínculo es una espectrología, pero sobre todo el primero. Y si aceptamos que convivimos con fantasmas, tal vez se trate de liberarlos de su condición; o sea, que puedan dejar de querer ser reales y se asuman como esos espectros contingentes que nos acompañan en toda nueva relación y que hacen que el amor sea un proceso de reinvención permanente.
(Creo que se llamaba Silvia. Yo tenía muy pocos años y sentí por primera vez que mi cuerpo se perturbaba. Siempre recuerdo sus ojos y su sonrisa. Creo que nunca más me enamoré tanto en mi vida. Obviamente, nunca pasó nada...). •
Y vos... ¿qué recordas de tu primer amor? ¿Sentís nostalgia del pasado o lo que vino después lo superó con creces? También: Oriana Sabatini: "Bailar es conectarte con vos misma"y "El trasplante fue lo mejor que me pasó"
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