Comer es una necesidad, salvo para los respiracionistas, pero ese es otro tema. Comer también puede ser placentero, el contacto con aromas, colores y sabores desata una cantidad de sensaciones en nuestro cerebro que se vinculan con la información que tenemos acerca de esos alimentos, o de alimentos similares. Se puede comer de forma automática, o tomarlo como una experiencia completa, donde la comida se convierte en un disfrute saludable y consciente. Hay cada vez más personas y organizaciones que trabajan dentro de un paradigma que hace foco en el origen de los productos y en la manera en la que fueron producidos.
El movimiento
Slow Food Argentina el sábado pasado convocó a un panel de conferencistas con el título
Mundo Sustentable: Experiencia de la Comunidad del Alimento. En uno de los días más fríos y lluviosos del año, se reunieron en una casa y una huerta especialmente diseñadas para el evento, dentro del predio de Tecnópolis. Con la presentación de Maria Irene Cardozo, Eva Piccolo y Perla Herro, charlaron con la periodista Fernanda Sandez, la autora de
La Argentina Fumigada, a la que entrevisté hace un tiempo y que, por su investigación, es una de las personas más idóneas para hablar sobre el tema del peligro de los agrotóxicos en la comida, como lo hizo en esta nota de la revista Brando, “
Los pesticidas llegan a nuestro plato”.Tanto el ingeniero agrónomo
Eduardo Cerdá como el biologo
Marcelo Schwertz hablaron sobre casos exitosos en campos agroecológicos, como la Estancia La Aurora y la red de municipios
RENAMA, que demostraron que producir en grandes extensiones sin ningún tipo de veneno peligroso para el consumo humano en la práctica es posible, e incluso más rentable, que depender de la industria de los agroquímicos.
Con el catering de Perla Herro y la charla de Marco Moreno sobre cocina biodinámica, se cerró la jornada que promete se el inicio de un ciclo de charlas y conferencias programadas a lo largo del año, para conocer una alternativa posible y necesaria para producir los alimentos con el respeto que la tierra merece.
Hace un par de años no me interesaba demasiado el tema, más que nada por desconocimiento. Me daba lo mismo de dónde venía la fruta y la verdura que comía, no desconfiaba de algo tan simple como una manzana con cáscara, que era sinónimo de "lo saludable". Pero cuando la información llega, uno tiene dos opciones, mirar para otro lado o hacerse cargo. A mí me cambió la perspectiva para siempre, así como dejé de comer animales porque ya no podía verlos como alimento, tampoco quiero comer productos que contienen agrotóxicos, que no solo perjudican al que los consume, sino también a millones de personas que están expuestas por una cuestión geográfica a ser rociadas con pesticidas o a respirar ese aire envenenado, o a tomarlos en el agua. Por eso, además de plantear la necesidad de cambiar el modelo productivo a gran escala, dentro de mis posibilidades, elijo la mejor alternativa.
Ese sábado fuimos con mi amiga Lula a
“Catalino”, un restó a puertas cerradas en una casona de Colegiales que se caracteriza por su “cena sincera”, y se vincula al evento de Tecnópolis por un factor importante: su propósito de que toda la materia prima que utilizan sea libre de pesticidas y herbicidas. Un antecedente que me gusta elegir, en cuanto al cuidado de los alimentos y a su preparación es
Bio, solo orgánico, que obtuvo la certificación de sus productos desde el año pasado.
Las hermanas Mariana y Raquel Tejerina son las fundadoras de este espacio en el que rinden homenaje a su mamá, Catalina, que fue el primer ejemplo en la cocina que ambas tomaron y que Mariana después desarrolló en otros lugares del mundo, junto a grandes chefs como Sébastien Fouillade en Topinambur, Isidoro Dillon en Soder y Antonio Soriano en Astor. Con platos simples, exquisitos y bien especiados, comer, en este caso, es también la mejor forma de transmitir un concepto: existe una opción para aprovechar la comida de estación y respetar los ciclos de la naturaleza, con productos agroecológicos y biodinámicos.
Ya que hablo de comida sincera, seré yo también sincera: me gustaría que el mundo fuera más vegetariano, y sobre todo nuestro país, tan amante del asado, pero entendí en estos años de transformación que no se puede imponer una idea, que suele ser contraproducente. Por eso trato de convivir con la realidad y promover el respeto por los seres vivos, por lo que prefiero que si vas a comer animales, sepas que es mejor que sean de pasturas y no de feed-lot (con hormonas y medicamentos), que requiere muchos recursos naturales su producción y que por eso no da lo mismo un plato con carne, pescado o pollo, o sin él.
En
Catalino hay platos en tres tamaños veganos, vegetarianos y los demás con carnes de pastura o de caza, huevos de campo o lácteos orgánicos. Hay pan de masa madre, frutos nativos y de mar y en la carta está el nombre de los productores para que nosotros mismos nos podamos contactar con ellos y, si queremos, preparar platos similares o recrear otros.
Con respecto a la carta de vinos hay opciones interesantes y podemos conocer más en la
Feria de Vinos Orgánicos, que se va a realizar el 4 y 5 de agosto. Las bodegas, a su vez, comprenden que es el momento de apostar por un mercado interno creciente. Aunque la mayoría se exporta, ya se puede encontrar en las tiendas y en las vinotecas, marcas que desarrollan sus vinos de manera más sustentable.
Los productos agroecológicos y orgánicos no debieran ser más caros. Y si lo son, tiene que ver con una cuestión de demanda, ojalá que sean cada vez más los que se animen a producir y trabajar con ese tipo de alimentos. La diferencia la hacemos nosotros al elegirlos y saber que detrás de un plato o una bebida hay gente que ama su trabajo y obtiene y precio justo por él.
Me despido hasta la próxima, y última, semana con un abrazo grande.